La crisis del civilismo
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La crisis del civilismo
Eran los años terribles del segundo imperio mexicano (1863-1867). México luchaba contra la intervención francesa y Maximiliano. Las bajas entre liberales y conservadores superaban los 70 mil muertos. Y en París, Charles Baudelaire describía con pesar las fatalidades de su tiempo: “Es imposible recorrer una gaceta cualquiera sin tropezar en cada línea con los signos de la perversidad humana más espantosa. Todo diario, desde la primera a la última línea, es un tejido de horrores, guerras, crímenes, violaciones, robos e impudicias. Una embriaguez de atrocidades sin fin. Y con tan repugnante aperitivo acompaña su comida cada mañana el hombre civilizado. No comprendo cómo una mano pura pueda tocar un diario sin una convulsión de asco”.
Claro que el poeta no se refería a la situación de México, pero hoy parece que la describe a la perfección. Para Baudelaire, hace más de 150 años, era una desfachatez de las autoridades el presumir progreso y civilización. ¿Podemos hoy presumir de avances en nuestra civilización? Los cientos de miles de asesinatos del año 2000 a la fecha impiden pensar en el progreso armonioso de nuestro País. ¿Hay crisis de civilismo? Pues nuestra alternancia democrática de tres partidos en el poder pone en duda la capacidad del gobierno civil para lograr la paz y la tranquilidad de una nación civilizada.
Nosotros entendemos el civilismo como una contraposición del militarismo. Ya al inicio de nuestra nación, José María Luis Mora abominaba de la milicia. Santa Anna fue para Mora el “Atila de la civilización mexicana”. Asimismo Mora luchó contra la influencia del clero en la vida pública de México. Por lo tanto, lo civil tiene para nosotros dos connotaciones: civil en oposición a lo militar y civil en oposición a lo religioso.
Debemos pues a don Benito Juárez la creación del Estado laico. A Lázaro Cárdenas la institucionalización de las Fuerzas Armadas y a don Manuel Ávila Camacho el legado de los gobiernos civiles después de la Revolución.
Cabe ahora preguntarnos sobre la calidad de nuestro civilismo. El primer gobierno civil del siglo pasado fue uno de los más corruptos de nuestra historia, el del universitario Miguel Alemán. Que también fue antidemocrático por cancelar el sinarquismo y el registro del Partido Comunista.
Luego el autoritarismo priísta trajo paz, estabilidad, crecimiento económico y bienestar social con los defectos y contradicciones que todos conocemos.
Lo peor de los gobiernos civiles se ha dado con la alternancia política: extrema violencia, inseguridad, ingobernabilidad, corrupción, caos y mucha degradación institucional.
Si hoy viviera Luis Mora igual se indignaría al ver el ascenso implacable del nuevo flagelo de esta república: la plaga de “consejeros ciudadanos” pertenecientes a toda laya de órganos constitucionales autónomos. Burócratas rapaces tan nocivos como en su tiempo fueron el clero y la milicia.
Hoy, como en los tiempos de Baudelaire, nos topamos diariamente con los signos más ominosos de la más espantosa perversidad. ¿Qué hacer en este momentum catastrophicum? Pues muy incierto es nuestro futuro y peor aún el de nuestros hijos. Si ya no puede el civilismo, ¿qué nos queda por hacer?