La emoción del regreso

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La emoción del regreso

“…de la nostalgia de las cosas veneradas que se fueron para nunca más volver”. José María Pereda.

Las tardes de domingo, en esas horas que se pasaban con el espíritu medio apachurrado por el inminente regreso a las a veces muy demandantes actividades escolares, había varios programas en la televisión que traían mágicamente a la sala de los hogares horizontes y paisajes de otras latitudes, personajes fantásticos, un mundo de aventuras y emocionantes sensaciones. Uno de ellos era “Maya”, que contaba la historia y peripecias de dos adolescentes que viajan por India en la elefante de nombre Maya, y que estimulaba grandemente la imaginación infantil.

Al término de ese programa quedaba invariablemente una vaga sensación de melancolía que venía dada de empezar a darse cuenta de la idea del no retorno. Era una sensación poco clara, aun ambigua, pero que comenzaba a cobrar cuerpo entonces y que la vida haría sistemáticamente consistente conforme pasarían los años.

Las tardes de domingo, al concluir “Maya”, vislumbraba que quizá podría ser la última vez que viera el programa, tan lleno del misticismo oriental, hasta que un día se hizo realidad y fue sustituida por otros programas en una época, los setenta, en que existió una importante importación de programas de origen estadounidense dirigidos a un público familiar que, por ese entonces, se sentía hipnotizado por la televisión y una oferta que parecía promisoria.

Con el pasar de los años, mientras en unos casos la idea se iba afianzando, en otros vuelos las cosas tomaban un rumbo distinto y prevalecía el optimismo.

Así ocurrió, en un ámbito completamente distinto, un día con el Gran Café de la Parroquia, en Veracruz, en el cual se fincaron esperanzas de regresar, pensando siempre en su permanencia. Hace unos días circuló lo que parece ser fue información falsa sobre el cierre del lugar, emblemático sitio ubicado frente al malecón.

Su lema “Quien no conoce el Café de la Parroquia no conoce Veracruz” pareció perdería sentido durante las pocas horas que circuló la información falsa.

Establecido en 1808, debe su nombre a que originalmente, bajo el nombre de Pulpería de la Parroquia, estaba justo enfrente de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, ahora Catedral de Veracruz.

Lugar del cual el músico-poeta Agustín Lara era asiduo, fue también, se cuenta, el último sitio en que desayunó Porfirio Díaz antes de su partida a Francia en el Ipiranga.

Pero más allá de eso, en lo personal, el Gran Café de la Parroquia se convertiría en un entrañable sitio donde ver pasar una vida cargada de alegre andar: la de los veracruzanos. El bullicio, la camaradería, el compañerismo, la amistad, se conjugaban maravillosamente en las mesas desde donde salía franca la plática y se despedía el dulzón aroma de café mezclado con el de la leche.

Que el lugar permanezca es noticia que se dio desmintiendo la falsa de su presunto cierre. Así, el optimismo de volver un día sigue ahí, vigente, esperando, en un momento dado, volver a vivir la emoción de encontrarse con la vista del mar y la gracia de los dueños de ese mar, los veracruzanos, que hacen gala de una emoción de vivir la vida con alegría. “Cuando baje el sol”, suelo decir para salir de paseo. Parafraseando esta expresión, pensar en el regreso “Cuando acabe la pandemia”.

Es en un domingo, en que vuelven a ratos las melancólicas ideas del incierto destino, cuando el optimismo de visitar lugares caros al corazón, como resulta este del Gran Café de la Parroquia de Veracruz, se hace fuerte.

En los tiempos inciertos, nada mejor que imaginarse en un sitio de reparación como este que con sus 200 años a cuestas ha visto pasar nuestra historia y sigue ahí.

Larga vida.