La aparatosa máquina de El Sueño

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La aparatosa máquina de El Sueño

Para mis amigos Jesús Valdés y Ernesto Hernández

Yo, imagen de Dios, que creía hallarme muy cerca de la verdad eterna, me había despojado de mi ser terreno y gozaba de mí mismo en el fulgor y la claridad celestiales; yo, creyéndome superior a un querubín, derramaba la fuerza libre por las venas de la naturaleza y me atrevía, lleno de esperanza, a disfrutar de una vida de dioses, creando. ¡Cómo habría de pagarlo! ¡Un trueno me ha aniquilado! No debo pretender asemejarme a Ti. Aunque tuve fuerzas para atraerte, me faltan para retenerte.

Fausto en: 

“Fausto Primera Parte” de 
J. W. Goethe

Si en su poema “Primero Sueño” Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) relata y describe un viaje, parece tentador establecer una analogía entre éste y la Música, cuya audición viene siempre a convertirse, también, en un viaje hacia el interior del escucha.

¿Cuál es la anécdota –la diégesis, diría el teórico literario Gérard Genette- que cuenta Sor Juana en este relato entre conceptual y lírico? Uno que en el fondo todos hemos sospechado y algunos han emprendido de manera genial: la de la marcha no sólo hacia el conocimiento, sino hacia el saber.

Pero ¿qué tipo de “saber” puede ser éste? Nada menos que el saber del origen de las cosas: el conocimiento último y primero. Quiero decir: Sor Juana pretende escalar las alturas –o penetrar las profundidades- para encontrarse con lo que Plotino llamó Uno y nosotros nombramos con una perífrasis: Dios.

No se trata, sin embargo, de un poema teológico ni místico. Se trata, más bien, de un poema de la incertidumbre y del vacío. Lo único que queda después de ese viaje es un montón de preguntas incontestables y un fracaso. Nada más. Quien habla es la propia Sor Juana, y nosotros, los lectores, asistimos a y la acompañamos en la caída del despertar.

También nosotros despertamos, pero lo hacemos siendo otros. Nadie podría ser el mismo luego de un viaje como ése, un viaje inmóvil aunque subconscientemente ajetreado. Hemos navegado a través de la noche, junto a Sor Juana, y hemos quedado cegados, como ella, ante la inmensidad de la “gran máquina del mundo” y sus impenetrables enigmas.

“Primero Sueño” -llamado por Sor Juana simplemente “Sueño” en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”- se publicó en el segundo volumen de sus “Obras”, hacia 1692, en Madrid, gracias a las diligencias de su amiga, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, esposa de Tomás de la Cerda y Aragón, Marqués de la Laguna, personajes que habían prodigado tanto afecto a la monja jerónima mientras fueron virreyes de la Nueva España.

El poema es una extensa silva –forma estrófica en la que se combinan versos de siete (heptasílabos) y once sílabas (endecasílabos)-, como lo son las dos “Soledades” de Luis de Góngora, remoto maestro de Sor Juana. “El Sueño” se compone de 975 versos; es pues su poema más largo y el más personal: la contraparte, dice Octavio Paz en “Las trampas de la fe”, de la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, un texto indirectamente autobiográfico redactado en una prosa fulgurante, culta e íntima.

La lectura del “Sueño” es bastante ardua debido no sólo a sus recursos estilísticos sino también al tema, que debe mucho al conocimiento que Sor Juana tenía de muy diversas disciplinas, especialmente de Astronomía, Filosofía y Teología, sin dejar de lado el Hermetismo y quizá de las dudantes aportaciones de Descartes, paradójicamente. Desde muchos puntos de vista, Paz tiene razón: la lectura del “Sueño” puede ser menos abstrusa si conocemos aquella “Respuesta…”, entre otras fuentes.

Los primeros versos del poemas semejan un acertijo: “Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al Cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva,

escalar pretendiendo las Estrellas…” (Obras Completas, Vol. I, edición de Alfonso Méndez Plancarte, FCE, México, 1951).

Este célebre inicio seguiría impenetrable –y de hecho todo el poema- si un nutrido grupo de estudiosos no se hubiese ocupado de una obra tan enigmática como ésta, considerada antes de Amado Nervo como un “engendro” de la poesía barroca novohispana, hija detestable del antes execrado Góngora.

Porque el Barroco no fue como hoy lo vemos: las luces del siglo XVIII, el cientificismo del XIX y las primeras belicosas décadas del XX repudiaron lo que para el ocaso del XVI y todo el XVII había sido una seductora creación de la Contrarreforma eclesiástica española, adalid del catolicismo romano, ante los embates de Martín Lutero y sus correligionarios, que reprochaban el fasto y el lujo excesivo de la Iglesia.

Barroca hasta la médula, Sor Juana escribe este “Sueño” emulando a Góngora, aunque, como han dicho los entendidos, el tema, la atmósfera, el paisaje de este poema ninguna relación guardan con las “Soledades” que son, al menos en la apariencia, poemas bucólicos. Es sabido que, formalmente, Góngora dejó su impronta en Sor Juana –y en tantos otros- como Calderón de la Barca la dejaría en su obra dramática, “El Divino Narciso”, por ejemplo, un extraordinario auto sacramental.

¿Cómo leer hoy el “Sueño”? Creo que hay que hacerlo desde varios ángulos: el de su época, el de la nuestra, el de la poesía y el del pensamiento, para nombrar los básicos. El viaje que Sor Juana relata en este poema no es cualquier viaje: es el viaje. Pero está consignado en un idioma críptico y no es precisamente onírico, aunque lo parezca.

El Barroco dio a Sor Juana el código lingüístico –hipérbaton, perífrasis, paráfrasis, alusiones mitológicas, científicas, filosóficas, teológicas e íntimas y muchos recursos retóricos-, pero su cultura, sensibilidad y pasión cognitiva aportaron todo lo demás, que es bastante, a pesar de haber vivido enclaustrada durante años y del atraso que su formación intelectual tuvo que sufrir al depender de una sociedad regida por una España amurallada y una Iglesia obtusa.

Este código constituye la primera dificultad del “Primero Sueño”. Quienes conocen a Sor Juana sólo por su redondilla “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón,  / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis...” y por algunos sonetos, acaso se vean aturdidos ante la selva verbal y conceptuosa del “Sueño”. No es para menos: desde el inicio –la inmersión en el sueño- hasta el final –el despertar- el poema mantiene un ritmo sinuoso y subterráneo, ¿o debería decir “sublunar”?

En su afán de explicarla, los estudiosos han dividido esta obra en partes y sub-partes. Juzgo conveniente enfrentarse al poema sin el auxilio de los eruditos, dejarse llevar por él aunque al principio no se comprendan muchas, muchas cosas; darnos el lujo de ser envueltos por el idioma, el estilo y el discurso de Sor Juana. El apoyo de los entendidos vendrá después: ellos/ellas nos darán algunas claves que van a permitirnos el acceso a algunos ámbitos del poema.

Porque, evidentemente, el “Sueño” de Sor Juana es un laberinto como los que soñó Borges: una vez entrados en él uno está perdido, en el mejor sentido. Lo que quiero decir es que, como toda gran obra de arte, “Primero Sueño” nunca deja de emitir destellos y fulgores en este o aquel pasaje, en este o aquel verso. Y mientras más se lo lee más alhajas intelectuales o líricas se encuentran en su fluvial discurrir.