Juicio del siglo

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Juicio del siglo

Estados Unidos es actualmente la sociedad más desinformada, y la nuestra de pasada. El constante ataque de los medios masivos de comunicación contra Donald Trump ha producido la autocensura más cínica jamás vista, y las grandes redes sociales peor aún.

Sin embargo, ¿podrán ocultar el juicio del siglo, quizá del milenio?  Será más trascendente que el juicio de la Santa Inquisición contra Giordano Bruno, o los juicios de Nuremberg en contra de los criminales nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Aquí se juega el futuro de la libertad individual, de expresión y religión en los Estados Unidos y quizá de todos en el continente americano, que Trump defiende y a los globalistas les estorba.

El estado de Texas ha demandado a los estados de Georgia, Michigan, Wisconsin y Pennsylvania por aplicar reglas electorales que violan la Constitución de Estados Unidos. A la demanda del procurador texano Ken Paxton se han unido dieciocho estados más, y ciento ocho congresistas federales. Trump, en su calidad de candidato, también se ha insertado como parte agraviada. Más grande pleito legal, con resultado electoral en juego, no hay.

Los padres fundadores de los Estados Unidos no se anduvieron con cuentos. La Constitución y sus enmiendas encargan a las legislaturas la responsabilidad de disponer la manera de nombrar a los electores que llevarán los votos de cada estado ante el Congreso Federal para decidir la elección presidencial. Los amarres que impiden que los ejecutivos o incluso los poderes judiciales puedan emitir reglas electorales los rompieron los cuatro estados demandados, bajo la excusa de proteger a los votantes contra el COVID-19.

Era previsible, como Trump sostuvo siempre, que vaciar el padrón y enviar boletas por correo a personas y domicilios no actualizados iba a generar un caos electoral nunca visto. En resumen, los republicanos se duelen que ellos jugaron con reglas válidas y los demócratas con reglas “ad hoc”. Solo que esto, la Constitución de Estados Unidos no lo autoriza. Toca a la Suprema Corte de Justicia decidir el caso en única instancia.

No menos importante es otro juicio de colosales dimensiones. Cuarenta y ocho procuradores estatales se han unido a una demanda en contra de Facebook. Durante años han reunido pruebas de las prácticas monopólicas de la famosa red social. A los competidores potenciales los compra o los aplasta.

Creo que Mark Zuckerberg se ha pasado de la raya y merece un correctivo. También ha sido acusado en público de haber comprado los resultados electorales en los condados que más votos produjeron a Joe Biden. Son condados con maquinarias demócratas mañosas en Atlanta, Detroit, Milwaukee, Las Vegas, Phoenix, Pittsburgh y Filadelfia. El vacío informativo oculta que su fundación City Civic Life, Ltd., (CTCL) celebró contratos con las autoridades de los condados chapuceros. Pagaron sueldos, instalaron máquinas de votar, instalaron buzones privados para recibir votos sin fecha. Votaron muertos, menores, y falsificaron conteos. Hay tropelías sin fin, que califican como delitos electorales.

El matrimonio Zuckerberg fue la mano que meció la cuna del fraude electoral en la elección presidencial. Los acusadores son Phil Kline, ex-procurador de Kansas y Scott Walker, un investigador de Capitol Research, que en Washington estudia asociaciones no lucrativas. Afirma que en los contratos celebrados, CTCL se garantiza el resultado bajo la amenaza de reclamar los 400 millones que CTCL invirtió en los 44 condados en los que supuestamente “promovió el voto”.

Es imposible pormenorizar lo que le sucede a los Estados Unidos. Hasta este momento mi cuenta de Twitter, Facebook y Youtube siguen jalando y allí me extiendo a placer. No he percibido una censura, pero tampoco la cantidad de tráfico que estos asuntos ameritan.

Para resolver “Texas VS. GMWP”, la Suprema Corte tiene tiempo suficiente porque el caso se reduce a “papelito habla”. En 1876, el ganador se decidió dos días antes de la toma de posesión. Agarren calma y pongan atención que el juico del siglo apenas va a empezar y recuerden: el fraude deja huella.

javierlivas@gmail.com