La EAP: Un hogar dividido
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La EAP: Un hogar dividido
Cuando egresé del Ateneo Fuente en 2011 lo hice convencido de que quería ser arquitecto, urbanista específicamente. Menos de dos años me duró tal sueño en una ciudad que crece sin visión ni control, aunque eso es un tema para discutir en otra ocasión y, tal vez, en palabras de alguien más calificado.
Entre esta y otras razones tomé la decisión de dejar esa carrera, pero siempre que cuento esta historia destaco cómo me sentía ajeno a ese mundo y a esa institución, no era bienvenido, no contaba con aliados —a diferencia de amigos, que no es lo mismo, pero tampoco es suficiente— ni entre el profesorado o alumnado y a partir de octubre del 2012 me convertí en un joven adulto desempleado y sin estudios profesionales.
Tuve varios empleos informales, participé en el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri de ese año y aunque naturalmente no gané fue una buena experiencia que me hizo darme cuenta que mi futuro estaba en otro lado, lejos del Autocad y el concreto.
En 2013, mi hermano menor, quien actualmente es parte del equipo de Critical Hit Studio & Academy y docente en la Facultad de Comunicación de la UAdeC, decidió estudiar en la Escuelas de Artes Plásticas Prof. Rubén Herrera de la misma universidad y yo, más por no quedarme sin quehacer que por verdadero ánimo de estudiar la licenciatura en Artes Plásticas, seguí sus pasos.
Además, desde niño tuve interés y habilidades en las artes. Hacía dibujos, historietas y cuentos ilustrados, esculturas y maquetas, pero nunca aspiré a convertirme en artista y hasta la fecha aún no lo hago; no obstante, consciente de tales cualidades tomé el examen de admisión con la curiosidad de ver qué me ofrecería una institución así.
La antigua casa de los Carrillo frente a la Plaza de Armas, por la calle de Juárez, donde hasta 2014 estuvo ubicada la EAP nos recibió a mi hermano y a mí en mayo del 2013 y a la mitad el examen, de larga duración, dividido entre el teórico, de una hora y media, y el práctico de casi tres, los alumnos en ese momento de segundo semestre nos ofrecieron un pequeño refrigerio en el patio de la escuela, antes de continuar con la pesada mañana.
Me sorprendió encontrarme ante una comunidad que me estaba haciendo sentir bienvenido incluso antes de saber si llegaría siquiera a formar parte de ellos.
Pasé el examen y me convertí en uno más de la EAP. Mi hermano y yo lo hicimos y la quinta generación de la Licenciatura en Artes Plásticas comenzó sus estudios en agosto siguiente.
Tal arropo y calidez continuaron durante casi toda mi estadía al grado que yo, siempre un estudiante dedicado pero nunca muy participativo en actividades extraescolares, me involucré en tantos proyectos como se presentaron: Carro alegórico, altar de muertos, desfile de bienvenida, consejo directivo, investigaciones con maestros, talleres, diplomados, colaboraciones con artistas invitados, festivales y exposiciones colectivas y, por supuesto, la bienvenida a los aspirantes de las nuevas generaciones durante el examen de admisión.
Dicho sea de paso, toda esta actividad trajo sus beneficios y dos maestras, conscientes de que mi interés se decantaba por la teoría, investigación y gestión, cuando en 2016 mi ex-compañera Argentina Barrientos fue en busca de un practicante para reportero de cultura, me nombraron a mí sin dudarlo, lo que me trajo a VANGUARDIA.
Es curioso este último punto pues fueron la dra. Ana Isabel Pérez-Gavilán y la maestra Magdalena Jaime Cepeda quienes —puedo recordar con claridad la imagen— apuntaron ambas, sonrientes y colegas, en mi dirección cuando Argentina llegó a una exposición en la EAP en septiembre de ese año, en busca del mencionado practicante.
Y digo que es curioso pues fue su disputa en las elecciones por la dirección en 2017, tan solo meses después de este hecho, la que mermó la bienvenida, el arropo y la armonía que hasta ese momento me habían hecho sentir tan en paz, tan a gusto y tan dispuesto a hacer de todo por y para el arte.
Desde entonces y durante todo 2018 mi querida escuela, mi hogar, fue poco a poco dividiéndose, quebrándose. La estabilidad que alguna vez poseyó destrozada por los intereses personales de sus dirigentes, miembros mismos también de su comunidad, pero aparentemente ciegos ante el daño que estaban provocando.
La relativa paz que llegó con la separación del cargo a Pérez-Gavilán se ha mantenido pero al ver que la comunidad durante el proceso electoral del pasado jueves no pudo elegir por mayoría absoluta a uno de los tres candidatos para la dirección no puedo evitar ver otra muestra más de la división en que se encuentra la EAP.
El próximo martes en una segunda vuelta se decidirá de una vez por todas quién dirigirá la escuela durante los próximos tres años, con la elección ahora solo entre los candidatos Darío Aguillón y Ricardo Flores, y yo pido y espero, no solo de ellos, sino de su equipo y de toda la comunidad de la EAP, que quien resulte ganador se comprometa —y por compromiso me refiero a tener la sabiduría para saber dar y recibir hasta que la balanza se equilibre nuevamente— a recuperar la estabilidad y armonía, pues no soy el único que la añora.