La debacle republicana

Usted está aquí

La debacle republicana

Chicago, Illinois. Donald Trump es oficialmente el candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos. Con ello se consolida la debacle que este partido experimenta entre el electorado y comienzan una serie de secuelas que tomarán años en ser reparadas.

Los asistentes a la convención de este partido en Cleveland, Ohio, son en su gran mayoría blancos de edad madura o ancianos. Entre los delegados se cuentan con los dedos de una mano a quienes representan a las minorías étnicas. La falta de inclusión a la diversidad es epitafio del partido que llega a su fin como hoy lo conocemos.

Según un estudio del Centro de Investigación Pew, la elección presidencial de 2016 contará con la composición del electorado más diversa de la historia de este país. Las minorías aportarán el 31 por ciento de los votos, mientras que los blancos sólo el 69 por ciento, una reducción del 9 por ciento en los últimos 16 años. No sólo eso, entre los votantes que murieron en los últimos cuatro años, 76 por ciento eran blancos.

Las estadísticas muestran claramente que la clientela trumpista que desea llevar a este país al pasado, literalmente se está muriendo de vieja. La curva demográfica alcanzó para que un sujeto como Trump ganara la candidatura presidencial, pero el daño al partido, que una vez representó Abraham Lincoln, queda herido electoral y políticamente.

El mismo liderazgo republicano se prepara para reconstruir sobre las cenizas que queden de una derrota anunciada ante Hillary Clinton. Expresidentes y excandidatos presidenciales declinaron asistir a la unción del impresentable Trump. No obstante, algunas figuras han tenido que tragarse la vergüenza y han tenido que sumarse al circo.

El semanario británico “The Economist” lo puso muy bien: “Paul Ryan, líder de la Cámara de Representantes, es un hombre decente que tendrá que presidir la Convención Nacional Republicana que nominará a un candidato indecente a la Presidencia. Esa será una misión indigna para cualquier político”, escribió el semanario.

Políticos como Ryan actúan institucionalmente para proteger las mayorías legislativas que su partido tiene en ambas cámaras federales. Pero con todas las 435 curules en juego en la Cámara Baja y 34 en el Senado, la angustia republicana no es sobre las posibilidades de triunfo de Trump sino cómo parar una avalancha que los eche del poder en otras esferas del gobierno.
Por eso los llamados a la unidad partidista usan la demonización de la candidata demócrata más que presumir las virtudes de su candidato o ensalzar su plataforma política. El juego gravita en una lógica que se lee, “Clinton terminará de destruir este país, vota por nosotros”.

Donald Trump ha tenido el acierto de movilizar a un segmento de la población desencantada del gobierno y de las opciones políticas tradicionales. Pero los temas en que ha centrado su retórica de odio y división derivan en estupideces evidentes. Aquí un ejemplo.

Cuando la tasa real de migración de mexicanos a Estados Unidos es de cero, Trump promete hacer un muro que pare los cruces masivos que no existen —como si los túneles no probaran su utilidad como “El Chapo” ha demostrado una y otra vez—. Si el candidato republicano realmente quiere hacer una diferencia, ¿por qué no ha explicado cómo reformará los programas asistenciales que consumen cerca del 59 por ciento del presupuesto federal?

Usar a los mexicanos, musulmanes, periodistas, etcétera, como chivos expiatorios no detendrá la debacle estadounidense por el mal manejo financiero. De hecho, sólo confirma la miopía de un sector de la sociedad que se ha negado a evolucionar y que está llevando a su partido a la destrucción. Esperemos que todo pare en arruinar a un partido político y no al país, pues las implicaciones que esto tendría para el mundo serían gravísimas.