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Ironías de la vida

La palabra “ironía” viene del griego. Sólo por eso deberíamos respetarla. Lo digo sin ironía.

La ironía es una figura de la expresión. Consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Cuando alguien expresa algo con lo que no estamos de acuerdo y exclamamos en tono zumbón: “¡Sí, cómo no!”, estamos usando la ironía, que es también disimulada burla.

Yo pensaba que el mejor ejemplo de ironía pertenece a Shakespeare. El gran poeta puso en labios de Marco Antonio, orador ante el sepulcro de Julio César, el estribillo “... pero Bruto es un hombre honrado...”, referido al asesino del patricio. Me equivocaba, sin embargo, en atribuir al inglés el campeonato irónico. Acabo de encontrar una mejor muestra de ironía en la carta que un negro, antiguo esclavo en una plantación de Tennessee, dirigió al hombre que fue su amo. Cuando estalló la Guerra de Secesión, aquel esclavo, de nombre Jourdon Anderson, escapó de la plantación con su familia. Los persiguió el propietario, quien alcanzó a disparar dos veces sobre su esclavo antes de que éste, su esposa y sus hijos, desaparecieran en el bosque.

Pasó el tiempo, terminó el conflicto y el coronel Anderson necesitó los servicios de su antiguo siervo, pues nadie como él conocía los trabajos de la plantación. Averiguó su paradero y le escribió una carta para pedirle que regresara a trabajar con él. La respuesta del antiguo siervo, convertido ahora en hombre libre, es ejemplo de dignidad humana, pero es también modelo insuperable de ironía. Leamos.

“... A mi antiguo amo, coronel P. H. Anderson. Big Spring, Tennessee. Señor:

“Recibí su carta, y me alegró saber que no se ha olvidado usted de Jourdon, y que quiere que vuelva a trabajar en la plantación. Celebro que siga usted vivo, pues pensé que los yanquis lo habrían ahorcado. Ciertamente me gustaría volver a saludar a la señora Mary, lo mismo que a la señorita Martha y a los jóvenes Allen y Lee. Habría ido a verlos, si no es porque alguien me dijo que el joven Allen andaba diciendo que me mataría al verme. Por favor, salude a la señora y a la señorita de mi parte, y dígales que espero volver a verlas, si no en este mundo, sí en otro mejor.

“Por lo que a mí se refiere, me va muy bien aquí, en Dayton, Ohio. Gano 25 dólares al mes, más ropa y alimentos. Tengo una buena casa donde vivo con Mandy -aquí la gente la llama señora Anderson- y con nuestros hijos. Ellos van a la escuela, y la maestra dice que el mayor, Grundy, tiene cualidades para ser algún día predicador.

“Por eso me gustaría, señor, conocer mejor las condiciones para volver a trabajar con usted. La libertad que me ofrece no cuenta, pues soy libre desde hace varios años, según documento firmado por el preboste mayor de Tennessee. Escríbame informándome el salario que está dispuesto a pagarme. Antes, sin embargo, le diré las condiciones que pongo yo para volver a trabajar con usted...”.

Mañana continuaré la transcripción de esta carta. Aparecerá entonces aquella ironía que, dije, es mejor que la de Shakespeare. (Seguirá).