Ignacio Dean, el español que le ha dado la vuelta al mundo nadando

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Ignacio Dean, el español que le ha dado la vuelta al mundo nadando

Ignacio Dean preparándose para un reto más a nado.
Tras dar la vuelta al mundo caminando, el atleta se embarcó en la Expedición Nemo. Su reto: cinco duras travesías a nado uniendo los continentes del planeta

Durante tres años, Ignacio Dean (Málaga, 1980) recorrió 33.000 kilómetros a pie y en solitario. Una travesía que le llevó por ciudades, montañas, desiertos y selvas de 31 países para documentar en primera persona los efectos del cambio climático. Y fue durante su peculiar vuelta al mundo cuando vio multitud de playas llenas de plástico: «Tenía una deuda pendiente con el mar. Quería lanzar un mensaje sobre la importancia de salvaguardar la salud del océano», explica Dean, que decidió saldarla tomando el pulso a los mares desde dentro.

Así comenzó a dar forma en su cabeza a la Expedición Nemo: una aventura que entre junio de 2018 y marzo de 2019 le llevó a sumergirse en mares de los cinco continentes. Cinco travesías en las que hizo frente al frío (con temperaturas de tres grados), a las corrientes, a las olas, a los tiburones, a los cocodrilos y a las medusas venenosas, y que ha narrado en La llamada del océano (Editorial Zenith). Con prólogo de Odile Rodríguez de la Fuente, el segundo libro de este naturalista, divulgador y aventurero profesional se publica precisamente en la semana en la que se celebra el Día del Medio Ambiente.

Argumenta Dean que los océanos son los grandes desconocidos pese a que más del 70% de nuestro planeta está cubierto por ellos. Es más, él cree que habría que llamarlo Agua en vez de Tierra.

Pero había un obstáculo para poner en marcha su nueva aventura: «No era nadador. Apenas nadaba cuatro largos en una piscina pero, más que una dificultad, esto supuso un estímulo», asegura Dean en conversación telefónica desde Puerto de Vega, el pueblo asturiano en el que está pasando la crisis del coronavirus con su pareja y su niña, que nació hace sólo un mes y que, naturalmente, se llama Mar.

«A base de constancia y disciplina» se convirtió en un nadador capaz de zambullirse en el Estrecho de Gibraltar (entre Europa y África); el Estrecho de Bering (América-Asia), el Mar de Bismarck (Asia-Oceanía), el Golfo de Áqaba (África-Asia) y completar la travesía Meis-Kas (Europa-Asia). El naturalista logró así el reto de unir a nado los continentes del planeta.

A lo largo de esas cinco etapas, realizadas en distintos viajes, recorrió en total alrededor de 60 kilómetros a nado. Durante su entrenamiento de un año, se hizo 2.500 kilómetros: «Al principio entrenaba en una piscina cerca de casa para mejorar técnica, fondo y resistencia. No tenía entrenador, compré libros e intentaba aplicar lo que leía», recuerda.

Cuando logró una buena forma física, se marchó en invierno a entrenar al Cantábrico, primero, y después, en primavera, a nadar por aguas del Mediterráneo. Al naturalista le impactó que durante esos nadando por las costas de España, vio muy pocos peces. «Las aguas costeras proporcionan el 90% de los peces salvajes que consumimos pero están muy afectadas por la sobreexplotación pesquera, el turismo y los vertidos urbanos e industriales».

Tras su largo entrenamiento, el naturalista encuentra muchas similitudes entre la natación y la vida: «Al fin y al cabo, el misterio de ambas consiste en aprender a fluir y deslizarse entre las dificultades, hacer un uso eficiente de nuestro tiempo y de nuestros recursos, como de nuestra brazada, para avanzar con el menor esfuerzo posible. En ocasiones, tendremos la mar plana y la corriente a favor, pero en otras, toca nadar contra la corriente y con las aguas revueltas», compara Dean, que considera esta actividad «un gran ejercicio de meditación porque te permite concentrarte en el aquí y ahora, en la brazada».

La travesía más dura, recuerda, fue en el Mar de Bismarck, no sólo porque fue la más larga (unos 20 kilómetros). «Tardamos mucho en llegar e hizo falta una gran logística, pero además, era noviembre de 2018, el agua estaba a 30 grados y era época de monzones, con lluvia y mucha humedad. En esas aguas hay cocodrilos de agua salada y medusas irukandji, que son pequeñas y muy venenosas. Suelen estar a un metro de profundidad así que cuando paraba para avituallar, me quedaba boca arriba», recuerda Dean, que admite que estuvo a punto de abandonar.

Afortunadamente no tuvo percance con ningún animal marino: «En Papúa fuimos a grabar cocodrilos y un ejemplar cazó el dron y lo destrozó», recuerda. De hecho, Dean alerta de la frágil situación de muchos de estos animales: «Las poblaciones de tiburones están muy amenazadas. Se pescan miles de ejemplares para cortar su aleta. En el Mar Rojo están apareciendo especies invasoras; en el Estrecho de Bering, morsas, focas y osos polares están moviéndose hacia al norte en busca de frío y hielo, y el Estrecho de Gibraltar, una ruta de migración de mamíferos marinos, se ha convertido en una carretera por la que cada día pasan de cientos de buques».