La desconfianza como sabiduría

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La desconfianza como sabiduría

El Presidente Peña Nieto reconoció en su reciente mensaje la crisis “de confianza” que viven los mexicanos “hacia las instituciones”. No es una nueva información pero sí es noticia que el Presidente haga casi oficial el reconocimiento de la “sabia desconfianza” del ciudadano.

Sin embargo él atribuye la desconfianza “a las instituciones”, cuando en realidad de los que desconfían los ciudadanos es de los responsables de ellas, de los que las dirigen, controlan, interpretan o conducen.

Las “instituciones” son entes impersonales y abstractos. No tienen vida, ni pensamientos propios sino los que les adjudiquen sus administradores. No deciden ni contradicen cuando son modificadas como lo ha sido la Constitución. Son sujetos de plastilina como los partidos políticos sin ideología y al servicio de sus líderes (y no al revés) o como el Poder Legislativo cuya capacidad de regular a los mexicanos no depende de la institución sino de la interpretación, creación y uso que hagan las personas responsables de ese tremendo poder.

Lo mismo se puede decir de los ‘anónimos’ Poder Ejecutivo (que no se llama Enrique Peña Nieto) y Poder Judicial. Todos estos “poderes” no generan la desconfianza de los mexicanos. Los que la han perdido son los personajes responsables del ejercicio de los mismos.

El mexicano ha sido desconfiado de los gobernantes desde el tiempo de los aztecas y sus tiranos que tranquilamente asesinaban a sus doncellas para sacarles el corazón y ofrecerlo en sacrificio. Hasta la fecha el mexicano promedio es despojado de un buen porcentaje de su salario miserable para ser sacrificado en el ‘cómodo y suntuoso altar’ de los políticos y administradores del bien común. ¿Usted cree que cualquier ciudadano con un mínimo de sentido común hoy va a tener confianza cuando el “enriquecimiento inexplicable” ha dejado de ser un misterio simulado o un súbito milagro de trabajo y esfuerzo?

Se requiere que un sujeto satisfaga cuatro características para que sea confiable. Usted las puede usar para medir la confiabilidad de cualquier persona, desde su suegra hasta EPN.

La primera que sea “adaptable” a las necesidades de usted o de los demás, que en su desempeño de gobierno ajuste sus políticas y programas a las necesidades actuales de las mayorías y no a las de su partido. La segunda que sea “competente”. Usted no se somete a una cirugía de un médico incompetente, ni tampoco confía en un administrador público o un legislador que carece tanto de carácter como de habilidad política integradora. La tercera que sea “cumplidor” de sus promesas específicas y compromisos adquiridos. Cualquier demagogo que hace alucinar a los mexicanos con soluciones mágicas a corto plazo obtiene la confianza de los ingenuos que habitan en la fantasía. La cuarta que sea “honesto” de carrera, de por vida, de carácter, permanentemente, ante los que lo alaban y ante los que lo desprecian. Que su hablar y actuar sea tan transparente como la verdad y que no se le pueda calificar, de falso, mentiroso, adulador o acomodaticio. Estos adjetivos son suficientes para desconfiar de cualquiera de ellos.