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La evolución de lo naco

El valor otorgado a esta palabra es por todos entendido, pero su uso ha caído en lo políticamente incorrecto. yo me cuidaría de usarla

Lo naco es lo que el consenso entiende como opuesto al refinamiento y al buen gusto. Naco significa vulgar, ordinario, de poco mundo y escasa elegancia. Naco es sinónimo de mamarrachada.

         Tres hechos sobre la naquez:
         1. Los nacos no son un fenómeno exclusivo de México. En todos lados hay gente de pobre criterio, gustos rupestres y nulo interés por toda forma elevada de cultura. El ejemplo más a la mano lo tenemos al otro lado de nuestra Frontera Norte. 
Conocidos como “red neck”, el lumpen caucásico o los blancos pobres de familias disfuncionales en Estados Unidos son sinónimo de ignorancia y prejuicios, constituyendo así el principal activo para que Donald Trump llegue a la Casa Blanca.

         2. Los nacos no se circunscriben en exclusiva a un solo estrato social. Por supuesto hay nacos pobres pero, muy cercanos a sus aficiones e intereses se encuentra el otro extremo de la escala socioeconómica la gente adinerada que es tan ramplona y ridícula como vestido de quinceañera marginal. El dinero no garantiza tener clase, misma que podríamos definir como la síntesis de la sobriedad y la educación en un sentido amplio.

         3. Lo naco, o mejor dicho, la percepción de lo naco, evolucionó en la última década: de considerarse un insulto, ahora es bastante aceptado y hasta se celebra como una jocosa forma de contracultura, cuya filosofía podría resumirse en las leyendas de las playeras de la compañía NaCo.

         El adjetivo y sustantivo, antes peyorativo hoy considerado “chido” (otra palabreja para 
desmenuzar), supone ser una contracción de “totonaca” (sí, el pueblo indígena mesoamericano) y, hasta donde yo recuerdo, fue popularizado en los años 70 por el comediante Luis de Alba como chiste recurrente de uno de sus personajes más populares, que parodiaba a los juniors de la época junto con su desprecio por la clase media.

         El valor otorgado a esta palabra es por todos entendido, pero su uso ha caído en lo políticamente incorrecto. Yo al menos me cuidaría muchísimo de emplearla en público o a la ligera porque se podría fácilmente volver en mi contra, y es que todos en mayor o menor medida abrevamos de la cultura popular y tenemos nuestros gustos culposos. El mío son los Ángeles Negros, refiriéndome a la agrupación chilena formada en la década de los años 60; los Azules no me revisten el menor interés (aquí el color resulta de capital importancia).

         ¿Cuál es el suyo? ¿Las películas de Zayas o las de “Hangover”? ¿La cerveza light o el brandy con refresco de cola? ¿Ver Sabadazo o el Señor de los Cielos? Por favor, ya que estamos en confianza siéntase libre de compartir.

         Por ello decía que es muy comprometedor calificar a algo o a alguien de naco. Y si resulta aventurado para uno, simple pieza del rebaño, imagínese lo que un gobernador se arriesga endilgando este epíteto, en especial si su currículum se adorna con la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos en el Congreso de la Unión  y la coordinación de idéntica comisión en la Conago.

         “¡Qué nacos!”, dijo el Gobernador de Coahuila en alusión a los narcocorridos, y la verdad es que no se necesita ser curador de arte para compartir esta opinión con Rubén Moreira. 
Pero en su caso, luego de ser pronunciada, la palabra en cuestión sólo coge fuerza y como bumerán se regresa para golpearle con gran fuerza.

         No sólo su cargo y comisiones en materia de derechos humanos deberían haberle disuadido de emplear un adjetivo peyorativo que no puede limitarse a un catálogo de canciones como si éstas fueran producto de la generación espontánea y nadie las disfrutara.

         Hay que recordar que el mismo Moreira Valdez utilizó durante su campaña como candidato a 
Gobernador del Estado un concepto que explotaba la estridencia visual y semántica con un eslogan que hacía apología del pleonasmo y la incorreción gramatical, propia de la gente de pocas luces: “¡Más Mejor!”

         Pero sobre todo, me parece imposible soslayar que no haya  juzgado con la misma dureza aquel numerito demagógico con que su hermano y predecesor, Humberto Moreira, exaltaba los sentimientos de las clases populares.

         El Mandatario Estatal bailando colombianas, no por el regocijo propio de la danza, sino como estrategia para conectar y ganar la empatía de los sectores más vulnerables. ¿No le pareció naco entonces aquel deplorable espectáculo?

         No. De hecho, creo que Moreira Valdez era en aquel momento su más entusiasta defensor y el tono de su posterior campaña política estuvo en la misma línea de exacerbación de los valores más pedestres del electorado.

          El Gobernador de Coahuila denuesta con sus palabras a un importante segmento de esa sociedad 
en cuya equidad debería en cambio estar trabajando, pero sobre todo, carece de solvencia moral para tachar algo de chabacano, soez o corriente, pues ha sacado partido de estos atributos cuando así le ha resultado provechoso.

         Su ligereza ameritaría una disculpa pública. Pero sabemos perfectamente que nuestros políticos lo pueden todo, excepto exhibir algún gesto de humildad.

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