La fe del dictador

Usted está aquí

La fe del dictador

El dictador y su Gobierno habrían invertido más recursos y esfuerzos en validar la supuesta “medicina tradicional”

En 1966, Mao Tse-Tung (ahora se dice Mao Zedong, pero yo por nostalgia me quedo con la pronunciación tradicional) inició lo que denominó la Revolución Cultural.

Fue durante esta revolución cultural que el gobierno del dictador acabó con los científicos e investigadores chinos, porque los consideraba parte de una élite burguesa. 

¿Se imagina usted a un mandatario tan necio y retrógrado como para que, en pleno siglo 21, abrace esta misma política bajo la misma justificación demagógica? 

¡Oh, santo cielo! ¡Quién lo diría!

Pero espere, la verdadera analogía con nuestra realidad viene más adelante: Cuando Mao se percató de que tenía que prestar servicios de salud básicos a una población enorme, de varios cientos de millones de chinitos.

Reconoció Mao entonces que los trabajadores de la salud eran insuficientes y que una gran parte de la población tenía que recurrir a “la medicina tradicional china”, por lo que se pronunció por la unificación de esos conocimientos ancestrales.

Por supuesto, esta unificación habría requerido un enorme esfuerzo de ciencia e investigación que organizara, discriminara y validara lo que pudiese tener algún valor, de entre todas las formas de curación ancestral rastreables en un país tan vasto y enorme como China.

Pero como ya dijimos, el desprecio clasista de Mao por la ciencia y la investigación era manifiesto, así que la unificación de la medicina tradicional china cayó en una comisión de burócratas que, sin método, arrojaron un compendio que jamás fue avalado científicamente; pero eso fue todo lo que el Líder de la Revolución y fundador de la República Popular China, le ofreció a su pueblo como alternativa a un sistema de salud eficiente y moderno.

El dictador y su Gobierno habrían invertido más recursos y esfuerzos en validar la supuesta “medicina tradicional” que en la propia configuración de la misma. 

Tanto le presumía don Mao al mundo los enormes beneficios de la curandería tradicional que en occidente (o como sea que se le llame hoy en día a esa porción del mundo donde no comemos con palillos), muchos acabaron por creer firmemente que la sabiduría ancestral china guardaba una verdadera y efectiva alternativa a la medicina real, alopática, de laboratorios y farmacéuticas. 

De allí que hoy en día prosperen en el amplio catálogo holístico, un montón de disciplinas pseudo curativas con la que los charlatanes despelucan a la gente crédula, ya sabe usted: Aromaterapias, curación con cristales, sanación por ángeles, reiki, cromoterapia, iridología, reflexología, chakras, orinoterapia y pilates. Y hasta aquí mi lista, pero súmele su preferida y de seguro tiene cabida en cuanto a que, pese a las maravillas que puedan decirse de una u otra, ninguna ha podido demostrar su efectividad en los términos que el camino de la ciencia dicta.

Conocer este aspecto del régimen del dictador comunista me hizo perfecto sentido con la postura asumida al inicio de la pandemia por la 4T, presunta transformación de la que nada se conoce que quede fuera del criterio de su líder e ideólogo, Andrés Mao-nuel López.

Todavía hace un año, la actitud del Presidente de México era bastante incrédula y socarrona ante la pandemia mundial, lo bastante como para instar al vasallaje -fieles y malquerientes- a salir y abrazarse, comer en las fonditas, etcétera.

Luego vino su alarde de los amuletos -los famosos detentes- y la supuesta inmunidad que brinda la honestidad: “No robar, no mentir, no traicionar, eso ayuda mucho a que no te dé coronavirus”.

Siempre tratando de imponer el dogma del pensamiento mágico-cristiano (si obras bien y eres buen hijo de Dios la vas a librar), pedirle a un pueblo depositar su confianza en talismanes y en la voluntad divina parecía sólo uno de los muchos disparates que a diario larga y que deben tomarse medio en broma y medio en serio (aunque es imposible qué porcentaje de seriedad hay en sus palabras en cada caso).

Pero a la luz del antecedente de Mao, me parece que AMLO lo que hacía era preparar a su pueblo, bueno y sabio, para la inminente catástrofe sanitaria que se nos venía, ofreciéndole una “alternativa” al sistema de salud que a todas luces habría de ser insuficiente: la fe.

Dicho en otras palabras: “Mexicano, agárrate de tu fe, encomiéndate a tu santo patrono y ten en orden tus asuntos con Dios, cuya sabiduría es más grande que lo que el Gobierno te pueda ofrecer”.

Es sólo mi lectura, pero la considero tan válida como cualquiera que pueda hacerse sobre el ambiguo discurso de un mandatario tan extraviado ante el peor escenario sanitario mundial en un siglo.

Y ya sólo para redondear, sepa que el gran dictador Mao no era tan zopenco como para recetarse a sí mismo la medicina tradicional que le embutió a su pueblo a falta de un servicio de salud suficiente. Mao siempre se trató con doctores alópatas, formados en ciencia occidental, con medicina de marca y de farmacéutica.

Como es obvio que el reyezuelo de Palacio Nacional, cuando enfermó de COVID (si tal cosa fue cierta), no se curó con talismanes, milagros, estampitas ni actos de fe, sino con el mejor tratamiento que el poder y nuestros impuestos le pueden conseguir a un Presidente.