La llama que Juan Gabriel nos regaló
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La llama que Juan Gabriel nos regaló
No soy fácil de olvidar, lo has comprobado”
Juan Gabriel.
A quien cientos de miles rinden homenaje en el Palacio de Bellas Artes y muchos más lo hacen a la distancia, observando y tarareando sus canciones, no es un hombre… es un estado de ánimo, una actitud frente a la vida, un carácter y una sensibilidad.
Porque Alberto Aguilera, o Adán Luna, o Juan Gabriel hizo de su desamparo infantil, su encierro adolescente y sus vagabundeos juveniles, el material necesario para hacer de su carácter, la fortaleza que le permitió superar 18 meses de encierro en la más terrible cárcel de México.
De Lecumberri salió para que lo grabaran las más importantes figuras de ese tiempo.
Literalmente, dejó una cloaca y alcanzó las estrellas.
ROMPER EL DESTINO CON BASE EN EL TALENTO
Juan Gabriel fue lo que millones de niños eran en su tiempo y lo son ahora, material formado en la calle, aunque con un breve pero determinante espacio de educación formal.
Y como para quien quiere aprender, maestros hay en cualquier parte; Juan Gabriel halló en un modesto hojalatero del centro en el que fue internado, la perfecta iniciación en la música.
Con él aprendió a tocar la guitarra y gracias a él se acercó a los rudimentos del piano, en una tabla que semejaba las teclas.
Era muy niño, pero tenía talento para las melodías.
¿Qué hubiera sido de él de no haber tenido este acercamiento a la música? Difícil saberlo.
Se cuenta de Mozart una anécdota: A los cuatro años caminaba con su padre cuando escuchó el gruñido de un cerdo. “Sol sostenido” dijo el pequeño Mozart, para quien todo era música.
La historia nos dice que el genio infantil tenía un talento natural, pero además había en él educación musical formal, pues su padre era músico de corte.
Quizá si hubiera nacido en otro lugar, más precario, con menos incentivos para aprender, no hubiera llegado a ser lo que fue.
El talento sin condiciones, esfuerzo y aplicación no parece que pueda prosperar.
Con Juan Gabriel pasó igual, alguien lo encaminó y él nunca abandonó esa senda, ni siquiera cuando acabó entre los peores criminales del país.
Pero Juan Gabriel, además de su gran capacidad para construir melodías irrepetibles, que se quedan en la cabeza y nos acompañan como una tonada ya conocida, agrega una facilidad poco vista para traducir un sentimiento profundo en palabras precisas.
Por eso es que cientos de miles en Bellas Artes, y en todo el país millones; lamentan su muerte y lo recuerdan y lo cantan por lo bajo, quedito algunos y otros a grito abierto; porque reconocen en Juan Gabriel el fuego sagrado, ese que permite que el sufrimiento que a todos nos ha agobiado sea música, sea luz, pero de la luz más preciada, de la que sale de golpear una piedra con otra hasta que salte la chispa sagrada, y luego el fuego que ilumina y nos permite ver lo que somos, y mientras nos enjugamos las lágrimas al fin podemos entender que estamos hechos del material del arte de Juan Gabriel, de esperanza y soledad.