La grave ofensa del "Coco"

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La grave ofensa del "Coco"

 

Van a decir que este columnista es el clásico pecador arrepentido, acérrimo enemigo de los vicios ajenos, cosa que puede ser cierta en el caso de que esos vicios sean los de personajes públicos, como es el caso de los últimos alcaldes de Parras, personajes nefastos que han pisoteado a este pueblo de gente buena, de la que se puede decir como se dijo en el romance del Cid; “¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si tuviese un gran señor!”.

Y es que hace mucho tiempo que Parras no tiene un gobernante que inspire confianza y respeto, sino todo lo contrario, que la cosa se ha ido degradando al punto donde el alcalde de Parras es hoy tomado a befa y mofa, a choteo y ninguneo.

Si acaso nos gobernara un déspota ilustrado al menos sería un estricto mentor de la cultura y la ilustración. Por desgracia, hemos tenido recientemente a dos alienados sujetos, muy próximos a la imbecilidad.

Y ésto no es un insulto, son ellos quienes nos insultan con su prepotencia y su vulgaridad, con su ofensiva desfachatez y su perniciosa degradación. La conducta de Jorge Dávila Peña, alcalde de Parras, la noche del 15 de septiembre pasado, es motivo suficiente para su defenestración.

Recordemos cuando don Raúl López Sánchez destituyó a un alcalde de Parras porque al citarlo en Saltillo, el munícipe andaba de juerga y faltó a la cita. El entonces gobernador lo mandó arrestar y lo defenestró.

Pero ahora son tiempos de “derechos humanos” y de “municipio libre”, asunto que ha desatado la proliferación de sátrapas locales arbitrarios y rateros, algo que debería ser ya insostenible, porque si el municipio es autónomo en su orden interno, sólo lo debería ser hasta el límite del abuso de autoridad, ya que confundir “municipio libre” con el uso y abuso ilimitado del poder es ir en contra de la voluntad popular.

Y no se trata de ser unos santos cívicos ni de andar profesando “la religión de la patria”, pero al menos tengamos respeto por los que sacrificaron su vida al darnos patria y libertad, aunque suene anacrónico decirlo.

Porque un sólo hecho de la Guerra de Independencia debería ser motivo de solemne gratitud; sucedió cerca de Monclova, cuando Ignacio Allende iba al mando de los insurgentes y fue emboscado por el traidor Ignacio Elizondo —por cierto, tío de Evaristo Madero Marcos— y frente al propio Allende mataron a su hijo, Indalecio Allende, que murió por nuestra libertad.

Luego murieron los demás insurgentes y las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron colgadas por 10 años en la Alhóndiga de Granaditas, por lo que hoy resulta ofensivo que cualquier mamarracho, en completo estado de ebriedad, grite sus nombres en una conmemoración del Grito de Independencia. Es cierto, la coca y el alcohol son muy malos consejeros, también los lenones que rodean al alcalde.

Pero nosotros tenemos la culpa y bien se nos acomodan aquellos versos de Gómez Manrique lamentando el mal gobierno de Castilla, como sucede al Parras de hoy; “Los mejores valen menos / ¡Mirad qué gobernación! / ¡Ser gobernados los buenos / Por los que tales no son! / Los cuerdos huir deberían / De dos locos mandan más/ Que cuando los ciegos guían / ¡Guay de los que van detrás!”.