La amarga cruz del centralismo
Usted está aquí
La amarga cruz del centralismo
La lucha por definir a nuestro país como federalista tuvo dos influencias evidentes: el hartazgo de la monarquía española y la declaración de independencia de las 13 colonias de los Estados Unidos en 1776.
Sabemos que Miguel Ramos Arizpe promovió la creación de una República Federal puesto que conoció las desviaciones de los gobernantes del virreinato acá en Nueva España y de la corruptísima burocracia de la realeza española. Bronco, como era, fue encarcelado en su estancia en la península ibérica cuando era diputado a las Cortes Españolas (como puede verse el fuero era inexistente). En su hermoso escrito, publicado en Cádiz, don Miguel mencionaba la pobreza de la desgraciada provincia de Coahuila.
Al independizarse, México tardó en definir su propia forma de gobierno. Acostumbrados a un Estado monárquico, es decir, asentado en un solo hombre, una buena parte de los dirigentes de la nueva nación mexicana tendían, de manera natural, a un gobierno fuerte, centralista, represivo y captador de impuestos. Puesto que los nuevos mandatarios vivían en la Ciudad de México, veían con buenos ojos el centralismo. Pero en las provincias no se percibía la realidad de manera igual. En el noreste, por ejemplo, después del robo de la mitad del territorio nacional por los americanos, la gente estaba muy enojada con el Gobierno central porque no apoyaba en nada. Los tejanos, no contentos con su traición y actos de piratería, enviaban filibusteros a robar los ranchos y haciendas del norte de Coahuila, de Nuevo León y partes de Chihuahua. Eso dejaba a los gobernantes del centro (dígase Ciudad de México) despreocupados: que los norteños resuelvan sus problemas.
Los americanos se hicieron de capital con demasiada rapidez: armaron a las tribus a las que habían despojado de sus tierras, y las enviaban a robar en Coahuila. Los comanches, apaches, lipanes y criques se llevaron miles de cabezas de ganado, que les pagaban con armas, ropa y enseres diversos. Así, los tejanos se capitalizaron rápidamente.
Los coahuilenses y neoleoneses pidieron una y cien veces auxilio al Ministro de Guerra sin que se diera tal ayuda. De ahí surgieron las brigadas de autodefensa, que fueron muy eficaces puesto que se dedicaron a perseguir a los tejanos y matarlos, igual que a los apaches. Los vaqueros de Morelos eran temidos por indios y filibusteros.
Finalmente, el Gobierno central llegó a acuerdos con Estados Unidos.
Lo anterior es hoy en día tan evidente como lo era hace siglo y medio. Del Gobierno central no podemos esperar sino saqueo, menosprecio y golpes. ¿Ejemplos?, lo hay por montones. Todos los sucesos habidos en los últimos 15 años con lo que se denominó organizaciones criminales dejaron a la Federación tan campante como si se tratase de pequeños delitos: me refiero a actos como el de la masacre de Allende, la matanza de 72 migrantes en San Fernando o la ciega violencia en
Torreón durante unos seis años. Otro ejemplo sencillo: por decisión centralista se instaló un basurero de residuos tóxicos en General Cepeda. Andan buscando otros lugares en Coahuila para uno o dos basureros más. Al ya existente le están llegando seis mil toneladas de veneno cada mes (¿puede usted imaginar los que son seis mil toneladas?, no lo creo). Llega mierda de Guanajuato, el Estado de México, Jalisco, Tabasco y otros estados. De unos meses para acá empiezan a encontrarse zorros, coyotes, víboras, ratones, pájaros y conejos muertos alrededor del Cimari de Noria de la Sabina. La Federación sirve para eso, para salvaguardar los intereses de unas entidades y acabar con las que son (somos) más pasivas o, de plano, sumisas.
El centralismo tiene muchas caras. Todavía recuerdo cuando en Chiapas se producía la mayor cantidad de electricidad para todo el sur de México. La capital lucía iluminada mientras que en Chiapas había todavía 90 por ciento de sus pobladores sin servicio eléctrico. Esto dígalo usted respecto al agua, la salud, la educación y demás. Los chilangos (esto va sin ninguna mala intención contra las personas, sino contra los abusos del Gobierno) tienen todo, mientras el resto debe esforzarse por conseguir cada pequeño pedazo del pastel de la República.