La fuerza de los mayas

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La fuerza de los mayas

Alejandro Medina
A todas luces los hoteleros españoles se llevan la mayor parte de la utilidad y el turista no deja una derrama económica en las comunidades, ni siquiera propinas a los mexicanos

Visitar el sur de México es algo que siempre me mueve las entrañas. Hace años estuve en plan familiar en un hotel de la Riviera Maya con la oferta de all inclusive y fue una mala experiencia, porque a todas luces los hoteleros españoles se llevan la mayor parte de la utilidad y el turista no deja una derrama económica en las comunidades, ni siquiera propinas a los mexicanos que los atienden.

En este marco bárbaro en el que Cancún –que fuera una comunidad perdida en Quintana Roo– surge a partir de 1969, aunque oficialmente desde 1985, y que a un poco más de 50 años casi cuenta con un millón de habitantes, la población maya se sigue desdibujando ante los ojos ignorantes de los mestizos y extranjeros que los observan y les llaman “mayitas”.

Estuve en Chanchen, comunidad maya localizada en el municipio de Tulum. Ahí estaba el alcalde Víctor Mas Tah, quien habló su lengua nativa en la inauguración de un centro de seguridad. Él estudió la carrera de contador público en Nuevo León y uno de sus hijos es estudiante de una universidad nuevoleonesa.

En Chanchen conviví con la familia de Pedro Pablo Dzib Canul gracias a las gestiones de Manuel Figueroa, joven empresario que preside el Comité Pueblo Mágico de Tulum. Fue una experiencia memorable por muchas razones. A los visitantes nos permitieron estar en la cocina de la casa bajo un techo de palma de la región.

La cocina maya se integra por un horno de características autóctonas sobre el que hay comales. Las cuatro mujeres que elaboraron la comida en perfecta sincronía sentadas en círculo a un lado del horno iban preparando los testales y luego haciendo perfectas tortillas circulares. Paralelamente también prepararon huevo revuelto con chaya, chirmole, frijoles colados, atole de maíz, agua de naranja agria con miel de abeja, frijoles colados, sikil pac (algo verdaderamente delicioso hecho con tomate hervido, semillas de calabaza, cilantro y cebollín) y un postre de camote con miel.

El agua de naranja la tomamos en jícaras que montaron sobre bases circulares para que se asentaran equilibradamente. Observé que en ningún momento las mujeres tuvieron entre ellas un disenso, más bien había una armonía mística entre ellas, como sacerdotisas sabedoras del arte gastronómico de sus mayores.

Lo mejor de la convivencia fueron los niños que estaban presentes, más o menos un grupo de dos niñas y tres niños que nos preguntaban de una manera cercana. Manuel Figueroa jugó con ellos y los ojos infantiles brillaron mientras sus mentes aprendían nuevas palabras.

A la pregunta de ¿qué quieren ser de grandes? Jesús contestó: albañil. Su primo, un poco mayor, dijo que taxista. Ese es el marco de referencia de los niños mayas. Sería magnífico haber escuchado nombres de profesiones, pero en las respuestas de los niños sobre sus aspiraciones se ve el rezago educativo que tienen los infantes mayas.

Y a pocos kilómetros la voracidad inmobiliaria ha propiciado la danza de los millones de dólares, pues en muchos sitios el metro cuadrado es más caro que en colonias como Polanco en la Ciudad de México o la colonia del Valle, en San Pedro Garza García, Nuevo León.

Apabulla el lujo de lugares como Azulik un concepto de hotel restaurante de impactante construcción orgánica con precios en alimentos a la altura de su exclusiva arquitectura, pero quién querrá comer ahí después de haber disfrutado del manjar de las sacerdotisas mayas.