La imaginación salvaje de Jack London

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La imaginación salvaje de Jack London

Foto: Internet.

En una edición de “Relatos de los mares del Sur” dice: Jack London (1876-1916) fue hijo ilegítimo, ladrón, contrabandista, buscador de oro y uno de los escritores norteamericanos más famosos de su época, y más capaces de contar la aventura de vivir”. Tomo un ejemplar de “El Crucero del Snark”, donde el autor relata sus experiencias cuando, cansado de todo, manda construir un barco y se va al recorrer el Pacífico Sur. Los dos libros parten de la misma peripecia. En este último los editores señalan: “London fue, además de un escritor prolífico y visionario, un comprometido luchador político, siempre del lado de los más débiles y oprimidos”. Una vida tan intensa, al estilo de sus novelas de aventura, termina pronto. Cuenta Marco Antonio Pulido que para noviembre de 1916 le aquejan varias enfermedades. Una uremia se le agrava. Se toma sus narcóticos para dormir pero el ataque es fuerte. “Despierta varias veces y toma más pastillas hasta acabar con el frasco. La muerte le llega en sueños”. Tenía 40 años y había escrito más de 50 libros.

London es tan alucinante que cuando empiezo a leerlo no puedo detenerme. Ahora devoré  “Colmillo Blanco” (quizá su obra más popular) y “Antes de Adán”. La portada del primero trae un rostro grande de un lobo y la segunda es un cráneo humanoide. En ambos trabajos aparece la misma intención del narrador por ponernos en la piel de la naturaleza. A través de Colmillo Blanco conocemos el mundo y su violencia. No es un animal humanizado como los habitantes de la selva de Rudyard Kipling, que hablan y aleccionan sobre las leyes de la organización social. Colmillo es el instinto, la acción por la reacción. “El código que había aprendido era muy sencillo: obedecer a los fuertes y oprimir a los débiles”, escribe. Único sobreviviente de la camada, el más lobo de todos aunque naciera de una perra doméstica. ¿Se puede dominar lo indomable? ¿Puede el ser humano olvidar el origen salvaje de su existencia?

Charles Darwin está detrás de las preguntas de London. El escritor norteamericano lo leyó con fascinación. “Antes de Adán” es una evidente prueba de ello. La publicó al año siguiente del exitoso “Colmillo Blanco”. El protagonista es un hombre moderno que desde niño tiene sueños terribles. Poco a poco intuye que sus pesadillas son el recuerdo de una prehistórica vida pasada, cuando era mezcla de primate y humano. En esa época aún no existía el lenguaje articulado y los homínidos se comunicaban con gruñidos y señas. Para facilitar el relato, el personaje pone nombres a esos seres. Él se llama a sí mismo “Diente Largo”, en inglés “Big-Tooth”, algo parecido a “White Fang” (¿Será uno la contracara del otro?). Con ello plantea el ejercicio de pensar en los primeros humanos, ¿eran humanos? ¿Qué elemento define a nuestra especie? ¿Qué nos hace distintos, si es que lo somos?

Como epígrafe de “Antes de Adán”, London coloca una cita sin firma que apunta: “Esos son nuestros antecesores, y la suya es nuestra historia. Recuérdenlo”. El epígrafe de “Relatos de los mares del Sur” es un proverbio tahitiano que dice: “El coral se desarrolla, la palmera crece, pero el hombre muere”. Quizá la pregunta “¿Quiénes somos?” surja entre líneas a lo largo de su obra. Un planteamiento existencial que el autor comparte hábilmente en libros entretenidos y entrañables. Había leído a Nietzsche, simpatizaba con la filosofía de Karl Marx. Hacía de marinero, luchador social y escritor imparable 19 horas al día. Las otras cinco eran para descansar. Comprendió que de la vida, tal vez, solo podamos saber el final, como el de su novela “Colmillo Blanco”: uno cierra los ojos y se queda “dormitando”.