Javier Villarreal Lozano

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Javier Villarreal Lozano

Uno de los lugares comunes más pedestres, insulsos, sobados y por consiguiente más comunes, es el decir que tal o cual personaje ha ganado un estatus institucional.

No se refiere a que el personaje en cuestión ha sido asimilado por las instituciones, sino que el individuo es la institución en sí mismo.

“George Bernard Shaw era toda una institución de la crítica mordaz y el humorismo”, decimos y aunque la aseveración es cierta, muchas veces se utiliza a la ligera.

 Hoy no. Creo que nunca será exagerado ni ocioso decir que Javier Villarreal Lozano fue toda una institución. Lo que no alcanzo a decidir realmente es en cuál campo sería más apropiado otorgarle dicha categoría, porque fueron en efecto diversas disciplinas en las que se convirtió en autoridad y referente. Así que lo más honesto sería decir que era toda una institución en el área del pensamiento.

 Aunque el nombre pudiera resultarle ajeno, (ya que el maestro era alguien importante, distinguido, lo que no es sinónimo de celebridad), su influencia más inmediata y a la mano está en treinta y tantas generaciones de comunicólogos que se formaron bajo su tutela intelectual.

Pero no se confunda. No estamos hablando de “un buen profe”, sino de algo mucho más vasto. Sus credenciales le elevaban a la categoría de catedrático y sus clases eran disertaciones magistrales.

De cualquier otro docente, dicho sea con el debido respeto, se adquieren herramientas para poner en práctica en la vida profesional. De él sin embargo obtuvimos los fundamentos éticos, estéticos y filosóficos de nuestro ejercicio.

Y si bien, el campo periodístico y de la comunicación en general está plagado de farsantes, embusteros, iletrados e impresentables, él demostró que otro tipo de comunicador era posible: Uno con apego a las letras y a la verdad,  lo que no es de ninguna manera un lujo, sino un requisito mínimo que Villarreal Lozano se encargó de inculcar, lo mismo que un sentido de responsabilidad para con los principios del oficio y para con el lector. Pero regresaremos a ello más adelante.

 Ser el fundador y director del Centro Cultural Vito Alessio Robles, así como el custodio del acervo del ínclito militar e historiador, durante más de dos décadas, fue la vocación a la que consagró sus años dorados, porque para los intelectos de su calibre, no hay planes de retiro posibles.

Su formación en la Academia de San Carlos, por entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas, sólo encauzó su especial e innata sensibilidad para las artes y la cultura, misma que lo convertía en el perfil ideal del gestor cultural coahuilense.

Fue una época gloriosa la que se vivió mientras encabezó el Centro de Artes Visuales e Investigaciones Estéticas, antecedente inmediato del Instituto Coahuilense de Cultura que hoy ostenta el rango de Secretaría.

Pero ni sumándole su labor como ombudsman al frente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, obtenemos siquiera una borrosa fotografía de este coahuilense de antología. No hasta que tomemos en cuenta su faceta de historiador, escritor y periodista, ya que como autor fue dueño de una pluma rigurosa y de una prosa capaz de traernos imágenes de gran belleza. Teniéndole como modelo a alcanzar, se han escrito los mejores textos periodísticos de los últimos 40 años.

Pero hasta aquí mi estéril intento de semblanza, que un legado como el suyo es imposible condensar en este espacio. Es como intentar apreciar el Gran Cañón a través del ojo de una cerradura.

Tras su partida de este mundo, me animó mucho ver la cara de mi maestro repetida en incontables publicaciones de la red social. Cualquier cantidad de discípulos presumiendo -y con sobrada razón- algún momento especial compartido con su añoso maestro.

No sentí en ningún momento el oportunismo de otras despedidas, en las por ego, las personas tuercen el significado del duelo para que todo se trate de ellas y no del homenajeado. Muy al contrario, todas parecían querer dejar testimonio de que alguna vez se tuvo un vínculo con el insigne decano de los comunicólogos.

Así que Villarreal Lozano pudo ufanarse quizás en sus últimos días de no sólo haber sido respetado, sino también muy querido, a lo largo de una vida extraordinariamente provechosa.

Cuando el periódico solicitó mi opinión respecto a su deceso, intenté alejarme de los cumplidos y apegarme a los que yo considero, hechos: Sin duda, uno de los coahuilenses más destacados del último siglo. Su perdurable influencia está garantizada en las hordas de comunicólogos formados en su cátedra (cuando lo hagamos mal, se deberá sin duda a nuestra propia torpeza, pero cuando vea un trabajo periodístico que valga la pena, sepa que fue seguramente posible gracias a la acuciosidad y el rigor inculcados por el maestro Javier Villarreal). No obstante, estoy seguro que su legado apenas está por ser apreciado en toda su debida magnitud.

Disculpe estas apuradas líneas, inestimable maestro, que ninguna justicia le hacen a su memoria. La excelencia de cualquier manera se la ha llevado con usted, para que desde aquí la sigamos persiguiendo, justo como nos enseñó a hacerlo.