La ciudad como ficción

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La ciudad como ficción

Saltillo aparece en la obra de Bolaño. / Foto: Especial.
Cómo puede ser concebida una ciudad desde los territorios de la imaginación literaria o la visual ¿Qué tanto gana y qué tanto pierde? ¿Cómo se reconfigura en sus componentes y sus mitologías? ¿Cómo se (re) trata, se degrada o se desmitifica?

Mi amigo el doctor Milton Aragón sostiene en alguno de sus textos cómo la ciudad es una construcción simbólico-metafórica: sintagma que contiene en sí procesos en la esfera emotiva y cognitiva; articulado esto a su vez en un plano tanto individual como colectivo.

Espacio mutable y resignificado –veces fantasmal, veces rabiosa materia-, nuestra ciudad ha sido refundada incontables veces desde la ficción.

Por ejemplo, en uno de sus cuentos menos conocidos, Saltillo aparece en la obra de Roberto Bolaño… ¿Estuvo de paso por aquí- a mediados de los 70- el entonces infrarrealista, poco antes de su exilio español? El cuento se llama “Gómez Palacio”, y forma parte del volumen titulado “Putas asesinas”:

“Fui a Gómez Palacio en una de las peores épocas de mi vida. Tenía veintitrés años y sabía que mis días en México estaban contados.

Mi amigo Montero, que trabajaba en Bellas Artes, me consiguió un trabajo en el taller de literatura de Gómez Palacio, una ciudad con un nombre horrible. El empleo acarreaba una gira previa, digamos una forma agradable de entrar en materia, por los talleres que Bellas Artes tenía diseminados en aquella zona. Primero unas vacaciones por el norte, me dijo Montero, luego te vas a trabajar a Gómez Palacio y te olvidas de todo. No sé por qué acepté. Sabía que bajo ninguna circunstancia me iba a quedar a vivir en Gómez Palacio, sabía que no iba a dirigir un taller de literatura en ningún pueblo perdido del norte de México.

Una mañana partí del DF en un autobús atestado de gente y dio comienzo mi gira. Estuve en San Luis Potosí, en Aguascalientes, en Guanajuato, en León, las nombro en desorden, no sé en qué ciudad estuve primero ni cuántos días permanecí allí. Luego estuve en Torreón y en Saltillo. Estuve en Durango. Finalmente llegué a Gómez Palacio.”

Saltillo, la primera versión ficcional. / Foto: Especial.

Origen y ensoñación

Sin embargo, hasta donde se sabe, Saltillo aparece por primera vez en el espacio de la ficción de la mano del cronista coahuilense José García Rodríguez, en su novela “Miren lo que sucedió en la feria de Saltillo”(1933), que escrita a la manera del folletín decimonónico, y deudora evidente de estilos como el de Guillermo Prieto, entrecruza hechos históricos con la imaginación. Enmarcándose sus peripecias en el contexto y caída del fin del movimiento insurgente de 1810 –aparece un personaje histórico: el realista Manuel Royuela, implicado en el apresamiento de los Insurgentes. 

Tendrían que pasar muchos años para que la ciudad volviera a ser otra vez considerada motivo o territorio de la ficción literaria. La novela que indudablemente se propone con una clara ambición totalizadora, es la saga de “Truco”, en sus tomos uno y dos (viene ya un tercero), donde la capital coahuilense, como la Santa María onettiana, transmuta su nombre a Estefanía.

De forma insuperable, a la orfebrería prosística de Alfredo García Valdez le da por recuperar sus espacios y fantasmagorías, sus pesadillas y sus espejismos:

“Porque el sol ese el capitán vitalicio y omnipresente del pueblo: no se ha quitado el dorado yelmo que usa desde el siglo XVI, cuando auxilió a aquel puñado de castellanos y judíos que llegaron desde Veracruz y Tenochtitlán, pasando por la airosa Pachuca, el Real de Quatorze y Mazapil a colonizar estas tierras guiados por doña Estefanía de Montemayor y sus dos esposos.”

El poeta reconfigura el mito fundacional, trastoca el dato temporal y geográfico: juega con el lenguaje:
“Este sol posnuclear antediluviano fue la única deidad que adoraron los embozados tobosos, los comulgantes coahuiltecas, los irritables irritilas y demás tribus apaches y serpientes voladoras que acaparaban estos desiertos.”

Así, la ficción se revela también como espacio de revisitación crítica a la historia:
“Estefanía (era) una villa inclinada a un tiempo sobre la huesa y la pompa carnal, el maquillaje y la gusanera, la ilusión y la podredumbre, los espejos sobredorados y las bacinicas de putas; cuestiones por lo demás simbolizadas hasta la melancolía y el asco en el catafalco de mármol guardado debajo del altar mayor de Catedral.”

La urbe como un espacio de extrañeza, donde lo perceptual es engañoso y mutable, la ciudad como repositorio de fantasmas semióticos:

“ Entre el Bar Groucho y el café Maquiavelo la niebla borra mis pasos; entre el pasado y el porvenir, reunidas en la memoria como en una agua concéntrica, el tiempo disuelve mis huellas.
(…)

En una callejuela del barrio del Águila de Oro hay una niña que aprende a manejar una bicicleta. Se bambolea sobre el asiento. Los radios de la llanta son una imagen del tiempo: miré a esta niña cuando yo mismo tenía nueve años, como ella en este momento.”

La ambición más totalizadora. / Foto: Especial.

La mirada desde afuera

Sin embargo, Saltillo también ha sido material transmutado por otras obras y miradas disímbolas: “Porque parece mentira la verdad nunca se sabe”, de Daniel Sada y “Pixie en los suburbios” de Ruy Xoconostle Waye. En la primera, “la novela más endiabladamente difícil de la literatura mexicana” según Christopher Domínguez, el pretexto y detonador para este híper barroco monumento al lenguaje, es un fraude electoral y posterior protesta y asesinato de inocentes. Una camioneta cargada de muertos deambula por el desierto. Un proverbial padre huevón espera que entre los muertos no estén sus hijos. En la novela de 606 páginas (Turco tiene casi 700) el poblado de marras es Remadrín. El Estado es Capila. El país se llama Mágico -MagiCOahuila- y su capital es Brinquillo.

Por otra parte, la novela de Xoconostle –distopía pop y posmoderna- más que ocurrir en Saltillo, ocurre en Ramos Arizpe, convertida en el futuro en una megalópolis donde las zonas aledañas han sido engullidas por su monstruoso desarrollo. Centrada en las peripecias de un joven ejecutivo, muy afin su crítica workaholic a “Fight Club” de Chuck Palahniuk, la novela –hecha en 2001- fue celebrada por personajes como Alberto Fuguet y Juan Villoro, quienes la tildaron de “fronteriza, gozosa “y  “globalifóbica”.

Ramos Arizpe y Saltillo como distopia. / Foto: Especial.

Coda

Hay dos películas del cine mexicano donde la ciudad es recurrentemente mención: una, donde el cantante Cornelio Reyna, al regañar al pequeño hijo que lamenta sus malvivencias y hostilidades de la Capital para con el artista del hambre, le suelta:  “Si sigues llorando, te voy a mandar con tus abuelitos a Saltillo…”

Otra: en la adaptación mexicana a la inmensa “Crimen y Castigo”, Roberto Cañedo es una suerte de Raskolnikov provinciano: un oscuro estudiante proveniente de un lugar fantasmal y remoto: Saltillo.

 

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

Saltillo y Coahuila en la obra de Sada. / Foto: Especial.
Saltillo referido en el cine. / Foto: Especial.