La familia revolucionaria

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La familia revolucionaria

Los procesos electorales le quitan lo tedioso a la vida. Es divertido presenciar el espectáculo que protagonizan los contendientes de todos los partidos por ganar las preferencias de los electores. Campañas de lodo les dicen. Lo cierto es que sin esas campañas, las elecciones serían aburridas.

La semana que terminó, en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), rindieron protesta los candidatos a presidentes municipales, diputados locales y mientras escribo estas líneas, rinde protesta su candidato a la gubernatura del Estado.

Los eventos que organiza el PRI son insuperables. Acude gente de todas las clases sociales. Los funcionarios públicos se ponen de acuerdo para congregarse en un punto y arribar juntos, “para demostrar unidad”, como suelen decir.

La gente de las colonias llega en autobuses, ya en el interior de los recintos se organizan para lanzar porras a los candidatos. El tamaño de la porra va en relación con la popularidad del personaje. Esos actos se convierten en un concurso de simpatías. Siempre gana la porra mejor aceitada… con lonches y billetes, según los comentarios rabiosos de las redes sociales.

Las matracas no pueden faltar: son nuestra versión del bongó o cacerolazo de los países sudamericanos. Los elegidos ocupan las primeras filas, las destinadas para delegados especiales, empresarios, políticos provenientes de otros estados y dirigentes nacionales de las distintas organizaciones. La gente desde las graderías ve con admiración cómo los integrantes de la crème de la crème se saludan con estruendosos abrazos y rítmicas palmadas en la espalda. Se escucha el afecto.

Llegar a esos eventos que aglutinan gente de todos los sectores es toda una odisea. El tráfico se congestiona en los alrededores donde se llevan a cabo las reuniones, la gente que llega en vehículo particular lo deja a varias cuadras de distancia para arribar a pie.

Los reporteros se dan vuelo entrevistando a los funcionarios en la banqueta. Los fotógrafos no pueden dejar de captar las imágenes de los políticos saludándose y mostrando sus adhesiones.

La gente utiliza sus teléfonos para tomarse las tradicionales selfies, con las que inundarán las redes sociales. 

Una selfie dice mucho, lo dice todo, es el recuerdo patente del apoyo en época electoral. Fidel Velázquez acuñó la histórica frase: “el que se mueve no sale en la foto”. En estos tiempos, el que no se toma la selfie no sale en la nómina. Una selfie en las redes sociales puede significar este sábado, tres o seis años de abundancia.

La capacidad de organización del PRI —hasta ahorita— es única. Aglutinar en torno a un candidato a gente de las colonias, campesinos, obreros, taxistas, empresarios, en una cascada de lealtades, simboliza prácticamente el control total de la sociedad coahuilense.

El PRI es un partido que por su capacidad de organización logrará acreditar representantes en todas sus casillas, no solo de partido, sino de candidatos. Hay partidos, si así se les puede llamar, que difícilmente encontrarán gente para postular a todos los cargos. El PRI tiene la capacidad de organización que en Coahuila ha promovido la creación de otros partidos, para ir en coalición. El PRI es un partido que crea partidos.

En Coahuila, desde hace varios años se hizo costumbre que los funcionarios públicos emanados del PRI rindan protesta con la mano izquierda. Aunque muchos desconozcan a qué se deba ese cambio en el ritual, otros lo hacen más por imitación que por convicción. Algunos funcionarios partidistas apenas salen del estado, se olvidan rendir con la izquierda. Está publicada una fotografía, da cuenta de los miembros de una delegación de priistas, apenas llegaron a la Ciudad de México, protestaron con la derecha.

Otra seña que he visto en las fotografías de los eventos —y esto pasa en todos los partidos—, la gente se toma de las manos y las levantan exhibiendo los sobacos. Esas imágenes me recuerdan el extraordinario texto publicado por el escritor Guillermo Sheridan en febrero del 2012, en la revista Letras Libres: “…los presidenciables, gobernadorables, diputeables y senadeables, enseñan las orondas axilas en público, como si fueran constancias de pericia política y visto bueno para gobernar: ¡Tenemos proyecto, tenemos futuro y –por si fuera poco– tenemos axilas!”.

En la antigua Roma, el Cesar levantaba la mano derecha cuando se dirigía a las multitudes. Yo me pregunto: ¿tendrá algún simbolismo en la actualidad exhibir los sobacos en los actos políticos? Dijo una lideresa de colonias la otra vez: “Mira al diputado: con las manos en alto tiene cuerpo de perro parado en dos patas”.

www.jesuscarranza.com.mx.