La jornada electoral que duró 30 años
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La jornada electoral que duró 30 años
Entre el miércoles 6 de julio de 1988 y el domingo 1 de julio de 2018 pasaron algunas cosas. Se podría decir, sin embargo, que ambas fechas fueron el inicio y la conclusión de una misma jornada electoral que duró 30 años.
La crisis de representación es el elemento central que lo explica todo. Un deseo no consagrado en las urnas, a la izquierda del espectro político, perpetuamente aplazado y apocado en alguna época pero nunca desvirtuado.
Después del fraude que permitió gobernar a Carlos Salinas de Gortari y el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el sistema político liberó presión el 2 de julio de 2000 con la primera alternancia: un voto por el cambio de emblema que nunca transgredió la columna vertebral de la nación. Dañado, antes de perecer, el mismo sistema engendró una reforma electoral en 2014 que permitió la reelección legislativa y de alcaldes, entre otras novedades, y en 2015 extrajo más presión acumulada con la incorporación de las candidaturas independientes.
Pero no fue suficiente para mantener el statu quo en el país. Aquello que Roger Bartra definió como “poder despótico moderno”: un gobierno estable basado en una estructura mediadora, no democrática, capaz de proteger el proceso económico de las peligrosas sacudidas de una sociedad que alberga todavía contradicciones de naturaleza no específicamente moderna.
Así como en las regiones indígenas el voto se sustituye por usos y costumbres, en el resto de la sociedad los últimos 30 años se pretendieron suplantar las elecciones por negociaciones, la discusión en las Cámaras por cabildeo, los ciudadanos por corporaciones, y los individuos por organizaciones no gubernamentales.
Entonces el Movimiento Regeneración Nacional irrumpió en la escena y avivó históricas demandas.
La de Andrés Manuel López Obrador no fue una campaña más de lugares comunes y frases hechas. De aquellas equiparables a cualquier otra, sobadas, con asesores y estrategia, marketing, ademanes y discursos que siguen una receta probada y repetitiva. No. Fue un movimiento social en el corsé de partido para poder participar en la vida pública. Uno donde cabían todos. Desde Nestora, Mireles y “El Mijis”, hasta Sergio Mayer, Ernesto D’Alessio y “El Terrible” Morales. Preñado de simbolismo, como el hecho de que un Cuauhtémoc y un Cuitláhuac encabecen dos de las primeras cinco gubernaturas logradas por Morena.
Sus oponentes, PAN y PRI, reciclaron la propaganda negativa del miedo, exitosa 12 años atrás. No obstante, la experiencia presidencial de 2006 con los primeros, y de 2012 con los segundos, volvió el “peligro” que representaba la llegada de López Obrador al poder una amenaza hipotética comparada con la amenaza empírica, demostrada y experimentada, que significó la continuidad de ambos sexenios precedentes.
Ricardo Anaya centró su propuesta en la “tecnología”, apelando al deseo aspiracional de modernidad que habita en la psique de un sector en la sociedad. Una lectura equivocada de la realidad nacional. En ningún momento rebasó la frivolidad ni se le dejó de percibir como el fantoche que pretende apantallar con un objeto sin sustancia.
José Meade, por su parte, padeció el rechazo al Gobierno federal y sus satélites, los gobernadores. Al periodo más corrupto del que se tenga memoria. De mandatarios encarcelados, prófugos o buscando afanosamente fuero.
Lo obvio se consumó por consecuencia: un par de candidatos con las características del agua, más una candidatura sin partido, testimonial e ilegítima, sucumbieron ante un carismático líder de masas. A la campaña le sobraron por lo menos 30 días. Los últimos. El arroz ya estaba cocido. No se recoció ni se pegó ni se quemó. Por el contrario: se multiplicó. AMLO arrasó con las candidaturas independientes y prácticamente desapareció cinco partidos políticos al no alcanzar un mínimo porcentaje de votación (3 por ciento): el Verde, Nueva Alianza, PRD, Movimiento Ciudadano y el PES.
Obtuvo 30 millones 113 mil 483 votos. Lo que nadie. Un 30.91 por ciento de ventaja sobre el segundo lugar. Uno de cada dos votantes lo hizo por él. Uno de cada tres de la lista nominal (89 millones 123 mil 355 ciudadanos). El 33.78 por ciento. Hasta las encuestas se reivindicaron acertando lo que habían errado sistemáticamente, en el pasado.
Sin embargo, el fenómeno no se formó de repente, como un tornado. La historia de los últimos 500 años, de acuerdo con Guillermo Bonfil, es la del enfrentamiento permanente entre quienes pretenden encauzar al país en el proyecto de la civilización occidental, y quienes resisten arraigados en formas de vida de estirpe mesoamericana.
Esa disputa ha dado lugar a una nación minoritaria dentro de la sociedad mexicana que se organiza con base en aspiraciones, propósitos y normas de la civilización occidental que no son compartidas (o los son desde otra perspectiva) por el resto de la población nacional. A ese sector, que encarna e impulsa el proyecto dominante, lo llamó Bonfil el “México imaginario”. Al resto, el “México profundo”.
Así, las relaciones entre “México profundo” y “México imaginario” han sido conflictivas durante los cinco siglos que lleva su confrontación. Una interminable lucha entre indigenistas e hispanistas, o entre liberales y conservadores.
CORTITA Y AL PIE
Por ello la “Cuarta Transformación” a la que aspira AMLO es el desafío. Una meta que pretende ser histórica, al nivel de la Independencia, la Reforma y la Revolución. El próximo Presidente contará con el respaldo legislativo suficiente para abrogar la Constitución si quisiera, aunque ha señalado expresamente que no es necesario, que su idea es apegarse al texto original de 1917, la Carta Magna vigente. Más pragmático que dogmático.
LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS
La descolonización de México fue incompleta: se obtuvo la Independencia frente a España, aunque no se eliminó la estructura colonial interna, pues los grupos que han detentado el poder desde 1821 nunca han superado la visión distorsionada del país, que es consustancial al punto de vista del colonizador.
La del domingo pasado, por todo lo anterior, no fue una victoria pírrica sino magnánima. Que no deja lugar a dudas. El triunfo sobre la “Güeritocracia” y el “Mirreynato”. Un primer paso. Ya era hora. Hacía falta.
@luiscarlosplata