La democracia, una irascible espera

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La democracia, una irascible espera

Escribo esto antes de saber lo que opinaron los consejeros ciudadanos del Instituto Nacional Electoral. Es claro que, independientemente de su fallo, los dos partidos que disputan el poder en Coahuila, PRI y PAN, harán todo por imponer su dominio. 

Humberto Moreira dijo que él impuso a su hermano Rubén y que se equivocó. Eso suena a dictadura y lo es: imponer es la negación de la democracia. Ahora podemos advertir que a los dos candidatos punteros, Riquelme y Anaya, nos los están “imponiendo”. Y creo que este proceso se ha hecho costumbre. En el sureste de México, algunos pueblos indígenas lograron imponer una centenaria tradición: “usos y costumbres”, que en no pocos casos es una forma de control absoluto de caciques sobre poblaciones marginadas. En una comunidad zapoteca ganó las elecciones una mujer, pero los hombres la rechazaron e impusieron a un varón alegando “usos y costumbres”. Tal vez a usted se le ocurra pensar que hay que ser comprensivos porque, al fin, “son indígenas”. Cierto, pero ese principio ha sido una constante en México, aunque no se alegue la tradición.

Veamos algo muy coahuilense: Luis Echeverría impuso como gobernador a Óscar Flores Tapia, Carlos Salinas a Rogelio Montemayor, Enrique Martínez a Humberto Moreira, éste a su hermano y Rubén a Miguel Riquelme. Lo anterior nadie podrá ponerlo en duda: lo vimos, lo vivimos, lo sufrimos. La democracia es una bella palabra griega que nos recuerda toda una teoría de la participación ciudadana y muy poco sabemos de su significado vivencial. Esa práctica fue adoptada por el Congreso y la Cámara cuando impusieron la ley de Participación Ciudadana. Todos respiramos felices. Recordemos que tal avance democrático vino tras las elecciones de 1988 en las que tuvo lugar un golpe de Estado en el que se impuso a Carlos Salinas.

Hace días el senador Manuel Bartlett, en un auténtico lapsus linguae, declaró que Cuahutémoc Cárdenas había ganado aquella elección. Sabemos en qué consiste tal “metida de pata del habla”, porque Sigmund Freud explicó que esos errores indican lo que realmente sucedió y que la persona estaba ocultando hasta que el inconsciente surgió y dejó saber lo oculto. Así que el que era Secretario de Gobernación, o sea encargado de las elecciones, que tuvo el descaro de declarar que “se cayó el sistema”, ahora, a casi 30 años dice que ganó el que perdió. ¿Democracia mexicana?

Antonio Gramsci, ese comunista italiano que pasó años en la cárcel y ahí escribió sus pocos pero profundos libros, creía que las prácticas creadas para oprimir al pueblo pueden y deben emplearse como plataformas en la lucha contra los tiranos.

No tenemos otro mundo, al menos no estamos seguros de que exista, así que es en éste en el único que, por lo pronto, debemos pasar la vida y hacerlo sin más sufrimientos que los que ya vienen por causas naturales u otras, pero no podemos aceptar la opresión, la burla y el cinismo de quienes nos encabezan, representan o gobiernan si no nos conviene. Estamos ante escenarios enmarañados y sumamente peligrosos puesto que se han complejizado para la comprensión de la mayor parte de los ciudadanos.

El Tribunal Electoral tiene la ímproba tarea de ser mediocre o la de impartir justicia. La corrupción no estriba en llevarse la caja fuerte a casa, como han hecho muchos, sino también en no impartir justicia, o sea, dejar que las cosas sean disparejas, permitir que el poder económico y político sea el que haga más infelices a los mexicanos. El Tribunal puede quedar como uno más entre los muchos institutos que viven a la sombra de quienes los impusieron.

Algunas personas han dicho y escrito que no podemos afirmar nada sobre las elecciones pasadas si no tenemos pruebas. ¡Qué difícil! Déjeme pasarle un dato (que no prueba nada, según ellos). En Ramos Arizpe, en una casilla, un candidato no sacó ni un solo voto. Esto podría ser normal, ¿por qué no? Pero sucede que ese candidato votó en esa casilla, lo mismo su esposa, amigos y familiares. Él no alega que ganó, alega que ni siquiera su voto apareció (es claro que votó por sí mismo). ¿Pruebas?, no, no las hay: ¡pudo equivocarse y votó por su contrincante!