La ceremonia del té 2/2
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La ceremonia del té 2/2
“En la tetera de Raku/ –vendaval y ofrenda–/ hierve la vara de vainilla.” Escribe en un delicioso haikú de fina estirpe, la poetisa nipona del siglo XVII, Yukiko Akakura. No alimentarse, sino la vida misma. El té en el oriente no es una bebida, sino una cultura. No es un momento del día, sino una ceremonia. Un rito el cual se ha ido perdiendo con el paso del tiempo y la occidentalización de sus habitantes. “Mil grullas”, novela del Premio Nobel de Literatura, Yasunari Kawabata, reivindica a través de poderosa narrativa, este rito en un Japón urbano, cediendo a la tentación de las nuevas costumbres con motivo de su apertura luego de la debacle del país ante la Segunda Guerra Mundial.
Y este viejo rito sólo se cumple, según leemos en Kawabata, en ese “otro mundo” japonés, ajeno al ajetreo citadino y cotidiano. Pero también, el acto se cumple cuando somos guiados de la mano en la ceremonia donde una bebida en apariencia sencilla, provoca toda suerte de sortilegios, invocaciones, glosario y teje no sólo nuestros recuerdos, sino nuestro futuro; nuestra vida toda. En esta novela de Kawabata todo está milimétricamente puesto, efectivamente, como en una ceremonia de té. Las grullas finamente tatuadas en un pañuelo o kimono de la joven Inamura, son símbolo de la longevidad. El padre del joven Kikuji, muerto ya, pero quien atesoraba finas cerámicas para el rito y especialista en éste, hereda su colección –se la arrebata, realmente– a una mujer, Chikako, la cual se acostaba con el padre, y ahora, lo intenta con el joven hijo.
Todo ello, mientras desfilan ante nuestros azorados ojos una genealogía de cerámicas, tazones, teteras y lo necesario para una etiqueta la cual embota los sentidos. Una jarra Shino de esmalte blanco y tenue rojo, un par de tazones Raku y su tetera de hierro. Tazones negro y rojo, es decir, tazones hombre/esposa. ¿Ya ve lector lo milimétrico y ampuloso de dicha ceremonia? Desfila también un tazón cilíndrico, un Shino, el cual tenía tatuados los labios, el lápiz labial de la señora Ota, la cual se acostaba con el papá de Kikuji… y luego con éste. Hasta el día de su suicidio.
Cuentan los biógrafos de un hombre con funestas noches en vela. Yasunari Kawabata padeció de insomnio hasta su propia muerte. Se suicidó. De aquí entonces de sus universos cerrados, monótonos, asfixiantes y de sus personajes atormentados, presos de una desolación acuciante los cuales beben té en las noches más altas. A vuela pluma, un fragmento de la referida novela, la cual es el ejemplo perfecto de la ceremonia del té y su significado para el oriente lejano: “La luz era en verdad demasiado brillante para una casa de té, pero hacia resplandecer la juventud de la muchacha. La servilleta de té, a tono con la muchacha, era roja e impresionaba menos por su suavidad que por su lozanía, como si de la mano de la muchacha floreciera una flor roja… La Señora Ota tomó el Oribe negro en la palma de la mano.
–El té verde contra el negro, como las señales del verde a comienzos de la primavera…”
¿Ya lo notó? Hasta Japón no llegaron los romanos, los griegos, los cristianos. Estos practican un panteísmo donde Dios y sus presagios están en todas partes. En la naturaleza: en la ventisca de invierno, en mil grullas las cuales levantan amarras, en una taza de té negro… Yukiko Akakura confirma con el siguiente haikú lo escrito:
En el cielo ominoso de Okinawa
Una parvada de aves planean.
El tazón de té, exhala
Me he aficionado harto al té verde, el cual crece a la sombra protectora de una estera de bambú, por mi querida amiga, la cual lo acostumbra todo el día. He probado té en tres o cuatro lugares, entre ellos “Pour le france!”, “Terrazza Romana” “Mesón Principal” y “Don Artemio.” Todos ellos, excelente y bien servidos. En este último lugar, y merced a la globalización de la cual ya renegaba Kawabata, mandaron traer vía Internet, unas esplendidas teteras de corte antiguo.Un lujo para el paladar y la mirada.