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La cleptocracia y el nicho de confort
Cleptocracia, del griego clepto (robo) y kratos (gobierno o dominio), significa “el gobierno de los ladrones”. Es el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción, el nepotismo, el clientelismo político y/o el peculado de forma que estas acciones delictivas quedan impunes debido a que todos los sectores del poder están corruptos, desde la justicia, los funcionarios encargados de legislar y todo el sistema político y económico; es la institucionalización del robo volviéndose Estado.
Los mexicanos sabemos que la corrupción existe desde tiempo atrás y que los políticos han robado y se justificaba su actuación con el dicho popular “que roben, pero que hagan algo”. Es así como el fenómeno de la cleptocracia ha ido ganando terreno para beneficio de los políticos y empresarios, que roban y se sienten poderosos desde un cargo público o la posesión de una empresa.
La percepción de la corrupción en México nunca había sido tan alta como en la administración de Peña Nieto —el cual será recordado como uno de los Presidentes más corruptos en la historia de este país—, pero también por la impunidad que prevaleció sin escrúpulos en casos plenamente documentados.
La política ha sido la práctica permanente para la extracción del botín –que pertenece al pueblo– y distribuirlo, sin importar el partido ni la afiliación política o la afinidad ideológica. Porque sabemos que los puestos públicos han sido tradicionalmente lugares desde donde se pueden obtener contratos, eludir impuestos, exigir bonos, emplear amigos, promover a familiares y obsequiar riqueza.
Sin embargo, con este nuevo gobierno que le ha declarado la guerra frontal a la corrupción, se supone que no habrá –o tendrán que reducirse drásticamente– funcionarios públicos que abusen del poder para enriquecerse.
La política en México fue construida para empoderar a los de arriba y mantener callados a los de abajo. Y poco a poco se convirtió en una cleptocracia rotativa que la democracia electoral ha hecho poco para desmantelar. De allí su disfuncionalidad, su rapacidad, su opacidad y su discrecionalidad.
Hemos presenciado en los últimos 30 años atracos como el Fobaproa, la Casa Blanca, la Estafa Maestra, Agronitrogenados, Walmart, Bimbo, Elektra y otros que no pagaban impuestos, o recibían contratos amañados con el estado. Aparte están 22 gobernadores señalados como corruptos. Y si la corrupción es tan elevada es porque el andamiaje institucional no ha sido diseñado para garantizar los derechos de los ciudadanos, sino por el contrario, para contar con un sistema de privilegios.
Sin embargo, las personas que cuestionan la manera de gobernar –del actual Presidente de México– anhelan seguir actuando con las reglas del pasado porque es más cómodo seguir las costumbres que confrontarlas; es más aceptable tolerar las grandes omisiones y negociar las pequeñas sumisiones. Ha sido la complacencia de estas personas la que ha permitido que el País siga mintiéndose a sí mismo. La conformidad es el juego seguro de quienes no desean perder los privilegios de los que gozan, los puestos que ocupan, las posiciones que cuidan o los beneficios que reciben.
Prefieren no hacer nada para salir de su zona de confort –que sólo abarca lo conocido, ese ambiente donde se está a gusto– sintiéndose seguros porque todo está aparentemente bajo control, viven en una pasividad y rutina que provoca apatía y vacío existencial, impidiendo el crecimiento. De ahí que se vuelvan parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestionan, sino que siguen ciegamente no aceptando ideas distintas a las que ya han recibido por tradición. Prefieren ver telenovelas que enfrentar la realidad.
A su vez, los conformistas entran en una lucha contra los idealistas que luchan contra el establishment. Le temen a los cambios y hacen rabietas porque el Presidente llama las cosas por su nombre. Se horrorizan al presenciar la verdad que se ocultaba tras la mentira de años. El Presidente les dice corruptos a los que son y han sido por años; les dice mentirosos a los que se cubrían con el velo de la pureza política –según ellos–; les ha dicho a quienes han gobernado mal a México que no tienen derecho a seguir haciéndolo. Los conformistas aspiran a confundirse entre los que les rodean. Mientras que los idealistas tienden a diferenciarse de ellos. Uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la suya propia.
El Presidente podrá cometer errores y equivocaciones, como todo ser humano, pero los comete porque actúa con el firme propósito de desmantelar la corrupción enquistada en nuestro País por siglos. Es claro que no será suficiente una administración sexenal para corregirlo todo, pero el contagio de la honestidad continuará, poco a poco y a empujones, como todo lo que vale la pena.
Los mexicanos aprenderemos que es más importante ser demócrata que morenista, priista, panista, perredista o cualquier otra denominación partidista. Y México será otro país, pero ese destino deseable dependerá de que cambien quienes han permitido que sea como es hoy.
Dependerá de nuestra capacidad de mirar a México con mayor honestidad y dejar de ver al País como un lugar donde la cleptocracia pueda seguir acumulando riqueza a costa de los demás.
Rodolfo Garza Gutiérrez
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