La liberación de las uvas
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La liberación de las uvas
El verano es un agradable intruso que se mete en nuestros hogares, en los barrios en las mentes y en los corazones. Todo lo invade con su canícula agobiante que dibuja un arco iris de temperaturas a lo largo del día, desde la agradable frescura de la mañana hasta la suave tibieza de la noche que invita a no dormir, a conversar y a mirar el cielo estrellado.
El verano es el tiempo de la vendimia, de la alegría que contagian las uvas rojas, moradas, verdes, henchidas del jugo misterioso que brota generoso con los pisotones y las risotadas. Es un jugo alegre que nace en una fiesta de trabajo o en el trabajo festivo de alegrías compartidas. Es un jugo recién nacido, tempranillo, primerizo que gozará muy poco del sol y será cobijado en el hogar de los barriles donde su misterio vital siga creciendo, madurando en el silencio de las barricas añejadas con su fermentación. Algún día ya maduro regresará a las mesas a ejercer su oficio tan humano: alegrar el corazón de la gente (“bonum vinum laetificat cor homnis”).
El verano ante todo es alegría porque es liberador de rutinas, tareas y obligaciones. De las prisas que corretean en las ansias de las personas, delas agendas ineludibles. De los compromisos estériles que roban el tiempo, de las necesidades artificiales, vacías de satisfacciones genuinas, nacidas para matar el tiempo, asesinas de la creatividad, lo significativo y la vitalidad.
El verano regresa el poder usar el tiempo de manera personal. Poder vivir cada hora y cada día dirigido por la brújula interior adormecida por los horarios cotidianos. Caminar diferentes caminos, aventurarse por veredas que esconden verdades y bellezas desconocidas, conversaciones20 inesperadas, sabidurías urbanas, filosofía rural, descubrimientos infantiles, amistades relegadas.
El verano reconecta la libertad con el corazón que durante el año ambos están sujetos a la luz y la prudencia de la razón, un faro inaplazable que ilumina la realidad y el futuro. Sin embargo en el verano se privilegia el principio liberador de Blas Pascal: “Hay razones del corazón que la razón desconoce”.
Una de las razones del corazón que la lógica de la razón y de la economía y de la política y del comercio desconoce es la trascendencia de la comunidad familiar.
Un organismo vivo que necesita de la alegría cotidiana, de la fiesta que transforma al niño en joven y a la joven en mujer, de un proceso de maduración lento y silencioso que va añejando los valores del amor y la justicia. Un organismo que necesita liberarse cuando menos en vacaciones de las rutinas que lo despersonalizan.
El verano es un tiempo que restablece los vínculos de la comunidad familiar donde las vacaciones logran que las uvas dispersas se conviertan en un solo vino.