Incertidumbre de la democracia
Usted está aquí
Incertidumbre de la democracia
Suponga usted que hoy es el día de las elecciones, y pregunta: ¿por quién vas a votar para presidente, senador, diputado, presidente municipal? Hace tres meses las estadísticas indicaban que X llevaba ventaja, ¿votarás por él?
¿A quién le va hacer estas preguntas? ¿Al que está en la fila o al ausente que no vendrá? ¿Al que cree que su voto será respetado o al que afirma que todos los políticos son lo mismo? ¿Al que escogió “al menos malo”? ¿Al que cree en la “democracia”, en los partidos políticos o en los programas y propuestas de campaña? ¿Al que cree que su candidato no ganará, pero su voto es una expresión de sus valores? Todos ellos conforman la “demo-cracia”.
La verdad es que nadie va a hacer estas preguntas (“el voto es secreto”) aunque todos los que tenemos el derecho de votar nos las vamos a hacer. Las van a hacer los innumerables mensajes y propuestas que nos van a tratar de convencer para escoger a un candidato o descartar a los demás.
Esos mensajes son y serán semejantes a los cohetes del 6 de agosto, iluminan la obscuridad unos segundos, pronto se apagan y son sustituidos por otros de diferente color. La obscuridad prevalece y no dan la luz suficiente para elegir, con certidumbre, al mejor candidato.
¿Qué será lo que incline la balanza del voto? A esta pregunta ya tienen respuesta “los artífices de la democracia”, los estrategas de cada partido político o los candidatos independientes, los expertos en el “marketing electoral”, “los políticos colmilludos” que han navegado durante varios sexenios y saben de fracasos, rescates de última hora, imagen de candidato, “cochupos”, negociaciones y, sobre todo, fallas en la Ley Electoral que se pueden capitalizar a favor o en contra.
La democracia no es un ente preexistente. Es una mera intención en proceso continuo de construcción, que depende de los intereses corporativos, institucionales y personales, y que se acomoda a las circunstancias de hoy. El voto de los ciudadanos padece una miopía generada por las múltiples, complejas y contradictorias informaciones de verdades y denuncias (cuya comprobación dura décadas en las Procuradurías, Fiscalías y Ministerios). El voto ciudadano está sumergido en este contexto democrático que está en proceso de fabricación, dados los cambios que no tenían peso específico en los sexenios anteriores, como el nuevo TLC y el empleo, los miles de millones sustraídos del presupuesto mediante nuevas formas de corrupción que, aunque sean denunciadas, “cruzan el pantano sin mancharse”, la cultura de los “milenios”, lo permeable de los partidos políticos, la influencia de las redes sociales…
La democracia es un ideal indefinido, cuyo cimiento es la incertidumbre. Y no hay porque asombrarse de ello, ya que la incertidumbre es la característica esencial de lo humano. Hace ya varias décadas que la certidumbre de que “el tapado” sería el próximo Presidente hacía de las elecciones un mero rito, y la democracia era un mito. Hoy la incertidumbre del futuro es la obscuridad más luminosa y la ley de probabilidades es una mera probabilidad, tan frágil y volátil como el temperamento de Trump. Las estadísticas no son pronósticos sino meras descripciones de lo que hoy opinan unos cuantos seleccionados “aleatoriamente”, y que mañana podrán cambiar de opinión, sueño o fantasía.
Se acabó el mito enajenante de la certidumbre democrática. Hoy vivimos la responsabilidad ciudadana, gracias a la incertidumbre de nuestra democracia.