La belleza de los años tardíos
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La belleza de los años tardíos
El verbo devolver no es usual en la práctica. Permítaseme dar un ejemplo, devolver lo prestado (efectos personales y dinero) resulta tan poco común que aquellas personas que devuelven algo son objeto de chistes y de motes, no precisamente muy honrosos.
Hay un cartel que colocan en tiendas de barrio a un lado de donde se hacen los cobros en el que aparecen dos figuras femeninas; la mujer rolliza y bien vestida que tiene a un lado la frase “Yo no presté” y la mujer escuálida y fachosa que tiene al lado la frase “Yo sí presté”.
Pero uno de los significados del devolver en el que confío y que ejerzo es el de darle a nuestros familiares cuando son adultos mayores, nuestra mejor atención.
Los adultos mayores en abandono son considerados junto a los enfermos, a los refugiados y los migrantes son parte de los llamados excluidos por el Papa Francisco según su reciente mensaje del jueves 24 de septiembre en la Catedral de San Patricio en Nueva York, rumbo a su presencia en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Actualmente es común observar ancianos abandonados en pueblos de la ruralidad en los que se podría esperar la existencia de un fuerte tejido social y familias integradas que los protegieran.
En las familias de clase media de las áreas urbanas ya se hace costumbre enviar a los abuelos a centros en los que se les deposita para su cuidado, acción que no deja de significar un abandono porque ellos anhelan los vínculos de cercanía con sus consanguíneos, más que el contacto con enfermeras y geriatras.
Mi padre cuenta con 85 años y ya no tiene el vigor ni la prestancia de antaño, mi madre tiene 80 años y ya no tiene la hermosura que imponía. Ambos decidieron envejecer con dignidad juntos, ¡qué maravilla! Esto no ha sido fácil porque la vejez es ruda aunque debo decir, contiene una belleza distinta, una belleza que puede paladearse.
Hace unos días levanté la mano entre mis buenos hermanos para llevar a mi madre a una consulta médica, por supuesto con mi padre a un lado.
Por alguna razón pasamos de un doctor a otro. En el entretiempo compartimos la comida.
Ellos ya no escuchan bien pero la convivencia fue perfecta porque disfruté mucho su manera de mimarse al compartir comida, de un platillo a otro platillo. Recordé cómo mi madre me había dado de comer incontables veces en la boca cuando muy pequeño. Ahora yo le cortaba los bocados para su alimentación.
Observé que nos veían otros comensales con cierta sorpresa. Había cierto gusto en la mirada de todos y es que no es cotidiano que un matrimonio de ancianos exprese su amor con tanta naturalidad, menos ahora que muchos matrimonios de jóvenes duran tan poco. Los meseros consintieron a mis padres como si atendieran a personas conocidas.
Antes de pasar por ellos a su casa para proceder a las visitas médicas les llamé porque estaba fuera de la ciudad y no había desayunado. Como hijo en los felices tiempos en los que aún vivíamos hermanos, hermanas y papás juntos pedí me recibieron con un desayuno que fue sencillo pero pleno del afecto irrenunciable que tienen los padres para sus hijos.
Sé que partirán y eso será algo muy difícil para mí y aunque crea estar preparado para la despedida quisiera que el tiempo fuera elástico para disfrutarlos un poco más.
En tanto que los estados miembros de la Unión Europea levantan cercas y obstáculos para frenar a los migrantes de Siria, Serbia y Croacia que huyen de la violencia en sus países, en México levantamos una frontera de desinterés por nuestros adultos mayores.
Así como se ha rescatado a miles de migrantes en el Mar Egeo para evitar su muerte por ahogamiento, deberíamos rescatar del mar de nuestra apatía a miles de ancianos mexicanos abandonados por familiares que no entienden la acción de devolverles dignidad y protección porque no son capaces de disfrutar de la belleza de sus años.