Inversión extranjera… lo que NO es
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Inversión extranjera… lo que NO es
“Inversión extranjera” es una de las píldoras que más nos doran nuestros gobernantes y políticos.
Y por supuesto que resultar atractivo para los capitales en dólares, euros, yenes o cualquier otra divisa no sólo es deseable, sino necesario para medio pasar por una economía desarrollada.
Pero siendo objetivos, la inversión extranjera que suelen gestar nuestras serenísimas altezas en sus pomposas giras por el mundo, dista mucho de los que por definición debería ser.
Bien entendida, la inversión extranjera sería precisamente la participación de capital foráneo en proyectos productivos nacionales de cualquier índole o ramo (agrícola, empresarial tecnológico).
Ello sería una receta casi infalible de éxito y prosperidad, pues el productor podría echar a andar su visión, el inversionista obtendría rendimientos, se generarían empleos formales además de que México y la localidad recibirían lo correspondiente en impuestos, por no hablar de que se fortalecería nuestra imagen como un país de iniciativa y viabilidad emprendedora.
¿Pero qué es lo que nos traen, insisto, nuestros dignatarios luego de placearse como monarquía por todos los rincones de la geografía terrestre?
Ellos insisten en que nos traen los mejores acuerdos, convenios y tratados de inversión extranjera y, con éstos, la creación de cualquier cantidad de empleos, aunque…
Lo que suele llegar técnicamente sí es inversión, pero no lo es en realidad en el sentido más estricto, ya que lo que llegan son plantas maquiladoras de productos extranjeros. Y de aquel esquema de ganar-ganar que representaría la verdadera inversión extranjera, hemos de conformarnos con que el emporio que se digna en asentarse en nuestro territorio gane lo suficiente para que no levante un buen día su tenderete y nos deje encampanados.
Esta pseudoinversión: 1. No apoya ningún proyecto nacional, por lo que su contribución la hace a la riqueza de otro país, no del nuestro. 2.
Hay que atraerla a un altísimo costo: se le hacen toda clase de descuentos y concesiones fiscales, se le apoya con infraestructura y, en general, nuestros gobiernos le otorgan el trato que ya quisiéramos para cualquiera de nuestros sueños empresariales. 3. Nos genera una perpetua imagen de país maquilador, sin innovación, sin tecnología o proyectos propios. 4. Genera empleos, sí, pero pésimos empleos, con bajísimas perspectivas de desarrollo humano. 5. En cualquier momento empacan sus chivas y se largan… justo como acaba de pasar.
Y no obstante, acaba de ocurrir, el Gobierno responde anunciándonos que ya están a la búsqueda de más inversión de este tipo y que harán todas las concesiones adicionales que sean necesarias para que no se nos vayan los que aún están con nosotros.
A mí siempre me ha llamado la atención cómo en los videos y panfletos de promoción económica de Coahuila, figura siempre como una de las actividades más trascendentales la industria automotriz.
De hecho, me provoca como tristeza y penita cada vez que alguien dice que gracias a las armadoras se detonó el desarrollo del Sureste de la entidad.
Pos… ¡qué pinche pena! ¿No? Que la actividad más prominente de nuestro Estado sea prestada, o ni eso, apenas un movimiento estratégico porque alguien muy lejos de aquí decidió que sus operaciones serían más redituables si contrataba nuestra mano de obra baratísima.
Que en eso esté fincada gran parte de nuestra economía local no sólo es vergonzoso, lamentable, sino peligroso, pues una decisión ejecutiva (tomada por avatares económicos o políticos), está visto, puede borrar de un plumazo su presencia en Coahuila o en todo México.
¿Por qué nuestras cartas fuertes en materia económica son en realidad una precaria torre de naipes?
¡Ah, pues sí! Porque no tenemos inversión en educación, ciencia o tecnología, porque ese dinero siempre, siempre, siempre se lo han robado el Gobierno, el PRI y todos los partidos y zánganos que mantenemos con dinero público. Por ello no tenemos nada especial o atractivo que ofrecerle a la inversión extranjera salvo nuestra fuerza laboral que compite en su precio con las más baratas del planeta.
¿Qué le aportamos al mundo? Gente que súper madruga y se parte el lomo en larguísimas jornadas por un salario que oscila entre lo decoroso y lo apenas suficiente.
Es entonces que me convenzo de que el loco no es en verdad Trump, queriendo recuperar para sus amados rednecks estos empleos por los que ya hemos comenzado a llorar y a echar en falta.
Los locos somos nosotros por descansar nuestro bienestar en el plan B de una industria que ni siquiera es la nuestra, y tolerar que los Gobiernos nos traigan esa modalidad posmoderna de esclavitud sin grilletes y que, encima de todo, nos la vendan carísima como inversión extranjera. ¡Al carajo con ello!
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