La errata de imprenta y la errata digital

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La errata de imprenta y la errata digital

Algo positivo está dejando la comunicación a distancia además de posibilitar la reunión de dos o más, incluso cientos de personas que pueden estar conectadas a un evento electrónico y permanecer en diferentes lugares de la Tierra o diferentes espacios en la misma ciudad. Algo más que la facilidad de dictar una conferencia desde tu propio escritorio y ser visto y escuchado por una lejana audiencia interesada; la de impartir una clase a un grupo de alumnos de cierto grado escolar, o la de escuchar y ver interactuar a varios panelistas en una mesa de trabajo. Algo más que facilitar una entrevista de trabajo sin salir de la oficina, el encuentro de una familia a través de una plataforma, la reunión de miembros de una asociación en una asamblea o la de un jurado para deliberar. Y si lo anterior se refiere propiamente a la oralidad, la comunicación mediante mensajes por redes como WhatsApp, Facebook o Instagram es más positiva todavía al propiciar la vuelta a la escritura y con ella la posibilidad de mejorar el lenguaje, la ortografía, redacción y sintaxis y el aumento del vocabulario.

La comunicación por WhatsApp tiene sus bemoles. Sobre todo cuando está activado el diccionario y el mismo equipo se encarga de completar la palabra que según su limitada capacidad cree queremos usar, o cuando de plano decide cambiarla por otra. El riesgo mayor es una comunicación oficial mal redactada, porque al prestarse a diversas interpretaciones puede crear un serio problema a la organización de la cual surgió.

La imaginación poética de Pablo Neruda creó bellas metáforas para referirse en su poesía a los objetos y las cosas cotidianas. Entre las muchas que utilizó, al serrucho lo llama “violín del bosque” o “pájaro de aserrín”; al fuego “ladrón de leña” y “callado bandolero”; a la madera “columna de aroma”, y al diccionario: “granero del idioma”. Y granero del idioma son las erratas en los textos impresos o digitados en las redes.

Una errata surge cuando las palabras se convierten en otras que no eran, cuando se plasmaron mal escritas en el momento de imprimir o editar digitalmente un texto y pueden llegar a darle un significado diferente y en ocasiones opuesto. El miedo a las erratas hizo que las editoriales en sus buenos tiempos contrataran a prestigiados escritores para la corrección de las pruebas antes de pasarlas por los cilindros entintados de la prensa. El mismo Shakespeare encontró en el oficio una fuente de ingresos. México ha dado escritores-tipógrafos de gran pericia en el arte de la corrección y la edición, Genaro Estrada, por ejemplo.

Alfonso Reyes cuenta en su libro “La Experiencia Literaria” algunas anécdotas sobre la errata y la llama “especie de viciosa flora microbiana”. Narra que antes de que se le formara el callo del oficio apareció cierto libro suyo tan plagado de erratas que a él le hizo caer en cama con una fiebre nerviosa, y a don Ventura García Calderón escribir un irónico epigrama al respecto: “Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañadas de algunos versos”. La expresión afortunada de García Calderón se hizo célebre en el tema de la errata de imprenta.

Reconoce don Alfonso tres erratas que beneficiaron su obra. Un verso en el que él había escrito “Más adentro de la frente”, resultó en el más sugestivo “Mar adentro de la frente”, y de otro en el que escribió “De nívea leche y espumosa” resultó el mejor “De tibia leche y espumosa”. La tercera errata surgió en un ensayo en el que Reyes se refería al descubrimiento de América. En la frase “La historia, obligada a describir nuevos mundos”, la imprenta estampó la palabra “descubrir” en vez de “describir” y le dio mejor sentido al texto.

Si antes las erratas surgían de las manos de los correctores, hoy brotan como hongos de los sistemas operativos de los celulares y en raras ocasiones embellecen un texto o un mensaje escrito a la carrera, con pobre redacción y sin revisar.