La gran marcha

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La gran marcha

Ilustracion: Vanguardia/Esmirna Barrera
La Marcha por la Dignidad fue el encuentro popular-político más impresionante que haya visto Saltillo en 440 años

El resultado del conteo rápido de los votos, favorable al PRI, entregado por el Instituto Estatal Electoral, irresponsablemente, produjo como primer fruto la unificación de los otros candidatos al más aventajado. Este fenómeno que nadie esperaba, puesto que entre los cinco de oposición se pegaron muy duro, es muestra de que dejaron de lado la competencia por un puesto político y se unieron para luchar por la justicia y contra la delincuencia electoral.

No repetiré las múltiples muestras de que la elección fue de Estado y de que, como consecuencia lógica, ganó el Estado. Y no hablo del Estado de Coahuila, sino del Estado mexicano. Todos los que tenemos una determinada edad sabemos que las autoridades siempre han ganado las contiendas y no los partidos ni menos los candidatos.

Apenas se había tenido conocimiento del resultado cuando ya los candidatos se unieron contra el mismo. Manifestaron su condena de manera contundente y declararon que se trataba de un robo. Los cinco llamaron a manifestarse a quienes habían votado por ellos y llamaron al pueblo a salir a la calle. Se organizó la más grande concentración de que se tenga memoria en la ciudad de Saltillo, con movilizaciones paralelas en Torreón y Monclova.

Participé en la marcha. Habían dado las 6 de la tarde y todavía se veía algo despreciada. En media hora surgieron millares de personas que empezaron a colocarse en grupos compactos frente al Ateneo. Llegaron primero los abanderados de Morena, Armando Guadiana, y del PAN, Guillermo Anaya, luego se unieron Javier Guerrero, Lucho Salinas y José Ángel Pérez. Ya empezaban a caminar cuando muy apresurados se introdujeron los dirigentes nacionales del PAN. Debo decir que la marcha parecía ser panista por las banderas y el boato de sus militantes. Me apenó que los integrantes de Morena decidieran que no debían engrosar la marcha porque implicaría un apoyo a “la derecha”. Los pocos que encontré dijeron que iban como ciudadanos, no como miembros del partido. ¡Qué susto se pegarían cuando Andrés Manuel López Obrador declaró por la noche que apoyaba la lucha del PAN en Coahuila sin pedir nada a cambio!

Mi hermano y yo esperamos no menos de una hora para incorporarnos. Cuando habían pasado muchos miles vimos un huequito y nos formamos.  

No fue consciente, pero tras nosotros caminaba en plan de pleito el contingente de Monclova. Tuvimos suerte, pues la mayoría eran mujeres y traían un jolgorio envidiable. Gritonas, risueñas, melódicas, aplaudidoras… me hicieron pasar una hora de felicidad. El máximo goce fue escuchar sus versificaciones graciosas a la vez que enérgicas como: “¡Ya llegó, ya está aquí, el que va a chingar al PRI!”

Esto me hizo recordar los años 80 cuando la Sección 147 del sindicato minero Línea Proletaria creó ese tipo de consignas aparentemente agresivas, pero más bien ocurrentes. Recuerdo que cuando apoyaron a la oposición entonaban este verso (imagínelo en la garganta de dos mil mineros): “¡One, two, three: chingue a su madre el PRI!” Luego sucedió lo que debía suceder: el alcalde de oposición ya en el poder no los necesitaba y los despreció. Entonces volvieron a la calle e invirtieron la tonadilla de esta manera: “¡Three, two, one: chingue a su madre el PAN!”

La Marcha por la Dignidad fue el encuentro popular-político más impresionante que haya visto Saltillo en 440 años. Cuando pasamos bajo el puente, el alarido fue la experiencia más conmovedora que he vivido: ni siquiera un concierto de rock, con sus bocinas, podría igualar ese grito de miles de decibeles salido de bocas agitadas y espíritus descorazonados: por poco se levanta el puente… o nos cae en la cabeza.

Mi hermano y yo dentro del contingente todavía no llegábamos al Mercado cuando le llamó mi hermana diciéndole que nos regresáramos, que en la Plaza de Armas no cabía un alfiler. Y, en efecto, la gente tras la que caminábamos no logró dar la vuelta de Allende a Juárez.

Dicen que ganó el Gobierno. ¡Qué desgracia! Ya no sé qué más decirle, estimado lector. Ahora sí que, a pesar de la calor (así decía mi papá, y es correcto), no me calienta ni el sol. Vienen a mi mente las palabras de Cicerón cuando enfrentó a un senador corrupto: “Quid faciam? eloquar an sileam?”, ¿qué haré hablaré o callaré? Yo ya hablé.