Inyección ‘anti-México’
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Inyección ‘anti-México’
Niñas, adolescentes y adultas centroamericanas, empujadas por la miseria, la falta de horizontes y la violencia, se ven obligadas a emigrar hacia los Estados Unidos. En su camino se topan con un México atroz, donde les esperan vejaciones, violación, trata de personas y aún la muerte. Indefensas, sólo pueden tratar de evitar un embarazo, fruto de su violación: la “inyección anti-México”.
El título aparece en el portal de noticias de BBC Mundo. Creí que podía referirse a alguna broma u ocurrencia, a alguna burla entre mexicanos para sobrellevar, con humor, alguna de las desgracias que azotan al País. Pensé que podría estar relacionado con la corrupción y con los malos gobiernos que padecemos.
Lo cierto es que llaman así a una inyección anticonceptiva, que las migrantes centroamericanas se aplican, antes de emprender su viaje en busca del “sueño americano”. Cruzar territorio mexicano implica un largo tormento en la más total indefensión. Eso es México: Territorio minado, peligroso, terror puro para las 45 mil mujeres centroamericanas que, cada año, se ven obligadas a dejar su país en busca del “american dream”.
Permanecer en su patria significa morir por hambre, o caer víctima del crimen organizado. Apostar por Estados Unidos es lo único que les queda, pero ello supone atravesar México y pagar las consecuencias.
Amnistía Internacional afirma que el 70 por ciento de las 45 mil centroamericanas que cada año atraviesan México como migrantes, sufre algún tipo de abuso sexual. Por eso les aconsejan que, antes de salir de casa, se apliquen “la inyección anti-México”, así de cruel, así de frío.
Atravesar México equivale a ser víctimas de abuso sexual, es parte del costo. Con frecuencia, los abusadores pertenecen a las propias autoridades migratorias, al muy corrupto Instituto Nacional de Migración; otros, naturalmente son integrantes del crimen organizado.
La inyección anticonceptiva, anti-México, se llama Depo-Provera y supuestamente las dizque “protege” durante tres meses, tiempo suficiente para llegar a Estados Unidos, si es que llegan. No sólo se trata de adultas, también se la aplican adolescentes, aconsejadas por los traficantes o “coyotes”. La violación es inevitable, es parte del costo. Siete de cada diez mujeres migrantes sufren esta agresión criminal. Sucede en México, todos los días y aquí no pasa nada.
Es una atrocidad más para engordar el 98 por ciento de impunidad, con la diferencia de que estos crímenes quedan en el olvido, porque sus víctimas ni siquiera tienen existencia legal. Opresión absoluta de aquellos que no tienen voz; contra los desechados por la sociedad global “del descarte” que denuncia el Papa Francisco.
Si logran sobrevivir nadie las esperaba; si no, nadie las echará de menos, salvo los suyos, acostumbrados a sufrir, acostumbrados a padecer. Otras perecen, asesinadas o desaparecidas; otras son sometidas a tráfico sexual o de órganos; algunas más son confinadas en factorías clandestinas de trabajo esclavo. Ése es México, ése es nuestro País, donde trabajamos y nos desarrollamos, donde viven nuestras familias y nuestros hijos.
Frente al horror, una clase política anuncia planes de seguridad a diestra y a siniestra. Expide leyes migratorias como si fueran la gran solución, pero nada cambia, porque no cambian los hombres ni la forma de organizar las instituciones.
La pobreza continúa siendo el semillero de tanta crueldad; la corrupción, su principal alimento, y la impunidad su escudo. Esto es criminal y algún día, más temprano que tarde, sufriremos las consecuencias de haber ignorado estas atrocidades. No lo olvidemos, cuando nos sorprenda el “ya basta” de los hartos, cuando los excluidos terminen por alzarse contra la injusticia.
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