Incinerar lo trascendente

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Incinerar lo trascendente

Tengo muchas creencias, sentimientos, actitudes inconscientes y Freud se quedó muy corto conmigo, pensando que algún día las iba a descubrir mediante el psicoanálisis. Lo mismo pensó de usted y del resto de la humanidad. Atinó en que todos tenemos una dimensión de la memoria que afortunadamente se va escondiendo a lo largo de los años, de tal manera que entre más subimos la escalera de los pisos de nuestras edades se van quedando ignoradas y escondidas en los pisos de abajo.

Ahí se amontonan las experiencias tristes y alegres, divertidas y traumáticas, amorosas y trágicas, las hojas secas y los frutos verdes. El presente es un dictador tan poderoso que parece que de termina el color de la vida, la tristeza o la alegría de la voz de Manzanero o de Sinatra, el sabor de un tamal o una enchilada. El pasado se vuelve secundario, se disfruta o se sufre el rato que se hace presente, no es un determinante definitivo.

El Día de los Muertos es intrascendente para unos, un recuerdo de experiencias para otros, un rito fervoroso de flores, rosarios y comunidad para algunas familias, o una fiesta de todo el pueblo con arcos de triunfo, altares en que se comparten comidas, amores y recuerdos con tíos, compadres y amigos. Ese día describe dos mundos: el de la ocupación absorbente y abrumadora, y el de la trascendencia; el de la muerte que revive la existencia y el recuerdo del difunto, y el de la indiferencia que mantiene en el olvido los personajes importantes que le dieron valor a la existencia humana, el de las raíces invisibles que forjaron unas tradiciones y valores familiares y el de las hojas efímeras que no trascienden un otoño y se mueren solas e inservibles. Así son de diferentes esos dos mundos.

El humanismo de hoy es tan light y tan práctico que ya no tiene tiempo para pensar en la trascendencia del ser humano. Acelera la descomposición natural de ese misterio que es el cuerpo humano en unas cuantas horas de incineración para convertirlo en un cofre de cenizas. Este procedimiento es muy práctico: ahorra tiempo, dinero, listones, esquelas, vigilias prolongadas, tumbas y mausoleos dramáticos, lágrimas y abrazos interminables, afectuosos y reconfortantes, procesiones de dolientes que atestiguan el entierro de un ser querido.

Todo este rito, tan dramático y doloroso para una familia y su comunidad ha sido desvanecido en aras de la prioridad de “lo práctico”. La vida y la muerte se han convertido en asuntos “prácticos”, económicos, comerciales, políticos de tal manera que si alguien se pregunta: ¿Para qué vivo, para que me sirve mi existencia? Su respuesta será práctica. Para tener dinero, trabajar, divertirme y ser feliz. Trascender ha sido desplazado no sólo del diccionario, sino del propósito existencial de la vida diaria. Trascender significa transmitir valores de amor y justicia, de generosidad y esperanza, de paz y solidaridad, sólida educación y fortaleza. Todas ellas son fuentes y estructura del ser humano. Estos valores cada vez son tan light como las cenizas de las urnas. Están siendo incinerados por el dictador del presente: lo práctico de la vida diaria. Lo trascendente, la historia y su colaboración a su familia y comunidad, su misterio humano, serán incinerados y su memoria se reducirá a cenizas… a no ser que alguien lo haga trascender en un “altar de muertos”.