Importancia de los indecisos

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Importancia de los indecisos

Empezaba una clase sobre el proceso psicológico de la percepción. Les explicaba a mis alumnos que una de las funciones de tal proceso era interpretar la realidad. De repente me quedé pensando si pensaban lo mismo que yo, respecto de la palabra “interpretar”. Y les pregunté qué quería decir “interpretar” en ese contexto. Mi sorpresa fue que no sabían, probablemente más por distracción y falta de reflexión que por otra cosa. El que más se acercó fue el que se refirió a la “interpretación artística” de un personaje o una melodía.

Muy pocos sabían que “interpretar” era una actividad de la mente para dar un “significado”, no sólo a una palabra sino a cualquier realidad o evento. Y que de esa interpretación personal y subjetiva dependían la mayoría de las conductas humanas, entre ellas las de decidir y votar. Todos los días y a cada momento estamos interpretando, es decir, dando un significado a lo que vemos y oímos, a lo que nos sucede y a lo que esperamos. Un día decimos: “qué bueno que está lloviendo” y otro día “lástima que está lloviendo”

Estamos sometidos a nuestra interpretación automática que la mayoría de las veces es inconsciente. Nuestra historia personal va construyendo nuestro propio diccionario que define –muchas veces con una intensidad y lealtad incondicional– nuestras fobias y filias, nuestros juicios y prejuicios, nuestras decisiones y creencias.

Este diccionario personal facilita nuestra manera cotidiana de conducirnos, relacionarnos y comprometernos. Ordinariamente asumimos sus interpretaciones como inapelables y definitorias, y no nos damos a la tarea de revisar su veracidad o falsedad, su actualidad o anacronismo, su ambigüedad o precisión. Si no tenemos un sentido crítico despierto y razonador, nuestro anacrónico diccionario, creado en la infancia o adolescencia, atribuirá significados anacrónicos, imaginarios, infantiles o adolescentes a lo que hoy tiene un significado diferente al que aceptamos en décadas pasadas.

Las elecciones, y en especial el debate de días anteriores, nos dan la oportunidad de actualizar nuestro diccionario de creencias y clarificar nuestras interpretaciones de los candidatos y sus propuestas o cuestionamientos. Los analistas del debate se han centrado en subrayar o desmenuzar tal propuesta, denuncia o cuestionamiento de los participantes, y han especulado acerca del efecto, tanto en los espectadores del debate como de los votantes en general. Han considerado que cada candidato ya tiene una porción de electores leales, es decir, que los interpretan no sólo como ganadores sino como los que van a desempeñar el cargo ejecutivo de mejor manera. Estas porciones de “incondicionales” ciertamente son acríticos de su interpretación. Al preguntarles un porqué de su afirmación, no darán una respuesta razonada por ellos mismos sino razones de otros cerebros que no son el suyo.

Las estadísticas de las encuestas no son profecías de ganadores, ni su certeza es verificable, debido a que la atribución de ganador está sujeta a la movilidad de la emotividad popular (qual piuma al vento), ya que se modificará según factores tan prácticos como el precio del mercado de votos, del peso, de la gasolina, del TLC, de las redes sociales, de las lealtades y conveniencias entre políticos del mismo partido, de diferente partido y de los aparentemente sin partido.

Aunado a estos factores, queda la creciente “masa crítica” de los llamados indecisos que reflexionan y consideran objetivamente no sólo el pasado sino el futuro, trascienden lo inmediato y lo jocoso de la política, y sitúan su elección en el contexto de lo que “significa” para el bienestar y a largo plazo de todos los ciudadanos. Los indecisos son los que pueden percibir objetivamente toda la realidad de México, son el índice que inclinará la balanza, y gracias a su análisis reflexivo y crítico dirigen el cambio paulatino y evolutivo de México.