Juan
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Juan
Por los últimos meses hemos estado hablando de política. La profundidad es poca y nuestro “dominio” de los temas limitado. Pudiera no ser nuestra culpa no estar informados acerca de lo que una u otro candidato propone, ya que se han limitado a hacer “precampaña” a base de memes y con poca sustancia.
No es difícil señalar que los temas relevantes para los mexicanos deben ser seguridad, corrupción y crecimiento que genere más y mejores empleos. Apuesto que aunque pudiéramos ensamblar un dream team o equipo de ensueño de nuestros mejores políticos, candidatos y filosofías partidistas, difícilmente las cosas cambiarían en los siguientes 15 a 20 años. Pensar que una persona podrá cambiar al país (ya nos quedó muy mal Fox y no tan bien Calderón) en seis años es negar la realidad. Los candidatos no están rodeados por gente o prácticas que promuevan lo que considero indispensable para cambiar verdaderamente a México: un cambio de actitud sobre las cosas simples. Me trataré de explicar.
Tengo ya años residiendo en Estados Unidos. Con frecuencia visito México, y generalmente encuentro gente de distintos perfiles que me hacen ver que no estamos destinados a padecer nuestras áreas de oportunidad para siempre. A nuestro alrededor hay mexicanos que simplemente saben que tenemos un problema de actitud. En estos días tuve oportunidad de viajar a Puerto Vallarta. Da gusto llegar a la terminal internacional y ver todos esos turistas extranjeros contentos de llegar a México, aunque al mismo tiempo me da un poco de ansiedad ver que las instalaciones de este aeropuerto (como en todo el país) no son suficientes para atender adecuadamente y con clase mundial a los viajeros.
Hacemos la infraestructura mínima indispensable. Nos reciben carruseles de reclamo de equipaje que no siguen el orden establecido, rebasados por recibir dos vuelos al mismo tiempo; de ahí pasamos a la zona de llegadas internacionales donde se mezclan taxistas, operadores de excursiones, curiosos, familiares y amigos de los pasajeros causando un ambiente de mercado sobre ruedas que aunque folclórico debe ser motivo de mucho estrés para un turista extranjero; escoger un taxi es una odisea, no es fácil saber en qué son distintas las cuatro compañías; ya con boleto en mano se aventura uno a la banqueta para emprender la búsqueda del auto que tiene el mismo logo que aparece en el boleto.
Después de unos minutos encuentro a Juan, el chofer de nuestro taxi. Amable como la gran mayoría de los mexicanos que trabajan en el sector servicios, nos recibe con una sonrisa y con excelente actitud. Subimos las maletas y en los primeros 100 metros circulando, se cruzan tres peatones (entre ellos un mirrey) en zonas no peatonales, no hay heridos por casualidad. Finalmente salimos del aeropuerto y ya sobre la avenida principal avanzamos con lentitud porque alguna autoridad puso unos conos en medio de la calle, la mayoría de los conductores ejercitan la paciencia, incluido uno que en una pick up trae cinco personas en la caja, pero no falta aquel que tiene más prisa y decide circular por el acotamiento, pasando a todos. Juan lo ve pasar y sin inmutarse voltea conmigo y me dice en tono resignado: “en Estados Unidos no pasa eso… ¿verdad?”. Nos hacen falta muchos Juanes.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com