La bicicleta es mi pasaporte

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La bicicleta es mi pasaporte

Cansado de los malos salarios y la violencia, Darío decidió dejar su natal Honduras para intentar llegar a México y quizá a Estados Unidos. Atrás, pero no olvidados, quedaron su esposa y su hijo. 

Originario del departamento de Santa Bárbara, pero asentado en San Pedro Sula, la segunda ciudad de Honduras, por primera vez Darío intenta llegar a Estados Unidos. 

Viajar con poco dinero y sin papeles es una montaña empinada. Ya en Tapachula, en Chiapas, Darío empieza a lidiar con los retenes del Instituto Nacional de Migración (INM) y de distintos cuerpos de policía. No se diga del crimen organizado, el que extorsiona un día sí y otro también. 

Una mañana estuvo cerca de que fuera detenido en un puesto de verificación de documentos. Aquel susto fue también el inicio de su táctica y de su estrategia. Observó que trabajadores locales se movilizaban en bicicleta y las autoridades no les decían nada. “Con que es en bicicleta”, se dijo. 

Días después, invirtió los pocos pesos mexicanos que tenía en adquirir una vieja bicicleta en la que decidió continuar su camino, rumbo a la frontera de México con Estados Unidos. Durante 14 días, recorrió más de mil 500 kilómetros entre Tapachula y San Luis Potosí. 

Pasaba los retenes y los oficiales no lo alzaban a ver. Pasaba por un empleado que iba o volvía del trabajo. Así fue sumando kilómetros. Una persona amiga le regaló una pequeña tienda de campaña, que colocaba al lado de la carretera cuando las fuerzas ya no le dejaban pedalear. “Dormía en el monte”, recuerda. 

En San Luis, laboró 6 meses en un sitio en donde se cuidan perros, cuyos dueños salen de vacaciones y requieren que les atiendan a sus mascotas. Recibía un salario de mil pesos semanales (unos 60 dólares al tipo de cambio actual). Darío recuerda orgulloso que apenas se dejaba 100 pesos semanales. El resto lo enviaba a su esposa, quien atendía a su hijo. No era mucho, pero él no quería que pasaran hambre. 

Darío se había criado en la calle desde los 9 años, entonces sabía lo que era dormir donde le cogiera la noche. Nunca asistió a la escuela. “Yo firmo- me confío- con la huella”. La cédula es su único documento de identidad; el pasaporte no está a su alcance. 

Mucho antes de imaginarse en ruta a 2 ruedas rumbo al norte, el licor dominaba su vida, pero cuando su esposa le dijo que iba a ser papá, él juró que su hijo nunca lo vería borracho. Ahora su hijo tiene 10 años y él ha mantenido la promesa. El niño convulsiona, por lo que contar con dinero para la medicación es indispensable. 

Un amigo le había prometido que le ayudaría a cruzar la frontera, pero la promesa no se cumplió. Entonces decidió montarse nuevamente a la bicicleta y dirigirse hacia Saltillo, capital de Coahuila. Le tocaba recorrer otros mil 500 y tantos kilómetros. 

De Saltillo, quedan 300 kilómetros para llegar a Nuevo Laredo, en Tamaulipas, una de las ciudades frontera, en donde la extorsión es pan de todos los días. 
Cerca de Saltillo, el neumático de una de las llantas de la bicicleta se desinfló y le tocó bajarse y empujarla. Tuvo la suerte de que un señor le ofreció llevarlo a la Casa del Migrante de Saltillo, un reconocido albergue para indocumentados, ubicado en la colonia Landín. 

Luego de más de 3 mil kilómetros recorridos, ya los neumáticos suman más de 25 parches y rápido las llantas pierden presión. Reemplazarlos tiene un costo de 220 pesos, una suma considerable cuando no se tiene nada. 

Darío se muestra muy agradecido con la casa: “Aquí (en la Casa del Migrante de Saltillo) tenemos una familia, que muchos nunca tuvimos”, recordando su propia infancia. “Nos tratan muy bien, no tengo palabras para agradecer”. 

Cuando se le pregunta qué le pediría a la clase gobernante en Honduras, Darío frunce la boca y aprieta los dientes, pero ello no impide que se le humedezcan los ojos; segundos después responde que le pediría que no abandonen a los niños que viven en la calle. 

La última semana de febrero pasado, el presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, estuvo de visita oficial en México, en donde fue recibido por el presidente Enrique Peña Nieto, quien manifestó el interés de establecer vías de colaboración para garantizar una migración segura, el retorno expedito y decoroso de migrantes y la igualdad de género. 

Recibido con honores militares, el Presidente de Honduras declaró que las relaciones diplomáticas entre ambos países estaban en su mejor momento. 
Ni Peña Nieto ni Hernández tenían presente que el número de personas centroamericanas deportadas de México aumentó de 72 mil 692 en el año 2013 a 104 mil 253 en el año 2014, lo cual significa un aumento de un 69.72 por ciento entre ambos años. 

Desde luego, ni Peña Nieto ni Hernández visitaron ninguno de los más de 60 albergues que ofrecen apoyo a los miles de hondureños que son expulsados de su país. Arropados con los mejores trajes del cinismo, no les queda tiempo para estudiar tendencias o conversar con los migrantes. 

Mientras ellos pasaban revista a los militares que les recibieron y daban declaraciones a la prensa, Darío encontró un trabajo temporal en Saltillo con el cual pudo ganar unos pesos. No sabemos si logrará llegar a Estados Unidos y establecerse allá. Lo que sí es cierto es que la bicicleta es su único pasaporte. 

*Darío y otras personas centroamericanas protagonizan el documental Casa en tierra ajena, coproducido por la Universidad de Costa Rica y la Universidad Estatal a Distancia, el cual estará disponible a finales de este año*.