La cercana profundidad de Cavafis

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La cercana profundidad de Cavafis

Foto: Internet.

Constantino Cavafis, el gran poeta griego, casi no publicó en vida. Acaso vieron la luz dos libros con un puñado de poemas (menos de veinte en cada uno). Envió sus versos a varias revistas de la época, pero su obra fue extensa. Unos meses antes de morir por cáncer de laringe, según cuenta el nobel Giorgos Seferis, dijo: “tengo todavía veinticinco poemas por escribir”. Le dio tiempo de ordenar su poesía y nos dejó en los “Canónicos” la propuesta de sus mejores trabajos. Lo que él consideraba más digno. Aunque ahora los expertos aglomeran todo lo que se ha encontrado en ediciones enormes llenas de notas al pie. El primer tomo canónico comienza con el poema “La ciudad”: “Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire / veo aquí las negras ruinas de mi vida (…) / No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. / La ciudad te seguirá”. En su madurez literaria, Cavafis habla sobre la derrota, una derrota muy personal y hermosa.

En las páginas de sus poesía completa (si es que existen las obras completas de alguien) aparecen incontables referencias al mundo de la Grecia clásica y, específicamente, de la Grecia oriental. El poeta explica las complicaciones más difíciles a través del rey Demetrio, de los bárbaros, de Dionisio y Herodes Ático, de Teódoto y algún distinguido sofista que abandona Antioquía. El ejemplo más fuerte es su mítico poema “Ítaca”, ciudad a la que muchos años después regresa por fin Ulises, luego de las más increíbles aventuras: “Ten siempre a Ítaca presente en el espíritu. / Tu meta es llegar a ella, / pero no acortes tu viaje / más vale que dure largos años / y que abordes al fin tu isla / en los días de tu vejez, / rico de cuanto ganaste en el camino, / sin esperar que Ítaca te enriquezca”. 

Igual que Homero, Cavafis no habla de un lugar, sino del viaje de la vida. Una idea parecida a la de su contemporáneo Pessoa (otro gran poeta casi desconocido en su época) cuando dice “Navegar es preciso, vivir no es preciso”: El destino final siempre será la muerte, por eso lo valioso es la travesía, lo que sucede mientras se navega. Curiosamente, Cavafis es considerado un “poeta de la vejez”. La experiencia y los años lo librean. Para ello, vuelve a los pilares de su tradición: reinterpreta la literatura clásica, continúa un pasado que aún resulta simbólico, pese a los siglos. No le interesa pertenecer a los movimientos literarios de su tiempo, no escribe para eso. Tanto su biógrafo Robert Liddell como el crítico Seferis lo consideran el autor de una “poética aislada”. El escritor es un hombre más interesado en la investigación de los personajes antiguos que en el trabajo de los literatos modernos. 

A diferencia de otros poetas que hacen versos con metáforas y figuras retóricas complejas, Cavafis acude a un lenguaje sobrio donde las imágenes, como señala Pedro Bádenas de la Peña, son casi inexistentes. “Intenta así conferir a todas sus palabras la más clara sensación de su acepción más directa y neta”, apunta el crítico. La imagen está quizá en el poema completo y es construida con frases firmes, como los discursos de los grandes oradores de la gloria helénica. Estos dos elementos, el guiño a la literatura clásica y las palabras claras, logran un efecto de profundidad compartida, de entendimiento en medio de una poesía al margen.

Cavafis nos recuerda que venimos a vivir el amor que antes cantaron Safo y Alceo, a ser vencidos como Aquiles y Héctor. Que también somos los troyanos perdidos y desolados en su propia ciudad: “Nuestra derrota es por lo tanto segura. / Sobre las murallas resuenan los lamentos. / Nuestros recuerdos y emociones pasados / traen consigo el duelo. / Hécuba y Príamo lloran, /lúgubres, por nosotros”.