Ironías de la vida (II)
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Ironías de la vida (II)
El modelo más acabado de ironía no lo encuentro yo en el discurso de Marco Antonio frente a la tumba de Julio César, recogido por Shakespeare en su tragedia de ese nombre. Lo encuentro en la carta escrita por Jourdon Anderson, esclavo negro emancipado, y dirigida a su antiguo amo, el coronel P.H Anderson, de Tennessee. La coincidencia de apellidos se explica por el uso y costumbre que existía, de que los esclavos llevaran el apellido de sus dueños.
La plantación del coronel se había venido abajo con la ausencia de Jourdon, quien era en verdad el que conocía los trabajos de la tierra y la hacía producir en beneficio de su señor. Liberado por efecto de la Guerra Civil, Jourdon se había establecido en Dayton, Ohio, donde vivía la vida del hombre libre. El coronel dio con su paradero y le escribió una carta pidiéndole que volviera a trabajar con él. Le contestó Jourdan en esa carta que digo, obra maestra de ironía:
“... Mandy, mi esposa, dice que le preocupa volver a la plantación sin tener una prueba de que seremos tratados con justicia por usted. Hemos acordado poner a prueba su buena fe. Le pedimos que nos remita el monto de los salarios correspondientes al tiempo que le servimos. Eso nos haría olvidar agravios, y confiar en la amistad y justicia de usted para el futuro. Yo trabajé lealmente para usted durante 32 años, y Mandy durante 20. A razón de 25 dólares mensuales para mí, y 8 para Mandy, eso suma un total de 11,680 dólares. Añada a eso, por favor, los intereses correspondientes, y deduzca lo que pagó usted por tres visitas del médico para mí y una para Mandy. El resto envíelo, si es tan amable, al Banco Winters, donde tenemos cuenta. Si no nos paga usted nuestros salarios del pasado, mal podremos esperar que nos pague los del futuro.
“Díganos también, por favor, si habrá condiciones de seguridad para nuestras hijas Milly y Jane, ahora jóvenes y bonitas, pues seguramente recordará lo que les pasó a las mayores, Matilda y Catherine, a manos de los hijos de usted, Allen y Lee. Mi esposa y yo preferiríamos morir de hambre antes que volver a someter a nuestras hijas a los instintos de sus amos.
“Por último, coronel, infórmenos si hay en Tennessee alguna buena escuela para niños negros. Acá sí las hay. El mayor deseo de mi vida es ahora hacer de mis hijos personas buenas y virtuosas, y para eso es necesario que tengan una educación.
“Espero en Dios, coronel, que todo lo que ha sucedido en esta nación le haya abierto los ojos para ver las injusticias que usted y sus antepasados nos hicieron a nosotros y a nuestros ancestros. Aquí, señor, cobro mi sueldo cada sábado. En cambio, en todos los años que trabajé para usted recibí el mismo salario que los caballos y las vacas.
“Un último favor, coronel: salude de mi parte al señor Carter, que fue el que le quitó a usted la pistola con la que me estaba disparando para matarme cuando huí de la plantación con mi familia.
“Esperamos su amable respuesta. El Señor lo guarde muchos años. Su antiguo esclavo y hoy hombre libre, Jourdon Anderson”.