Individuos providenciales

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Individuos providenciales

La clase política mexicana se distingue, entre otras cosas, por dos características extrañamente contradictorias y, al mismo tiempo, sinónimo del éxito de quienes han detentado el poder en el País: su desastroso desempeño como conductores de los destinos nacionales y su enorme éxito para reinventarse cíclicamente y generar esperanza entre los ciudadanos.

Un detalle, desde mi perspectiva personal, se ubica en el centro de éste paradójico binomio fracaso/éxito: nuestros políticos han logrado vendernos, con envidiable éxito, una premisa falsa de la democracia electoral: la realidad puede cambiar mágicamente y para ello sólo debemos elegir a la persona “correcta”.

En otras palabras, nosotros sólo debemos acudir a las urnas, depositar nuestro voto a favor “del bueno” y eso llanará el acceso al poder del individuo providencial a cuyo influjo desaparecerá la corrupción, el poder se ejercerá en forma democrática y nuestro País, nuestro estado o nuestro municipio se convertirán en un anticipo del paraíso.

Como conquistadores precolombinos, los políticos de todos los signos ideológicos –sin excepción, aunque eso contradiga la regla– salen en forma recurrente a subastar sus espejitos y, aún con toda la evidencia en contra, lograr dar siempre en el centro de la diana.

No importa si los hechos refutan de manera contundente la fórmula; no importa la aplastante evidencia existente para demostrar, no solamente la falsedad de la afirmación, sino el absurdo contenido en ella: la idea no se desgasta. En cada proceso electoral es re estrenada… y a no pocos políticos les funciona.

Por alguna razón difícil de explicar –como no sea la natural y muy razonable propensión a creer en las estrofas de Yuri cuando canta: “siempre vendrán tiempos mejores”– los mexicanos renovamos en cada período electoral nuestras reservas de esperanza y nos involucramos en las campañas políticas armados de dos líneas argumentativas básicas:

La primera es la relativa al individuo al cual debe elegirse, pues sólo esa persona tiene el poder para transformar la realidad; la segunda es la relativa al o los individuo a quienes no debemos elegir, bajo ninguna circunstancia, porque si hiciéramos tal sobrevendrá el Apocalipsis.
¿Cuál es la razón para seguir creyendo en la posibilidad de superar los rezagos colectivos del País a partir sólo de la llegada de individuos providenciales al poder?

En primer lugar, me parece, nos gusta creer eso porque se trata de una fórmula sencilla y cómoda; porque nos libera de la necesidad de cuestionarnos sobre nuestras responsabilidades personales en el camino para lograr la transformación de la realidad y garantizarla. Colocar ese peso en los hombros de otro nos libera de la carga de pensar siquiera en la posibilidad de ser parte de la solución.
En segundo lugar, tendemos a suscribirnos a esta fórmula porque no creemos ser parte del problema. Porque si la cultura de la corrupción se encuentra fuertemente arraigada; si el poder se ejerce de forma despótica; si se discrimina a individuos y grupos sociales a partir de prejuicios; o si existen amplias ínsulas de impunidad, eso es culpa de los demás, es producto de la actividad de los otros.

Y, por ende, deben ser los otros quienes se hagan cargo de la solución.

La realidad, como puede constatarlo cualquiera mediante el simple ejercicio de ver a su alrededor, es exactamente al revés: ni siquiera en nuestras familias ni en nuestro trabajo ni en nuestra escuela ni en nuestro barrio la realidad se transforma el influjo de individuos providenciales.

Lejos de tal posibilidad, la cultura laboral de una empresa o de una institución, los vicios de la convivencia familiar, los excesos de la vida vecinal o los abusos de la realidad escolar, sólo cambian merced a la aplicación de una fórmula concreta: la adopción de nuevas reglas de coexistencia con las cuales se comprometan todos los integrantes de la comunidad.

En otras palabras, la realidad sólo se transforma gracias a la suma de contribuciones individuales, indispensables para formar una masa crítica a cuyo influjo la realidad sí cede.

Lamento decepcionarle, pero nada mágico va a ocurrir en México, en Coahuila o en nuestra ciudad tras la elección del primer domingo de julio del año próximo, cuyo proceso electoral inició hace unos días. Y no ocurrirá nada mágico, de la misma forma en la cual nada mágico ha ocurrido a partir de los resultados electorales del pasado 4 de junio, o de cualquier otra elección cuyo recuerdo habite en su memoria.

Y esto es así porque, aun cuando suene deseable, la idea de atestiguar la mágica resolución de nuestros problemas, producto de la llegada al poder de un individuo providencial, es sólo una fantasía, razón por la cual haríamos bien en comenzar a abandonarla y adoptar nuevos parámetros para juzgar el significado de elegir a alguien para tomar decisiones en nuestro nombre.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx