La llegada de un colibrí en primavera

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La llegada de un colibrí en primavera

Hoy ha llegado un colibrí a nuestra casa. Vino David, mi hijo, a comunicarme la noticia. Se posó en el árbol de naranjos y me ha permitido darle la bienvenida a la primavera. El día luce soleado, el aire está fresco. Un momento agradable de la mañana que anuncia la visita luminosa de un ser diminuto de la naturaleza al que acompaña el trino de las aves del jardín.

Pasó el invierno y sus días de escarcha pasaron también. Lentamente, pero pasaron. La nublazón que opacó a las estrellas, empalideció, si ello es posible, también al sol. El viento otoñal había penetrado en los huesos, adueñándose de los pensamientos cuando el duelo habitó en los corazones.

Hoy, la anunciada primavera ha dado color al verde esmeralda de durazno y al rojo carmesí del geranio. Ha llegado la esperanza, se anuncia el despertar de los aromas florales y el temprano amanecer.

Si el brote esperanzador de la naturaleza está en estos sonidos, esas voces, colores y aromas, ¿qué podemos hacer los seres humanos para volver más conscientes a los de nuestra especie de la necesidad de cuidarla, de preservarla? ¡Qué herida han inferido las llamas a las sierras de Coahuila y Nuevo León! ¡Qué ofensa tan grande! A su valiosa, inapreciable, única flora y fauna de la región que habitamos. Nada más y nada menos que la región en la que hacemos la vida.

Una consciente joven, Claudia Belén de León Galindo, estudiante de preparatoria, se preguntaba, a propósito de este incendio, que cómo era posible que más rápido aparecieron los memes cuando dejaron de funcionar las plataformas digitales de las redes sociales la semana anterior, que organizarse para plantar árboles.

Esta llamada de atención, proveniente de una integrante de la juventud actual, resulta conmovedora e inteligente. Es un llamado a la conciencia de su generación, pero también de todos los que la acompañamos en esta época.

Con el doloroso incendio ante nuestras miradas, la conciencia general debe crecer. Ni imaginarnos el desequilibrio en el hábitat alrededor nuestro, a las puertas de nuestra casa. Y es que en realidad es la casa nuestra.

Esta tarde, el sol sobre las bardas de ladrillo; la frescura del aire de primavera flotando en la atmósfera, el canto de los pájaros; y por la noche la estridulación producida por los grillos, nos podría invitar a reflexionar, desde los respectivos ámbitos de acción, en casa, escuela y trabajo, cómo mejorar nuestra propia relación con la naturaleza que nos provee de lo necesario para subsistir. Sin exageraciones.

Hemos olvidado cómo en los primeros tiempos los hombres, en su relación con ella, primero la temieron y luego al dominar su entendimiento establecieron con ella una relación de veneración. La sociedad “moderna” le perdió el miedo y de una manera inconsciente la degrada. Su respuesta será inevitable. El costo por no saberla proteger es altísimo.

Que jóvenes como Claudia Belén se sumen al esfuerzo de muchos que sí entienden de estos procesos. “¿Cómo explicar a las personas la belleza de un atardecer y el multicolor en las alas de una mariposa?”, leí a una persona entregada al cuidado de la naturaleza hace unos días.

En el momento de apreciarlo está hecho el compromiso de cuidar y respetar los elementos naturales vitales. El compromiso de amar y servir a la naturaleza, puesto que somos uno mismo con ella.

Hay culturas, como en Japón, que plantan árboles pensando en 200 años más tarde. No los verán ni disfrutarán ellos, pero sí sus descendientes. ¿Cuánto falta a nuestro País para llegar a este nivel de civilización?