La cocodrila que llora a sus hijos en Tajamar
-¿Este es El Paraíso?
-Mmm, hoy no.
Hoy, grupos ambientalistas de muchos Países se unen a la lucha por salvar al Malecón de Tajamar, en el Municipio de Benito Juárez, Quintana Roo, que se espera sea una extensión del paradisiaco Cancún.
Los primeros minutos del pasado 16 de enero, maquinaria pesada “madrugó” literalmente a los activistas que hacía 6 meses sabían que esto podría ocurrir. Granaderos y antimotines municipales desalojaron a punta de tolete a quienes intentaron resistencia.
En sólo 6 horas, afirman algunos naturalistas, las retroexcavadoras, trascabos y todo tipo de herramienta mecánica devastaron la mayor parte de las casi 60 hectáreas de manglares. Luego de 4 días, el saldo del desmonte era ya del 90 por ciento.
Los activistas denuncian que las autoridades correspondientes ni siquiera llevaron al cabo los protocolos mínimos para censar y poner a salvo a la flora y la fauna del lugar, como la Ley lo exige. El paraíso, hoy parece el infierno: animales muertos, aplastados y un cementerio de manglares es ahora el paisaje. Aquí habitaba un mundo animal en peligro de extinción: el cocodrilo Moreletti, la iguana rayada, la rana leopardo y gran variedad de aves. Hoy sólo habitan algunos animales sobrevivientes y aves de rapiña.
Es una mañana fría y nublada, de negrura en el horizonte que avanza hacia los majestuosos hoteles que se ven al otro lado de la laguna.
Primer cerco: Tres perros mestizos que observan atentamente y se pasean sobre la devastación ecológica. Unos metros más adelante el segundo filtro en lo que era el acceso principal al Malecón.
Débil barrera edificada con ramas y plásticos; en una casa de campaña dos activistas custodian la entrada. No para evitar el libre tránsito, más bien para reportar alguna violación a la suspensión de obras ordenada por el juez.
Los vigilantes ciudadanos todos lo observan, están atentos a lo que ocurre desde la noche anterior que inició su guardia.
Adentro, dispersados por todo el lugar habrá 7 jóvenes de camisetas grises y gorra que los acredita como parte de un cuerpo de seguridad privada del lugar. Son amables con quien se cruza a su paso.
Algunos deportistas han regresado para seguir sus rutinas físicas a través de la destrucción. Trotan sobre el mausoleo que aún late.
Seis días ya de la devastación; 6 días de esta sangrante herida. El paisaje, los olores, los colores, los sonidos, todo ha cambiado.
Casi todos los animales han muerto, casi todos. Los hogares destruidos, arrasados. Los cadáveres fueron metidos en bolsas y llevados a otros sitios.
Casi todos murieron o se han ido. Ella no. Ella, “La cocodrila” espera, como desde el inicio de su existencia, a los suyos.
A la vista, al oído, al olfato, todo es caótico. Este día, a 6 de que llegó el averno, el cielo azul, abierto, generoso sol y protectora luna niegan su reflejo en estas aguas. Tímido oleaje oscuro, casi negro, apenas imperceptible por el viento que huele aún a muerte.
Pocos quedan; ella sigue aquí, esperando a sus 6 hijos… que nunca llegarán, lamenta Marcelo.
“Ella es la única que quedó, no se va de aquí ni se irá porque espera a sus crías. Yo la conozco desde hace 5 años. A diario la he visto y la he documentado; tengo muchas fotos suyas y de los pequeños. Debes entender que ellos son totalmente territoriales”.
Rincón del mundo de belleza única, sangra por esta herida “pequeña”, “insignificante” ante el desarrollo y el bienestar, dicen unos; profunda, indignante, monumental, irreparable, dirán otros.
“Herir a la naturaleza es herirnos a nosotros mismos”, reclaman.
Muchos fueron masacrados; murieron entre filosos fierros y mecánicas llantas, despedazados, aplastados, asfixiados, mutilados. Los pocos que pudieron, alcanzaron a huir. Ella logró esquivar la muerte y no se fue, ni se irá.
Ella espera a sus crías; ya no hay alimento y lo único seguro es que al quedarse, elige una muerte acelerada. Pero no, ella no se irá sin sus hijos; son 6 y espera a cada uno de ellos.
Afuera, en las fronteras de lo que era este paraíso, hay lucha y negociación. Hay confrontación, pero corresponde a otra especie, la misma que llegó con grandes máquinas y en sólo 6 horas acabó con el hábitat.
Eso ella no lo entiende. Posa al sol para tomar temperatura y espera la llegada de su familia. No se moverá.
“Es que aquí es donde vivían, es su hogar. ¿Qué harías si de pronto llegan en la madrugada y te sacan de golpe de tu casa?”: Marcelo, entre triste y enfadado, confundido y desconcertado.
Un ave de rapiña busca cadáveres qué comer y la sobrevuela. Se posa sobre unas ramas cerca de ella y la vigila. Levanta el vuelo, sube, baja, se acerca y se retira, pero sigue acechándola.
Son ya cerca de las 08:00 horas de este viernes. De pronto, un esperanzador sol logra colarse entre las nubes acaso unos segundos y llega hasta su lomo oscuro y grueso.
Ella, repite Marcelo, no se irá y parece no importarle a autoridad alguna para llevarla a resguardo a otro lugar, ya sea cautiverio o vida silvestre.
Este cocodrilo parece haber elegido la muerte acelerada. Seis crías, 6 días. Huele a muerte, no a naturaleza. Marcelo deja de tomarle fotos y voltea hacia los imponentes edificios: “¿Por qué de esta manera?
Hoy, aquí, no es El Paraíso.
Ver morir
“Desde hace 5 años vengo todos los días de 7 a 9 de la mañana, soy fotógrafo de naturaleza, paisajista. He captado a la mayoría de la fauna y la flora del lugar y como yo, somos muchos que estamos aquí… pero no sé de alguno a quien las autoridades haya consultado para realizar los procedimientos antes del desmonte”, denuncia Marcelo Moya Sánchez, este chileno de 40 años de edad y uno más de los “habitantes” en este malecón.
Para Marcelo, más allá de lo discutible y criticable que resulta la urbanización de las casi 60 hectáreas de manglar, algo que condena profundamente, debe existir algún castigo para quien procedió al desmonte sin antes cerciorarse de que se aplicaran los procedimientos para salvaguardar la flora y la fauna del lugar.
“A nadie consultaron (de quien él conoce). Pero además te puedo decir que en ningún momento vi que realizaran un censo y el aseguramiento y traslado de las especies a lugares más alternos. La prueba es esta cocodrilo… ¿cómo explicas que luego de 6 días de que entró la maquinaria pesada a destruir todo, ella siga aquí? Ahí está, mírala.
“Hay especies protegidas que aquí vivían y fueron arrasadas. El manglar rojo no podían tocarlo y pues eso es lo que quedó (señala hacia un montón de ramas cortadas y arrancadas de raíz muriendo al sol).
El problema es que no hicieron ese trabajo de protección y traslado y todo fue aplastado y murió”, relata mientras camina lentamente.
Pide a los medios de comunicación ir a cerciorarse al lugar, documentar responsablemente antes de emitir las noticias.
Advierte que por lo mismo, se han difundido muchas imágenes en Internet que no corresponden a la devastación y muerte en Tajamar.
“Digo, lo que ocurrió aquí es imperdonable, pero tampoco se trata de que se usen imágenes que no son, pues esto lo único que hace en lugar de ayudar al movimiento de protesta es descalificar un poco: Las fotos de un cocodrilo sin cola, no corresponden; las de un cocodrilo aplastado por una llantas, no corresponde; la de un cocodrilo muerto al que le están echando tierra encima, tampoco es de aquí”, aclaró.
“Pero hay muchísimos científicos, fotógrafos, activistas que tienen pruebas de todo esto. Nosotros mismos sorprendimos a personas que clandestinamente llegaron al lugar para llevarse en bolsas negras los restos de animales muertos, no sabemos si para ocultar lo que pasó o gente que buscaba comerciar con eso. Todos los obligamos a irse, todo esto lo pueden ver en la Web porque ahí están los videos del momento”.
Marcelo cuestiona sobre el desarrollo comercial, habitacional y turístico para el que se hizo el desmonte.
“Entiendo que hay muchos puntos que tienen que ver con el desarrollo y creación de fuentes de empleo, pero hay cosas que son absurdas: Aquí cruzando la avenida esta todo este complejo comercial y de departamentos que hicieron hace 10 años; al lado está ese edificio que tiene por lo menos 5 años abandonada la construcción… y sabes que toda esa área ¡está al 30 por ciento de ocupación! ¿Entonces por qué quieren construir más?
“Por suerte no es periodo de anidación de aves, si no, hubiera sido peor, se hubiese perdido una generación de aves… llegaron en masa, fue una avalancha de máquinas, camiones y policías. Sabíamos que estaba la intención, pero no la forma de intervención, en 6 horas acabaron con más de 50 hectáreas, es muy triste”.
Su mirada recorre este tajo abierto. “¿Escuchas? Es como estar en cualquier avenida de cualquier gran ciudad. Se oyen claramente los autos, cuando frenan, cuando aceleran, cuando activan el claxon. Hace una semana sólo escuchabas a las aves y animales.
“¿Hueles eso? Y no tienes idea de cómo ese olor es más pestilente con el sol, porque los animales muertos se están descomponiendo. ¿Miras? Parado aquí sólo veías los manglares, los árboles, la selva”.
El fúnebre panorama envuelve a Marcelo. “En 4 días no se podía entrar, fue hasta el martes y estaba para llorar. El olor en el ambiente es el olor a mangle, a animales muertos. Los tres primeros días aquí adentro, era un cementerio.
“Antes solamente se escuchaban las aves, pues el mismo manglar hacia el efecto de aislante de los sonidos y el ruido de la avenida a 300 metros, ahora se ve, antes no se veía… ahora se puede ver hasta la zona hotelera”, dijo.
No he traído a mis dos pequeñas hijas. ¿Para qué? ¿para que vean esto?
La cámara de Marcelo registró la fulminante muerte de Tajamar.
“Lo hecho, hecho está, pero podemos luchar para frenar la edificación de los complejos o que por lo menos hagan lo que se tiene qué hacer en procedimientos. Hay que ayudar, hay que sumarse”.
Las redes sociales Marcelo Moya Fotografo/facebook y @msphotografik/Instagram, así como su lente, están en pie de lucha y pide aliados.
Siempre vuelve
“Se la habían llevado hace tiempo una activista que la rescató de las calles, pero regresó porque aquí vive. Mírala, anda buscando a sus cachorros”, platica Roberto cuando voltea a ver los manglares destruidos.
Entre las ruinas que dejó el ecocidio, la perra negra de edad y tamaño medios, sin pedigree, corre y busca, se detiene y voltea al horizonte.
“Yo sé que esa perrita es la que una activista, esas que procuran a los perros de la calle, llevó a su casa, curó y alimentó. Se dio cuenta que acababa de parir, pero pues la encontró sola en la calle”, relata.
“Luego de unos días, en la primera oportunidad que tuvo, la perra escapó. Después de un tiempo la activista la volvió a ver, se la encontró aquí, pero ella ya estaba con sus cachorros”.
–¿Tiene nombre?–
“Pues supongo, pero no sé la verdad. Sólo sé que es ésa y supongo que ahora busca a sus cachorros desde el sábado pasado”.
En la zona hay otros 5 canes que en grupo o separados inspeccionan cada rincón del lugar.
Llegan activistas sin sello, sin marca de distintos lugares; traen croquetas y otros alimentos para los perros que ahí siguen. Ella sigue buscando, escarbando, olfateando. Corre de un lado a otro, descansa y continúa, como desde hace 6 días.
Sin partidos; menos sellos
“¿Entonces en ese otro charco hay una cocodrilo? Pensábamos que éstos eran los únicos que habían sobrevivido. Hemos estado viniendo a traerles de comer, ahora compramos algo de pollo y se los lanzamos. Hay como 5 cocodrilos aquí. Entonces deja ir con esa de allá también”, dice Carlos “L”.
“No pertenecemos a ningún grupo de activistas ni a ningún partido políticos ni a ninguna asociación. Vengo con mi hija por mi cuenta porque me gusta la naturaleza y porque queremos ayudar a estos animales”.
Carlos condena la muerte del manglar en Tajamar y lo reduce a un elemento: ambición de los políticos.
“Son muchos que como nosotros venimos sólo como ciudadanos. Yo tengo pocos meses viviendo en Cancún, pero he decidido quedarme más tiempo. Y esto que hicieron, pues… no se vale. Todo por la ambición de algunos políticos y obvio de los millonarios que se quedan con estos terrenos”.
De pronto, torrencial aguacero nos sacude e interrumpe su altruista labor.
Otra mujer ha llegado al lugar y cuando la lluvia cesa, ella baja de su auto una gran bolsa de croquetas para perros.
Los dos activistas que hacen guardia desde la noche se acercan.
“Ningún político se ha parado aquí, pero ya nos avisaron que quieren llegar los del Verde Ecologista (PVEM)… y no los queremos aquí. No es justo que vengan cuando ya pasó todo, cuando los ojos del mundo están en Tajamar y ahora sí quieren reflectores, sólo buscan ganar imagen, no les interesa la naturaleza ni la ecología. Si vienen, los vamos a correr.
“Esto no es un acto político. Tampoco queremos a malos periodistas que descalifican y sólo se dedican a echarle porras al Gobierno, gente vendida. Aquí no hay colores ni nada de eso, somos ciudadanos que defendemos la naturaleza”, señalaba un joven activista ya en las últimas horas de su guardia.
Y lo cumplieron: Horas más tarde echaron a gritos del lugar a representantes verdes.
La crónica de un ecocidio anunciado
“Ya no nos volverán a ‘madrugar’ en Tajamar. No lo permitiremos.
“Estábamos avisados de que iba a pasar en cualquier momento, pero no con la fecha exacta. Era una alerta constante, pero lo que sí pudimos darnos cuenta era de la mayor vigilancia policiaca: Pasan, nos toman fotos, nos cuentan, checan quién está, regresan… desde hace 6 meses esto”, relata Roberto Villalobos, miembro del grupo activista ‘Cancún, Salvemos el Manglar’”.
“Estamos haciendo una vigilancia constante, 24x7, tratando de que estas áreas que son los accesos no se queden solas. Estamos llamando a la población que nos apoyen, que vengan. Que se enteren (las autoridades) que no será tan fácil que nos vuelvan a ‘madrugar’. Pedimos una suspensión total a las construcciones, una suspensión total al relleno y que haya una reforestación”.
Roberto detalla que desde hace 6 meses sabían que esto sería inminente, pero todo detonó desde el viernes 15 de enero por la tarde.
“Se intensificó antes del sábado. Incluso se soltó el rumor en las redes sociales que ese sábado (16 de enero) iban a entrar a la 01:00 de la mañana; el viernes en la tarde soltaron el rumor. Ante estos rumores, sí se reforzó la vigilancia (por parte de los activistas).
“Ocurrió en pausas: El día anterior apagaron todas las luces del Malecón, todas, sacaron a toda la gente, primero la seguridad privada y (después) fuerza pública entró a hacer rondines. Después que empezó el ingreso de máquinas llegaron los camiones de volteo, los camiones tipo pesado con los trascabos, con las máquinas de escarbar, escoltados por la fuerza pública, por policías municipales, por equipo de granaderos, gente con equipo antimotines, con escudos, con cascos. Hubo agresiones hacia nosotros”.
–Pero usted trabaja en la industria hotelera, esto significa más fuentes de trabajo. ¿No representa un conflicto?–
“Para mí no representa un conflicto, porque yo cuando llegué a Cancún ya existía el lugar donde trabajo. Incluso si damos una mirada para allá (voltea hacia el centro de Benito Juárez donde se ve un gran edificio en obra gris), esta construcción, desde que yo llegué hace 5 años, así parada (detenida) en obra negra”, acotó.
“El discurso con el que nos están vendiendo esto es que va a representar más empleos, pero no se está pensando en el desarrollo urbano: Para meter aquí edificios de 20 pisos no se está pensando en la cantidad de automóviles, en los servicios urbanos, en que tenemos sólo una avenida de salida.
“Más que un conflicto, representa un riesgo para la sociedad”.
Roberto insiste en que el manglar es una fuente natural que bloquea los huracanes, es fuente natural purificadora del agua y que eso no se toma en cuenta en la urbanización del Malecón Tajamar. Lo derribaron lo destrozaron, fue arrancado, reclama el activista.
–¿A qué está dispuesto en lo personal en esta lucha?–
“Tengo una niña de 9 años… y he dicho que estoy dispuesto a que se quede sin papá, porque no se vale que mi hija no pueda disfrutar lo que yo vi.
“Se llama Ximena”.
“Pues sí…’
“Alguien tiene que pagar; deben castigar al funcionario que hizo esto”, exige Luis, el taxista de unos 40 años edad, originario de Michoacán y quien llegó a Cancún hace 10.
“O sea, uno entiende que son proyectos de desarrollo, aunque la información que dan las autoridades es a medias, ocultan cosas, pero haber entrado así con la maquinaria, de madrugada y aplastando animales y todo, eso es lo que se debe castigar”.
–En realidad Cancún es lo que es porque así se desarrollaron los proyectos, porque toda la zona hotelera y Punta Cancún y los hoteles de aquí frente al Malecón pues se hicieron sobre los manglares, ¿Por qué ahora entonces sí hay tantas protestas, qué diferencia hubo?–
Se queda pensativo mientras conduce rumbo al aeropuerto. Entonces Luis señala que son las redes sociales, la tecnología digital lo que permite que la información de la denuncia de hechos como el de Tajamar sume tantos apoyos.
“Sí pues hace unos años que hicieron lo mismo en Punta Cancún dejaron el manglar sólo en la orilla de la carretera, entonces tú lo veías aunque pasados unos metros ya todo estaba desmontado, era como una pequeña cortina. También taparon con maderas más allá, entonces no te dabas cuenta de todo lo que hacían y luego ya de repente estaban todas las construcciones.
“Yo sí había venido con mi familia al Malecón de Tajamar. Bueno, he venido unas dos veces”, recuerda.
–Pero todos estos proyectos traen trabajos en construcción, en servicios, en hotelería, comercio y para ustedes mismos como taxistas. ¿Qué piensa de eso?–
“¿Más trabajos? Claro, pues sí… ¿De dónde dijo usted que viene?, ¿disfrutó su estancia en Cancún?”.
Cada día la indignación crece; al momento un juez concedió al 4° día la suspensión provisional del desmonte y relleno, pero la aniquilación ecológica estaba consumada.
Hoy, en la Web a cada minuto se suman voces y voluntades para exigir que se ponga el freno al gran proyecto habitacional y turístico en Tajamar.
Las autoridades locales y federales como Fonatur, y los grandes inversionistas insisten en la legalidad de los procedimientos. De ese lado, la explicación más básica es la que más retumba en la cabeza de todos aquellos que tiene su vida ligada a la actividad turística de Cancún. Inversiones multimillonarias, más empleos, esperanza de mejores condiciones de vida, en un hemisferio de la consciencia. En el otro, el ecocidio.