La fiesta de los operarios

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La fiesta de los operarios

¿Qué comparten en estos días el Cristo del Corcovado y el Santo Cristo de la Capilla?

Comparten una fiesta de pueblo, de danzas de Samba y matlachines con su música repetitiva, tamboril, corporal, de un ritmo suave que se mete en el alma y no se queda en la estridencia. De danzantes acompañados de maracas, y maracas indispensables para la inspiración de sus bailes llenos de vitalidad y de fe absorta por el entusiasmo.

Es la fiesta de la fe y la fiesta del espíritu humano: de la trascendencia, del esfuerzo incansable, de la disciplina, de la paz y la fraternidad universal. Es una fiesta que recoge el esfuerzo que cada día se enciende incansablemente no solamente en la pista sino en cada hogar para trabajar y crecer, para educar y fortalecer al ser humano. Una fiesta que no celebra solamente los logros deportivos, sino que dilata la pupila para descubrir horizontes humanos desconocidos en constante estado de evolución. Una fiesta que lo impulsa a vivir “altius, citius, fortius” (“más alto, más rápido y más fuerte”).

El ejercicio del deporte y sus medallas no son un fin en sí mismos, nadie nace para ser solamente deportista, nace para ser humano. El proceso para convertirse en ser humano no es divergente sino convergente con el proceso de forjar un atleta de excelencia. No se puede cultivar el cuerpo y la habilidad atlética sin cultivar la conciencia y la fortaleza de su espíritu. El ejercicio deportivo es un excelente medio para cultivar las características que nos convierten en seres humanos: la consistencia, la honestidad, el respeto, la tolerancia al sufrimiento y al error, y la humildad que nos hace solidarios.

Este es el ideal de lo humano que comparten ambos Cristos desde la Capilla y desde el “Corcovado”. La fiesta es una explosión de la alegría que celebra la ejecución de ese ideal mediante el esfuerzo cotidiano del trabajo responsable, del amor operativo y de la fraternidad silenciosa del aula, del taller y del barrio.

Todo mundo se merece gozar esta fiesta. Todos los que se esfuerzan por conseguir “el pan de cada día”, los que aspiran por algo “más alto” para sí y para los demás, los que no están satisfechos con el miserable “salario mínimo” económico, moral, académico, social y político, los que demandan “la rapidez en la evolución” educativa, laboral, cultural y espiritual, los que construyen con su trabajo cotidiano una sociedad, una economía, una familia, un Gobierno, una espiritualidad realmente “más fuerte”.

Todos esos atletas anónimos que no reciben ninguna medalla parecen ser meros espectadores de la fe y de la Olimpiada, en realidad son los ejecutores humildes y silenciosos que construyen los estadios maravillosos, la Catedral secular, la familia y todos los contextos que cuidan de la humanidad. 

Son los operarios que comparten el Cristo del Corcovado y el Santo Cristo de la Capilla.