La inesperada esperanza

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La inesperada esperanza

“No me lo esperaba”, “ni de chiste me imaginaba que no sólo nosotros, sino todo el mundo, íbamos a estar en esta situación de confinamientos, máscaras, antibacteriales, lavatorio de manos compulsivo y repetido para cada ocasión (Pilatos creyó que era suficiente un ritual. Y le funcionó por unos días…). Son tareas irreemplazables, igual que las mascarillas, la “sana distancia”, la valencia que mutó de lo positivo a lo contagioso los abrazos (excepto con los narcotraficantes), las caricias… las manos dejaron de tener su función de acercamiento y solidaridad, y casi son tan inservibles como contaminantes.

“No me lo esperaba”… y sucedió una transformación sin un plan previo, sin un anuncio que provocara en la mente humana una preparación previa, un cálculo de las consecuencias, una adaptación, aunque fuera forzada, a un evento tan inminente como un ciclón de torrentes de agua o de mentiras, de denuncias o de halagos, de pérdidas millonarias o de miserables desempleados. Todo fue y sigue siendo inesperado… tan sorpresivo que se ha vuelto cotidiano, y tan cotidiano que lo cotidiano se vuelve sorpresivo día tras día  cuando carece de sorpresas estatales, nacionales o globales (incluyendo las vaticanas).

Es sorpresivamente inesperado ver los estadios vacíos y con equipos sudando como si tuvieran espectadores, que los cines (los templos modernos) cerrados y vacíos, y los templos y novenarios silenciosos y despojados cantos y rezos, y las aulas vacías de bullicio, romance y esperanza, sustituidas por pantallas absorbentes del bullicio, el intercambio de miradas que cultivan la amistad y los secretos, y la dictadura de las computadoras que se apoderan no sólo de la mente sino de la mesa y del silencio que concentra y aísla la conversación habitual.

Sobre todo no me esperaba descubrir el rostro de los que hace años viven conmigo. El rostro del aburrimiento y del descubrimiento, del silencio meditabundo y del triunfo, de la melancolía y la ausencia, del cansancio de la rutina, de la novedad que siempre estuvo escondida, de la comodidad del nuevo desorden, de la falta de la antigua libertad y la sorpresa de una nueva libertad en pleno confinamiento, de la alegría contagiada de ternura.

Pero sobre todo me sorprende la solitaria, silenciosa e inesperada esperanza de encontrar una nueva esperanza cuando termine el confinamiento de mis pasos, mis ilusiones, mis fantasías, mis encuentros afectivos. No sé cuándo aparecerá su aurora, cuánto durará todavía esta noche que vivo en mi casa sin la comunidad de sonrisas, saludos, encuentros. Anhelo esos vínculos antes cotidianos, hoy virtuales y esporádicos. Todos esos rostros que han sido el escenario de mi vivir, el contexto en el que ha caminado mi vida de manera inesperada. Sin un guión previo fueron apareciendo, acompañando y esfumándose, ahora los extraña mi esperanza.

No van a ser iguales, ni los  mismos. Será conocidos y por conocer, y de nuevo me van a sorprender los encuentros y desencuentros que inventan la libertad y el amor, y la evolución lenta y suave del ser humano que aparece siempre con nuevo rostro.

La inesperada esperanza volverá a sorprendernos, como nos sorprende cada día sin darnos cuenta.