La encrucijada de Venezuela

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La encrucijada de Venezuela

No se puede construir un Estado social democrático negando, obstaculizando o suprimiendo la competencia electoral.

El “modelo chavista” llegó al límite y el gobierno se enfrenta a una encrucijada: aplastar a la oposición o aceptar el camino del cambio por vía de la política democrática, de la negociación y el compromiso. A menos que suprima la vigencia de las instituciones electorales el chavismo se topará con la consabida, pero negada verdad de que la democracia es parte de la canasta básica de la justicia social. Su negativa a reconocerlo a menos que disponga abrumadoramente del poder es la peor de las suertes para el Estado Venezolano, y para América Latina. Argentina y Venezuela ya lo demostraron: no se puede construir un Estado social democrático negando, obstaculizando o suprimiendo la competencia electoral, la alternancia en el poder, la libertad de expresión y asociación. En una palabra, suprimiendo la libertad del pueblo para gobernarse con arreglo al principio de mayoría y, muy importante, con el respeto irrestricto a los derechos de la minorías, que se ha violentado sistemáticamente en ese país. 

En la instalación de la Asamblea Nacional con mayoría opositora se crispó la minoría chavista, por la iniciativa del presidente de la Asamblea, Henry Remos Allup, de secularizar el recinto parlamentario retirando las imágenes de Hugo Chávez y del Simón Bolívar que se inventó. El primitivo acto de sacralizar el Estado es equivalente a que en el parlamento inglés se veneraran las imágenes de Churchill o en el Congreso de Estados Unidos las de Ronald Reagan o de Sam Houston (El Cuervo). El culto a la personalidad es propio de Estados totalitarios, como el soviético, donde se veneraba a Lenin y a Stalin, el Nazi con Hitler o el Chino con Mao. Las repúblicas democráticas son seculares o no lo son. La rabia enceguecida del chavismo se transformó en la intención de dar un golpe de mano haciendo que el Tribunal Supremo suspendiera la validez de los actos del Parlamento, pero hasta ahora ganó la prudencia. 

Los resultados electorales en Venezuela son el final del apoyo mayoritario a las políticas de Nicolás Maduro, que han conducido a Venezuela al naufragio. La oposición coaligada asumió 109 escaños y el oficialismo 54, ya descontando los tres diputados de oposición y uno chavista, cuya elección ordenó reponer el Tribunal Electoral. Si se repite el resultado, la oposición tendrá mayoría constitucional, como ya lo indicaba el dato original sin el descuento de los cuatro. En todo caso, aún así la composición de la Asamblea ha quedado en proporción de tres a uno. 

Hasta el momento de entregar estas líneas no se había pronunciado el mensaje anual del presidente a la Asamblea (18:30 hora de México), por lo que no es posible analizar los pronunciamientos que haga el jefe chavista. La tentación mayor sería recurrir a la fuerza militar y dar un golpe de Estado sin base electoral. Lo dramático de esta salida es que prolongaría la agonía y el aislamiento del país, con probable consecuencia de guerra civil. Esa tentación puede conjurarse mediante la reconciliación y la negociación, admitiendo la base fundamental de la soberanía que es la voluntad expresada en las urnas. 

Desde su inicio en el gobierno, el chavismo forzó una transformación de la Constitución que puso las bases de un régimen autoritario. En ello cifró su éxito pero también cavó su tumba. Buscar el cambio social arrasando las instituciones democráticas, llamarle a eso “democracia” y conducir un país entero al desastre por razones endógenas (no por el fantoche “imperialista”) es inviable. El único Estado social practicable es el que puede negociarse en la democracia política con sus armas, no contra ellas. Se impone para ello una visión de futuro, una propuesta de transformación de la democracia representativa. Sólo en ese marco se puede combatir eficazmente la desigualdad y la injusticia, por más difícil que sea. 

Twitter: @pacovaldesu
(Director de Flacso en México)