La cotidiana corrupción

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La cotidiana corrupción

En estos días apareció una tenue noticia escondida tras los grandes titulares de las derrotas en los Juegos Olímpicos, las matanzas y el conflicto de la Reforma educativa. Era una pequeña columna que no se decidía entre ser entrevista, reportaje o nota entre tantas que se transmiten al lector cada día. Presentaba lo que Carlos Cabello, secretario de Fiscalización y Rendición de Cuentas, había encontrado: un buen número de las placas de coche que dan preferencia para ocupar lugares reservados cercanos a las puertas de supermercados u oficinas habían sido obtenidas fraudulentamente.

No hace mucho, quizás seis meses, yo había denunciado ese asunto en esta columna. Dije, creo recordar, que la placa se hizo para el impedido, no para el estacionamiento. Y explico: muchas personas llegan y se estacionan en los lugares reservados, pero al bajarse del carro uno constata que son personas normales, sin impedimentos.

Esto nos conduce a saber que tanto quien otorgó la placa, la autoridad, como el propietario del vehículo, cometieron un fraude; es decir, un delito. Sin duda un delito menor pero delito al fin. ¿Qué cara de cinismo podrán tener esas personas cuando se quejen de los funcionarios? Eso se llama corrupción y es tan corrupción como la de la Casa Blanca. ¿Cuál sería la diferencia? Que si los que cometieron fraudes con las placas hubieran tenido la posibilidad de hacerse de la Casa Blanca lo hubieran hecho. Es cosa de oportunidades.

El hecho, que no deja de ser una curiosidad más del “sistema mexicano”, es revelador de la moral que prevalece entre nosotros. Parece normal pasar por encima de una ética aceptada por todos: no mentir, no engañar, no cometer fraudes, no dar pie a que el “otro” piense una cosa que no es la que en realidad tengo en la cabeza. Es cosa que sucede cada día en múltiples asuntos y no solamente en el gobierno sino también (¿o sobre todo?) en el comercio, la industria, las instituciones educativas. Así estamos.

Hace años se lucha por salvaguardar la reserva natural que es nuestra montaña de Zapalinamé. Ahí sí hay que decir que el Municipio, el Estado y la federación han intentado detener la mancha urbana que no respeta la cota que se estableció de acuerdo a la altura. Se han colocado marcadores para indicar hasta dónde se puede construir. Pues bien, los vecinos sacan el marcador y lo ponen diez o quince metros más arriba y construyen casa de prisa: echan abajo un viejo proyecto de protección de la sierra que viene desde Lázaro Cárdenas y que ningún gobernante ha logrado hacer respetar. Aquí la corrupción es de los terratenientes, de los constructores y, evidentemente, de los vecinos que aunque sean pobres deben respetar la ley. Si acaso son pobres, porque ésa es, también, una de las muchas ficciones mexicanas: hay fotografías de los invasores que entran con materiales de construcción en camionetas Lobo.

Total que hay que echarle porras al Secretario de Fiscalización para que no desfallezca. El que fue escogido por Enrique Peña Nieto a nivel nacional salió balín y se dedicó a hacerle el caldo gordo a él y a sus cercanos colaboradores. Aquí apareció una lucecita en el hecho de que un acto de corrupción tan sin importancia sea o pretenda ser castigado (penalizar al dueño del carro y al que entregó la placa). En una reunión alguien contó de un conocido que llevó a su suegra de 95 años al plaqueo en una silla de ruedas. La encargada la dijo que el coche no era de la señora sino suyo (de él) y éste dijo: “sí pero la llevo al HEB, al médico y a misa, por eso necesito la placa”. Y se la dieron. No terminó ahí el asunto, porque el que lo platicaba dijo que la señora estaba en el asilo y el yerno jamás la ha llevado a ningún lugar. ¿Es éste el tan celebrado humor de los mexicanos? 
Es muy desalentador saber que algo tan especial y tan respetable como la extrema vejez, la ceguera, la parálisis, el ser renco, lisiado u otras posibles afecciones físicas sean motivo de corrupción. Y esto dentro de una ética ciudadana, ecologista, cristiana, liberal, marxista u otra.

¿Está usted diciendo que no tenemos remedio? (preguntará usted). No, pero si hubiera castigo se evitarían esas desviaciones. Y el castigo no es el eterno fuego del infierno sino una buena multa y retirarles las placas.