La cruz que no ha muerto

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La cruz que no ha muerto

Con un crepúsculo de fondo, rojo y ardiente se quedó la cruz solitaria.

La muchedumbre curiosa, hiriente, esperó hasta el final del drama iniciado la noche anterior. Se dispersó cuando no sucedió el milagro mágico. La víctima no se arrancó de los clavos de la cruz, ni aceptó el reto que le gritaban… ”Si eres el Hijo de Dios…”. Simplemente se extinguió su vida, espiró y se quedó el silencio. Para ellos se acabó el mago, el espectáculo y su magia.

Y la cruz se quedó aquella tarde vacía y solitaria. Era un simple leño inerte, como la víctima que lo cargó durante el camino y a quien cargó en su agonía. Ahora se quedó sola, sin el privilegio de sostener su sufrimiento y mancharse de la sangre que se fue agotando hasta dejar vacío el cuerpo.

Se conformó con su soledad y pasó al anonimato… por unos días.

Hoy esa cruz se ha multiplicado millones de veces a lo largo de 21 siglos. Los templos y los sepulcros la mantienen en la cúspide. Los hogares, los edificios, las calles y las plazas la exhiben con orgullo, respeto y dignidad. Las cruces han sido plantadas en pueblos y ciudades de todos los continentes.

Jesús de Nazaret la transformó de instrumento de castigo e ignominia, de vergüenza mortal, en signo de “amor, servicio y entrega sin reserva” (Papa Francisco). Es la síntesis de su mensaje a los hombres de entonces y a la humanidad de siempre. Una señal tan cristiana que incluye las contradicciones que conviven en  el ser humano: el perdón y la justicia, la pobreza y la generosidad, el abandono y la solidaridad, el  trigo y la cizaña, la lealtad y  la duda, el rechazo y la compulsión, el pecado y  la santidad. Todos los dilemas del hombre y la mujer son partes de la cruz de Cristo. Los integra y les da esperanza, los convierte en “camino, verdad y vida”.

Es difícil para la lógica de la razón, para su análisis de causa y efecto, para el cálculo de las consecuencias comprender la cruz como un símbolo de amor, de servicio y entrega. De camino firme y seguro para crecer, evolucionar y trascender no solo la vereda de hormiga, sino la mentalidad de la edad anterior o los criterios de progreso material meramente individual.

Si la cruz no hubiera entrañado una  nueva sabiduría  para  el hombre, se hubiera quedado solitaria algún tiempo y pronto la hubieran convertido en leña y cenizas. Sin embargo ha prevalecido como inspiración para iniciar nuevos caminos en los conflictos humanos, familiares y comunitarios, para descubrir la verdad del amor y el amor a la verdad, que en ocasiones vive en el silencio del rechazo o de la ignorancia.

Muchas veces también la cruz ha sido usada como herramienta de poder y no de servicio, de abuso y conquista explotadora para pisotear la dignidad humana, de tortura mental en lugar de liberación de la verdad y la libertad. Esa es la cruz de los fariseos del viernes santo, la que sigue crucificando al  hombre o la mujer con los azotes de  la mentira y los clavos del engaño.

A 21 siglos de distancia, la cruz verdadera de Cristo permanece multiplicada en nuestro mundo de dilemas y sufrimiento. Sigue siendo una propuesta presente en millones de testigos de su sabiduría escondida. Sigue siendo un instrumento de salvación.