La cizaña y el trigo

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La cizaña y el trigo

Hace dos años “creíamos que vivíamos bien”. Era una creencia fundada en la economía tanto personal como nacional. Teníamos empleo, casa y hasta para salir de vacaciones, (austeras pero a fin de cuentas eran vacaciones). Nuestro bolsillo no protestaba, sentíamos que nuestro vivir era más placentero que el de nuestros padres porque teníamos más alternativas de diversión. Simplemente estábamos mejor sin darnos cuenta de lo frágil y limitado de nuestra mejoría.

Las amenazas de la enfermedad, del ingreso económico limitado, del desempleo, de la creciente densidad demográfica con todas sus consecuencias, silenciadas por los programas “divertidos” y enajenantes de la TV y de los medios, la inseguridad, que asesinaba de manera cotidiana aparecía inofensiva y el 50% de conciudadanos que oficialmente padecían pobreza, no nos afectaba porque a fin de cuentas eran números y estadísticas” oficiales”.

Todo esto y mucho más no estaban en nuestro campo visual y mucho menos en las consideraciones conscientes. No nos daba oportunidad de percibirlo cercano a nuestro correteado vivir. Los líderes políticos, religiosos, intelectuales tenían un gran cuidado de no denunciarlo, sino de cultivar una imagen del éxito con pinceles de colores que diluían las peligrosas obscuridades que convivían con nosotros. La cizaña cohabitaba con el trigo y crecía exponencialmente, minando el campo subterráneo de la cultura, la educación, el carácter y el espíritu comunitario, generoso y fraterno de la sociedad mexicana. Pero el trigo seguía presente sin hacer ruido.

La codicia de la cizaña se volvió impetuosa, incontrolable, omnipotente y dominó sutilmente, sin darnos cuenta los trigales que eran nuestro orgullo y fuente de dignidad. La codicia política del poder se enfermó de paranoia y convirtió la mentira en verdad, la realidad decadente en amenaza para el progreso, la moral en un   peligro para la libertad, el juicio crítico en un sabotaje que había que combatir.

Llego la pandemia del coronavirus y como plaga desnudó a la sociedad de su cultura faraónica. Arrasó con el maquillaje de las creencias de la vanidad miope, de la apariencia superficial que escondía la fragilidad humana, de los discursos y la narrativa que alejaban el dolor, la guerra y la muerte de la experiencia cotidiana. Cabalgaba el virus campeón de la muerte de país en país, de continente en continente, pero ni el pueblo, ni sus faraones se amedrentaban. Inicialmente la cizaña los convenció de que eran inmortales, que la ‘democracia prefabricada’ los inmunizaba y que la curva era una mentira plana. Las primeras muertes fueron embajadores de la pandemia solamente para la gente prudente y racional. Los siguientes decesos fueron un huracán que despertó el miedo real, maduro. Los trigales se protegieron y dejaron de creer en las mentiras de los reportes, discursos y discursantes.

Hoy hay una guerra entre la sólida incredulidad del trigo y la credulidad de la cizaña. Entre los sueños y la realidad. Entre el poder seductor de la corrupción moral- económica, y la fortaleza de la verdad-realidad. Entre las palabras huecas y los resultados comprobables. Es una guerra global, continental y nacional que ha despertado la conciencia de la realidad humana y que se va a decidir en la conciencia personal. El dinero, el fanatismo ideológico, las creencias bien fundadas en la realidad o enajenadas por la ignorancia o la codicia construirán la sociedad y los gobiernos de la post-pandemia.

El coronavirus igual que la cizaña no es inmortal. Tampoco es necesario para el hombre y su comunidad. Se secarán y pasarán

El trigo ha sobrevivido a lo largo de los milenios. Hoy también va a sobrevivir y seguirá siendo el pan de cada día, de la verdad y de la vida humana. La conciencia humana lo necesita para vivir y evolucionar.