La historia de amor del último maratonista
TEXTO Y FOTOS: Francisco Rodríguez
DISEÑO: Édgar de la Garza
EDICIÓN: Quetzali García
En los kilómetros finales del maratón LALA, tres patrulleros y una ambulancia de la Cruz Roja escoltaron al corredor Rafael Sánchez Espinoza. A su pasito, don Rafa corría lo último de los 42 kilómetros y 195 metros. “Ándale, hazlo por ella”, alcanzaba a escuchar que lo animaban. Y don Rafa, 75 años e hipertenso, sentía como si le echaran aceite al motor. Atrás de él no venía otro corredor. Delante de él, cuatro mil cinco competidores ya habían cruzado la línea de meta.
“Ándale, Sánchez”, “échale ganas, Sánchez”, lo animaban los patrulleros al fijarse en su apellido inscrito a la espalda de la camisa. “A mi pasito, a mi pasito, pero voy a llegar”, se repetía Rafael. Luego volteaba para atrás y veía a los motociclistas y la ambulancia pisándole los talones. “No lo apresuren”, gritó una señora a los patrulleros. A su pasito seguía. “Aunque sea a gatas voy a terminar”, se inyectaba ánimos Rafael.
Rafael sabía que ya no era aquel corredor que alguna vez, en un maratón de 1997, hizo 3 horas y 54 minutos, su mejor marca. Ya no. Ahora tiraba de sus 75 años, una vida como maestro de educación primaria, principalmente en zonas rurales; una angina de pecho que le dañó el corazón, una cirugía de próstata y el dolor de haber perdido a su esposa, hace casi dos años.
“Por ella no claudiqué”, me dice don Rafael 48 horas después que cruzó la línea de meta con un tiempo de 6 horas 50 minutos y 46 segundos, el último lugar de la trigésima treinta y un edición del maratón LALA 2019. Cuando dice “ella”, se refiere a Carmen Caballero Sánchez, su esposa que falleció el 14 de mayo de 2017 a los 70 años, luego de una pancreatitis derivada de una aparente mala atención. Su amada esposa durante 51 años.
Oficialmente, don Rafa o el profe, como le llaman, fue el último lugar del maratón, pero también el lugar 2,781 entre los varones. Se retiraron mil 78. Y fue el lugar 19 entre la categoría de 70 y más años. Se retiraron ocho. Fue el último lugar más conocido, luego que una fotografía de él se hiciera viral en redes sociales. En ella, aparece precisamente escoltado por tres patrulleros y una ambulancia por las calles de Torreón, y corre ataviado con una camisa blanca con el rostro plasmado de su esposa y la leyenda “Nunca te olvidaré”.
“Siempre me alentaba”, recuerda don Rafa desde la sastrería que atiende desde hace casi seis décadas. Apenas habla de su difunta esposa, los ojos se vuelven vidriosos. Levanta la mirada, dice que extraña su presencia, su vivencia. Luego alza la mano y con el dedo señala el cielo: “sé que desde allá sigue echándome porras”.
AMOR SIN PRISAS
La historia de don Rafa y Carmen se remonta al ejido California de Gómez Palacio, Durango, donde se conocieron. Rafael se enamoró rápido de la amabilidad de Carmen, de sus cariños y su comprensión. “Fue mutuo el gusto”, dice con aires de orgullo.
Rafael era hijo de campesinos. Su padre y madre no sabían leer ni escribir. Dice, como si fuera eslogan, que es producto del esfuerzo, de la clase más humilde. Y tiene ese tono de profesor de gobierno: habla con solemnidad magisterial, pausado, sin prisas y buena dicción.
A los 17 se hizo novio de Carmen, que estaba por cumplir 15 años. Desde entonces nunca se soltaron la mano. Rafael iba y venía cada ocho días porque estudiaba la Normal en Gómez Palacio, Durango. Estudiaba de noche y por las mañanas pulía el oficio de sastre a lado de un tío paterno. Cuando volvía los fines de semana al rancho, le gustaba ir a los bailes con su novia.
Un año antes de recibirse –cinco años de novios- se casó con Carmen en una ceremonia civil en el rancho. Nunca llegaron a un altar religioso.
Rafael fue profesor de educación primaria. Trabajó en la sierra de Veracruz dos años, donde recuerda que caminaba una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta todos los días para llegar a la escuela. Sin saberlo, comenzaba entonces la resistencia en las piernas. Se curtió en pendientes y terreno hostil. Lloviera, hiciera frío o mal tiempo, tenía que caminar las tres horas para ser maestro de grupo de una escuela unitaria (enseñaba a alumnos de primero, segundo y tercero de primaria al mismo tiempo). Después regresó a Durango y trabajó en Ceballos y finalmente en el municipio de Mapimí, donde fue director de una escuela técnica. Siempre le gustó la escuela rural, el campo, la carencia. Fundó la escuela primaria federal de Mapimí, municipio de unos seis mil habitantes.
Carmen en cambio, desarrolló la profesión más importante, según dice su ahora viudo: ser ama de casa. “Era una mujer de campo, siempre se preocupó más por su familia, por atender”, recuerda don Rafa. Doña Carmen era de aquellas mujeres, dice su viudo, que se levantaba a la hora que se levantaba el marido a trabajar para tenerle listo el desayuno, aunque fuera un café. Por las tardes le llevaba la comida a la sastrería. “Estuvo siempre al pendiente de todos”, platica.
Rafa dice que siempre compaginaron como pareja. “Éramos de confianza”. Presume que siempre fue fiel y que ella no era celosa, tampoco él.
SER PAREJOS: EL SECRETO
Dice que era tanta la confianza, que cuando eran jóvenes le empezó a decir Esther y se le quedó el nombre de Esther.
-Los amigos me saludaban y me decían ‘oye te busqué’, y les decía ‘fui a ver a Esther o Estrella’, por decirles un nombre. Y así le empecé a decir Esther. Me acostumbré a decirle Esther y toda la vida le dije Esther y jamás me reclamó. Nadie más que yo le hablaba así. Éramos de confianza, sabía que le era fiel y de casado más.
Rafael enfatiza como para que no quede duda que le fue más fiel estando casado. Ya los últimos años, eran don y doña. “Don Rafa”, le decía ella. “Doña”, le decía él.
-¿Qué es lo que más extraña de ella? –le pregunto.
-Su vivencia. Me siento conforme porque desde allá, ella está echándome porras y sigue presente conmigo al menos espiritualmente.
-¿Cómo definiría sus 51 años de matrimonio?
-Muy sólidos. Siempre fue muy comprensible. Muy agradables, felices.
-¿Cuál fue la receta para durar tanto tiempo?
-Convivir, ser pareja. Convivir con las familias del otro y ser parejos, nada que sólo con mi familia o con la tuya. Convivir con los hijos. Lo importante es la convivencia.
Y eso, don Rafa, trata de inculcárselo a sus seis hijos y una hija que tuvo con Carmen. Lo mismo ha hecho con el ejercicio: “es la mejor medicina y la más barata”, suele sermonearles.
CORRER POR AMOR A LA VIDA
En el centro de Gómez Palacio está la Sastrería Sánchez. Es un pequeño y viejo local donde Rafael y sus hijos –presumen- igual tienen de clientes a los riquillos de la ciudad que a la gente pobre. “Es una sastrería completa”, asegura Rafael. Hacen desde el pantalón, hasta el smoking o la toga para la graduación. Rafael lo dice con la seguridad colgándole del labio.
Ludwig Boltzmann, el físico austriaco, decía: “debemos dejar la elegancia a los zapateros y sastres”. Rafa llega con un andar jovial. Camina con la gracia de un veinteañero y tiene una lucidez envidiable. En el local hay máquinas viejas para coser, hilos por montones y cerros de ropa. “Ser sastre fue mi escalón”, dice Rafael, orgulloso del oficio. De la sastrería le gustó hacer de todo.
Asegura que la receta para que el negocio sume seis décadas, es el esfuerzo, la constancia y atender bien a la clientela. Lo que dice don Rafa igual puede aplicarse a la disciplina de correr maratones, que a la madurez estoica de mantener un matrimonio a flote por 51 años.
El sastre trabaja con el cuerpo de otro, el maratonista con su propio cuerpo. Al final, cada uno tiene que conocer el cuerpo. “Los tiros no son iguales, los hombros, el corte de quien está flaco o gordo. Se tiene que conocer el cuerpo, como el maratonista que tiene que conocer su cuerpo, saber hasta dónde puede llegar, hasta dónde retirarse”, filosofa Rafael sobre las analogías entre un sastre y un corredor.
No lo dice, pero igual lo que expone se puede aplicar al matrimonio, a su matrimonio de cinco décadas. A conocerse día a día, como lo dijo el novelista francés Émile Herzog: “un matrimonio feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta”.
Don Rafa nunca dejó inconclusa una carrera. En el último maratón, uno de sus hijos le preguntó si no había pasado por su mente abandonar la competencia. “No hijo, mi mentalidad fue siempre acabar. Pedí a Dios que me fortaleciera y me llevara a la meta”, le respondió el padre. Las voces de aliento del público también lo impulsaron. “Por ella tiene que llegar”, le gritaban y Rafa se animaba.
Matrimonio hasta que la muerte los separó. Todas las carreras las terminó hasta que cruzó la meta.
Rafael corre por hobby, por salud, porque cuando tenía 40 años, le detectaron alta presión arterial. Era un poco obeso, recuerda. “No te voy a dar medicamento, ponte a hacer ejercicio”, le indicó el médico.
Así empezó a correr. Un día, don Jesús, un vecino, le dijo: “Profe, se me hace que usted ya aguanta una carrera. Hay una competencia de 16 kilómetros de San Isidro”. Rafael se negó. Pero al siguiente año el vecino ya no le preguntó y llegó con su número de corredor. “Fue una satisfacción muy grande correr”, recuerda don Rafa. Después de esa carrera, supo que si se lo proponía, podía correr lo que quisiera. En 1989 corrió su primer maratón y yo leo a Emil Zátopek, el maratonista checo campeón olímpico en Helsinki 1952, que dijo alguna vez: “Si quieres correr, corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”.
Don Rafa ha corrido 22 maratones, 20 de ellos de LALA y tantas carreras atléticas que ya perdió la cuenta. Todos los días se levanta a las 5:30 de la mañana y llega a las seis a la Deportiva de Gómez Palacio. De lunes a viernes corre de 30 a 60 minutos. Descansa los sábados y los domingos corre todo lo que puede. Presume que así lo ha hecho por años, que es su programa de entrenamiento con el que se ha sentido a gusto.
Platica que su preparación, además de física, es mental, social y espiritual. La mental la trabaja resolviendo crucigramas o sudokus; la social animando, conviviendo y alentando a otros corredores, y la espiritual apoyando la fe en Dios, pidiéndole siempre que lo lleve a la meta.
En 1999, Rafael Sánchez tuvo un problema de angina de pecho que lo retiró de las carreras. Estuvo en atención médica y fue candidato a una operación de corazón abierto. Pero asegura que fue el ejercicio lo que lo protegió de algo más grave. Al final no necesitó la operación y únicamente le recetaron medicamento y rehabilitación cardiaca. Le prohibieron correr y regresó al asfalto hasta años después.
Antes de la camisa con el rostro de su difunta esposa, Rafael corrió un par de carreras con una camisa negra que tenía un corazón dividido en dos y un mensaje: “corro por el amor a la vida”. Rafael explica que el negro simbolizaba el luto; el corazón dañado, su problema de angina de pecho le dañó el corazón, y el mensaje era el reflejo de que su tratamiento fue a base de ejercicio. “Por eso correr y amor a la vida”, menciona como si diera una lección en el aula de clase.
Rafael, el último lugar del maratón, es un apasionado de la introspección y los mensajes motivacionales. Entonces recuerdo otra frase de Zátopek: “un corredor debe correr con sueños en su corazón, no con dinero en su bolsillo”.
UNA NEGLIGENCIA SE LLEVÓ A SU AMADA
A Carmen, la esposa de don Rafa, le quitaron la vesícula. Después tuvo complicaciones y se le cerraron las vías biliares. Carmen comenzó con un dolor abdominal y la llevaron al ISSSTE. “Le atendieron los síntomas pero no las causas”, lamenta Rafael, dos años después.
El 12 de mayo le realizaron una endoscopía y salió con malestares. “Le hicieron un mal trabajo de endoscopía”, le dijo el médico tratante. El 13 de mayo entró a terapia intensiva pero ya no regresó. Falleció de pancreatitis el 14 de mayo. Rafael y su familia interpusieron una demanda por negligencia médica por el mal trabajo de endoscopía y porque consideran que el médico abandonó a Carmen. La demanda está vigente.
Desde que falleció Carmen, don Rafa siempre usa una playera en homenaje a su esposa. Siempre el mismo mensaje: “Nunca te olvidaré”. En el recuerdo de don Rafa está siempre su esposa acompañándolo a las carreras, echándole porras, alentándolo a que llegara a la meta. Por eso ahora, siente que el aliento viene del espíritu, de su presencia, del recuerdo. “Eso me motiva y por eso lo hago por ella”, dice convencido.
La primera vez que usó una camisa con la leyenda de “Nunca te olvidaré” y el rostro de esposa, fue en una carrera el 16 de julio de 2017. Ese día cumpliría años Carmen. Después de la competición, Rafael y su familia fueron al panteón.
Rafael asegura que su esposa Carmen siempre estará presente. Cuando alguien le pregunta, “¿oiga, no piensa casarse otra vez?”, don Rafa responde con tono ceremonioso: “no, sería traicionar los sentimientos de ella. Siempre fuimos muy honestos”.
Honestidad es un valor que lleva don Rafa como estandarte. Sabe que nunca tendrá un primer lugar en una carrera. Un día después del último maratón y de haber cruzado la meta en último lugar, una compañera le preguntó:
-¿Cómo te fue, ganaste?
-Sí –respondió orgulloso Rafael.
-¿Qué ganaste? –le preguntó sorprendida la mujer.
-La satisfacción de correr 42 kilómetros.
Miquel Pucurull, un veterano maratonista español de 80 años, dijo que en la maratón, “hay uno que llega primero. Pero todos los que terminan tienen el mismo derecho a llorar de emoción como él”. Don Rafa es uno de ellos. Siente orgullo que todavía pueda andar corriendo a su edad. A finales de 2017, el Ayuntamiento de Gómez Palacio le entregó un reconocimiento por su carrera como atleta.
-¿Cómo quiere terminar el maratón de su vida? –le pregunto a don Rafa.
-Con satisfacción, dejando una familia unida, que se apoyen.
De la docencia se jubiló hace 19 años. Pero de la sastrería y los maratones no piensa jubilarse. “Esto será hasta que Dios me lo permita. Hasta que Dios me diga ya te necesito para acá, hasta ahí. Él es el que me va a permitir llegar hasta donde él diga”.
LECCIONES DE UN MARATONISTA VETERANO
“Si quieres correr, corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”, Emil Zátopek
¿NEGLIGENCIA MÉDICA?
El 12 de mayo le realizaron una endoscopía y salió con malestares. “Le hicieron un mal trabajo de endoscopía”, le dijo el médico tratante. El 13 de mayo entró a terapia intensiva pero ya no regresó. Falleció de pancreatitis el 14 de mayo. Rafael y su familia interpusieron una demanda por negligencia médica por el mal trabajo de endoscopía y porque consideran que el médico abandonó a Carmen. La demanda está vigente.
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