La ‘furgoneta’ invisible

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La ‘furgoneta’ invisible

La furgoneta se lanzó contra una multitud anónima pero humana de turistas de todo el mundo en La Rambla de Barcelona. Fue un acto de terrorismo que estremeció a la comunidad internacional. Generó una reacción de asombro, coraje y  compasión por las víctimas inocentes. Un terremoto emocional que surgió de la conciencia de lo humano que todavía existe en el planeta, aunque parezca que ha sido obscurecida y eliminada de los intereses globales: comerciales, bélicos, consumistas y políticos.

En los medios de comunicación tienen preferencia los Tratados de Libre Comercio (que de libre nada más tienen el nombre) y las amenazas atómicas de líderes políticos que juegan (y aterrorizan) con su “botón rojo” como si fuera un juguete infantil, los índices de bajo consumo que son más preocupantes que el hambre cotidiana de miles de millones que visten taparrabos y comen basura. Las luchas por el poder de la corrupción de los políticos son más noticia de entretenimiento que  los cientos de miles asesinados y desaparecidos por los poderes organizados y desorganizados del crimen.

La furgoneta asesina envió un mensaje: recordar a la humanidad la existencia de ISIS, su compromiso de existir con su fundamentalismo radical y su convicción patológica de que su causa es más valiosa que la vida humana. Por lo tanto, la violencia, aun a costa de la vida inocente, es una legítima defensa de sus ataques.

El mensaje fue no sólo repudiado por la humanidad, sino que produjo un efecto contrario: despertó la conciencia del planeta que de nuevo sigue comprobando el proceso de deterioro ético, político, ecológico y de justicia social que avanza en progresión geométrica a una velocidad sólo comparable con la explotación de los seres humanos por una minoría humana.

No bastan las frases de repudio que los líderes mundiales repiten de manera tan automática que parecen mensajes de autohalago más que de una toma de conciencia que los lleve a ejecutar cambios estructurales en leyes, presupuestos e instituciones públicas y privadas que defiendan el  principio fundamental antiterrorista: “ninguna causa está por encima de la vida humana”, ni las utilidades de la producción industrial ni el salario miserable de la mano de obra del tercer mundo ni las leyes que promueven el aborto ni la educación pública y privada, que en lugar de cultivar el carácter y la vida humana, enriquece los bolsillos de líderes y comerciantes de la educación.

La furgoneta fue conducida por fundamentalistas conscientes de su compromiso de generar un terror evidente y explícito. Ojalá que también revele a la sociedad alarmada el “terrorismo socialmente legitimado” que también asesina de manera silenciosa y razonada a millones de seres humanos con la justificación de que el fin económico, político o comercial justifica el uso de cualquier medio que enferma, explota o destruye la vida humana.