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La fuerza dormida

Una tarde de 1978 mi madre me llevó al cine a ver “La Guerra de las Galaxias”. A los 15 minutos de iniciado el filme ya estaba dormido en mi butaca.

No es que no me interesara en la película, todo lo contrario, la distribuidora envió al Cine Palacio suficiente material de promoción para que hasta un niño de cinco años intuyera que aquel no era un estreno ordinario.

Los personajes me parecieron instantáneamente cautivadores, los “droides” por supuesto, el implacable y oscuro villano con su inexpresivo pero aun así malvado rostro de máquina y aquella galáctica princesa de chongos raros.

Me recobré de mi letargo para ver algunos momentos clave que me ayudaron a salir con una idea muy vaga de lo que había presenciado.

De alguna manera, aun sin elementos para juzgar la calidad de la película en cuestión y sin experiencia en fenómenos sociales, pude también anticipar que su legado iconográfico se incorporaría definitivamente a la cultura popular.

Para cuando se estrenó la tercera entrega, Episodio VI, “El Regreso del Jedi”, dos cosas habían cambiado: no necesitaba más ir de la mano de un adulto al cine y ya era perfectamente consciente de la importancia que esta saga fílmica revestía.

Pero pronto cayó George Lucas en la tentación de restaurar los tres filmes para su lanzamiento en VHS y la verdad es que mucho lo agradecimos. Pero aquello sólo fue la antesala para el reestreno en cines de las versiones digitalmente retocadas, lo mismo en salas como en DVD (un amigo ya perdió noción de en cuántos formatos ha comprado la trilogía original).

Pero si las restauraciones fueron bien recibidas, las reediciones con enmiendas digitales causaron la primera indignación. Eso no medró el ánimo de Lucas quien, con híper bombo y platillo láser, lanzó al mundo el capítulo inicial de esta epopeya, el génesis mismo de la aventura, el Episodio I, “La Amenaza Fantasma”.

Yo no sé cómo describir mi malestar y decepción, aunque quizás sean justo las palabras precisas para definir lo que yo y millones experimentamos luego de ver a nuestra infancia eslabonarse irremisiblemente a un producto fabricado sin espíritu ni corazón; con un guión al servicio de los efectos visuales, cuando la lógica exige que esto obre a la inversa.

En vez de maquillaje de fantasía o animatrónicos, nos ofrecieron novedosos personajes enteramente generados por computadora, pero sin profundidad o dimensiones. Y es que ningún nerd informático, por experimentado que sea, puede dotar de alma a lo que nació sin vida. Las secuencias de acción, liberadas ahora de las limitaciones técnicas de dos décadas atrás, eran a no dudar trepidantes, pero cuando constituyen los momentos cumbre de una historia tan floja como absurda, resultan cansadas.

Y así, el boleto de los Episodios II y III los pagó la secuencia de créditos inicial, la obertura de John Williams con su correspondiente prefacio en títulos amarillos caminantes en fuga sobre un sendero estelar. Ello valía la vuelta al cine, porque el contenido resultaba magro y no muy suculento.

Durante un buen tiempo me cuestioné sobre si acaso me había vuelto demasiado adulto para el disfrute de cintas de esta naturaleza. Pero mi devoción y respeto por las primeras pelis seguía intacto.

Entonces era nostalgia, una personal añoranza por mejores tiempos. ¡Tampoco!  Es simple, llana y objetivamente que la suma de aciertos y errores tiene un saldo favorable en la trilogía IV, V y VI, en franco contraste con la terna I, II y III.

Los aciertos de Lucas fueron: saber amalgamar en un argumento la mística samurái de las películas de Kurosawa con el ambiente de las cintas clase B de ciencia ficción, trabajar con lo artesanal (animatrónicos, maquillaje, miniaturas, props) y saber cuándo ceder la batuta del director.

Sus errores fueron pensar que el público estaba tan hambriento como él de efectos digitales y supeditar su obra a lo que no es sino un accesorio narrativo, pretender que tenía que representar en su universo a cada etnia del planeta resultando en un montón de personajes olvidables en el mejor de los casos, virar el argumento hacia una especie de drama bélico-políticoburocrático y aferrarse a la silla del director, cuando su filmografía nos demuestra que es un gran productor, pero un realizador más bien cuestionable.

Cansado de defender su obra, Lucas decidió mejor vendérsela a Mickey Mouse, quien delegó a su mago J.J. Abrams “El Despertar de una Fuerza”, que lleva cerca de 30 años dormida.

Pero allí está, esa misma Fuerza que le da al jedi su poder, ese campo de energía creado por las cosas vivientes, que nos rodea, nos impregna y mantiene unida a la galaxia, esa fuerza que hace casi cuatro décadas descubrimos que llevamos dentro, nos reunirá esta noche en las salas de cine de todo el mundo.

El resultado ya no puede ser (más) desastroso. De hecho le apuesto a que será entre bueno y excelente, y “Star Wars” recuperará su estatus de franquicia redituable. Sin embargo, sólo una cinta está convocada a ser nombrada clásico y parte de la Historia Fílmica y esa la vi entre sueños hace casi 40 años.