Janis Joplin y la física de 3er. semestre

Usted está aquí

Janis Joplin y la física de 3er. semestre

Ilustración: ESMIRNA BARRERA
A mi querido maestro Juan Francisco Rodríguez Aldape

Por: CLAUDIA BERRUETO

Hoy me enteré de la muerte de Juan Francisco Rodríguez Aldape, mi profe Aldape, como se le conocía en el Colegio Julieta Dávila Rodríguez, quien durante un largo año trató de enseñarme física, asignatura que oscureció mi vida durante mi época de estudiante de secundaria y preparatoria. Recuerdo su cara asombrada frente a mi abierta ignorancia durante las asesorías que me daba después de clases porque sí, yo era la única que lo tenía trabajando horas extras aquel semestre, todos mis compañeros eran brillantes en física y en muchas cosas más. Una de esas tardes lucía realmente desconcertado por estar lidiando con mi nulo seso para lo que estudia la materia y la energía (creo que eso es la física), y fue entonces que me preguntó: 

—¿Te gusta Janis Joplin?

Pienso que el alma me volvió al cuerpo porque él me sonreía: 

—La adoro, profe— contesté. 

Sacó una pequeña radiocasetera y nos pusimos a escucharla en el salón. Me dijo que una sobrina suya se llamaba Perla en honor a “la Perla del Blues”, como era conocida la gran y amada cantante texana. Así, con Janis de fondo, procedió a explicarme de nuevo conversiones de unidades, notación científica, composición y descomposición de vectores
 yo cursaba el 4º. semestre, pero ésta era física de 3er. semestre, estaba por presentar mi cuarta o quinta oportunidad, de no acreditarla “saltaría” de la prepa.

A partir de entonces hablábamos de las canciones de Janis, de cómo nos afectaban, de la materia y la energía que creíamos que tenía Janis en la voz, también comentábamos las lecturas que me encargaban en TLR (Taller de lectura y redacción). Resultó que él había leído todos los libros de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Carlos Fuentes, Gabriela Mistral, Edgar Allan Poe y claro, José Agustín. Para mí era inexplicable que un maestro de física fuera lector de literatura, escuchara rock y usara el mismo tipo de morral que yo; la pura moda del Mercado Juárez.

Presenté ese examen decisivo y el pánico se sentó sobre mi pupitre, al final me quedé para saber mi calificación. El maestro Aldape se puso a revisar mis respuestas: 

—Reprobaste—me dijo—, te falta un punto. 

—Ya sé, profe, las conversiones
—, le contesté avergonzada, hecha polvo. 

—¿A poco no sabes cómo convertir a un sapo en un príncipe?— me preguntó muy serio. 

—¡Con un beso largo, apasionado, asfixiante!— contesté.

—Correcto—dijo— tienes 7. Tú no eres para estas cosas, ya no sufras, quedas libre de física. 

Empecé a llorar como lloro ahora que se ha ido y como lloré el día en que fue a casa de mis padres a conocer a Sofía, mi hija, unos meses después. Llegó con un regalo y al entregármelo me miró a los ojos y dijo: “Vas a tener mucha realidad de ahora en adelante, no dejes que te aplaste. Él te va a enseñar”. Eran los dos tomos de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de la colección Historia de la Literatura de RBA Editores, con prólogo de Martín de Riquer. Me alegré tanto de que no me diera un talco o una bolsa de pañales. Justamente necesitaba eso: un voto de confianza y empatía que sólo un maestro como Aldape podía dar. Sí, entonces se convirtió en mi maestro.

Un maestro noble y respetuoso es lo que necesitamos a nuestro lado cuando pasamos por tiempos de confusión mientras crecemos e ignoramos tantas cosas de la realidad que comienza a centrifugarnos. Cada vez que intento escribir tengo a mis maestros presentes, es decir, sé que estoy en deuda perpetua con ellos. Aldape es uno de los mayores porque supo comprender la naturaleza de sus alumnos y los acompañó entregado totalmente a su propia vocación y a su gran humanismo. Es difícil para mí imaginar en dónde me hallaría de haber aprendido física, pero sobre todo, de no haber sostenido esas pláticas con él, de no haber escuchado a Janis Joplin en un salón de clase a su lado y de no haber recibido un arma como la que él me dio: el invaluable consejo de no dejar de soñar nunca.

*Claudia Berrueto
PERIODISTA

(Saltillo, Coahuila, México, 1978)
Licenciada en Letras españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en dos ocasiones, en el área de poesía de Jóvenes creadores. Premio Nacional de Poesía Tijuana 2009 y Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2016. Ha publicado Polvo doméstico, Costilla flotante y Sesgo. En 2018 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Actualmente trabaja en la Universidad Autónoma de Coahuila y dirige la corresponsalía de Arteaga, Coahuila del Seminario de Cultura Mexicana.

PÁGINA SIETE
¡SÍGUENOS!

paginasiete@vanguardia.com.mx
Este relato es una muestra del trabajo creativo del equipo de Redacción y colaboradores de esta casa editorial. Encuentra un nuevo texto cada semana.