La filosofía del guaifai

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La filosofía del guaifai

Comienzo dando testimonio: la vida existe más allá del internet, las redes sociales, el correo electrónico, el teléfono celular y, en general, más allá de eso a lo cual llamamos “conectividad”.

Bueno: tampoco podía ser de otra forma. La vida ha existido en este mundo a lo largo de milenios sin electricidad siquiera, ya no digamos con banda ancha gratuita en los parques públicos.

Vale la pena detenerse en el detalle, porque la conectividad es un invento realmente muy nuevo, pero ha irrumpido en nuestras vidas con una potencia capaz de hacernos olvidar la época en la cual podíamos tranquilamente transitar por el mundo sin maldecir por la pésima calidad de la red del clímax cuádruple… o anhelando el encuentro con el próximo “punto caliente”.

Hoy es (nos parece) imposible vivir “desconectados”. Parafraseando a Descartes (y corrigiendo la plana de paso), hoy decimos “navego, luego existo”.

Generacionalmente no pertenezco a la sub especie del homo sapiens cuya existencia misma ha sido definida por el internet pero, como he dicho ya en ocasiones anteriores, a mi me gusta el mundo conectado. Detesto algunos de sus productos (como el feisbuc, por ejemplo), pero en general prefiero el mundo con internet.

Con el inicio del año, sin embargo, tuve oportunidad de una experiencia singular: experimentar el mundo “desconectado”. Pero no fue una desconexión planeada, hecha a propósito, sino una totalmente involuntaria, forzada por las circunstancias.

La desconexión, debo decirlo, fue sólo la mitad de la experiencia. La otra parte corrió a cargo de un libro con el cual me encontré en el acostumbrado periplo de fin e inicio de año al cual doña Cyntia -mi esposa- y acá, su charro negro, nos entregamos desde hace algunos ayeres.

“La aventura de pensar”, se llama el volumen y es de la autoría del más didáctico de los filósofos contemporáneos: el vasco Fernando Savater. Una delicia de lectura gracias a la cual uno se familiariza con lo más importante de la historia de la filosofía, de Platón pa’cá.

De forma irremediable, a uno le da por pensar. Las preguntas comienzan a surgir y al correr de las provocaciones a uno se le vienen ocurriendo algunas respuestas. Se pasa revista a la historia de Descartes, por ejemplo, y uno se convence de cómo la existencia se define a partir del ejercicio intelectual.

Luego se echa un vistazo a las ideas fundamentales de John Locke y David Hume y uno se contagia de empirismo, particularmente en lo relacionado con la noción del presente, una noción a la cual sin duda es necesario regresar a filosofar en virtud del elemento perturbador introducido por la conectividad.

En efecto: si el mundo sólo puede ser el aquí y el ahora, porque la realidad es sólo sensorial y nos llega exclusivamente a través de la experiencia, entonces los humanos de la era digital estamos intentando -sin proponérnoslo ni estar conscientes de ello, desde luego- algo así como fragmentar el presente.

El intento es inintencionado e inconsciente porque para percibir el fenómeno resulta indispensable desconectarse -sin proponérselo- del mundo… y llevar consigo un libro de filosofía.

Entonces el asunto aparece nítidamente ante uno: efectivamente el mundo existe sólo aquí y ahora, pero las redes sociales nos han conducido al intento -más o menos vano- de pretender habitar no uno, sino varios presentes en forma simultánea, con un agregado de complejidad: todos ocurren “ahora”, pero no todos ocurren aquí.

Estamos irremediablemente atados -al menos por ahora- al aquí, pero nos resistimos desesperadamente a ello. La conectividad nos ha hecho conscientes -como nunca- de la existencia simultánea de muchos ahora cuyo devenir no es aquí, pero además nos permite conocer sus detalles y eso les vuelve, al menos a algunos de ellos, absolutamente irresistibles.

Siempre hemos sabido -al menos desde el comienzo de la historia- de la existencia de otros ahora. Y hace buen tiempo existen medios -los libros y los viajeros son buenos ejemplos- a través de los cuales hemos podido acceder a algunos de sus detalles.

Pero hasta antes de la internet -hasta antes de las redes sociales, o hasta antes de la conectividad- la circunstancia no se había revelado en toda su contundencia y no se había vuelto una aspiración el habitar más allá del aquí, pero sin movernos de aquí…

O a lo mejor todo este choro pseudofilosófico no es sino la prueba del acierto de George Santayana al hablar sobre el dramatismo con el cual vivimos los humanos y por eso, ante la ausencia de guaifai, hacemos un drama “que no proviene de la realidad misma… sino de la confrontación de nuestros proyectos y anhelos con la característica crudeza de lo real… El drama es pues la conmoción emotiva que nos provoca la indiferencia del mundo en lo tocante a las importantísimas demandas planteadas por nuestro espíritu…”.

Vaya: que nos hemos desconectado y el mundo ha seguido girando…

¡Feliz año nuevo!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter:@sibaja3